El paulatino distanciamiento de Elisa Carrió del Acuerdo Cívico y Social expresa la dificultad crónica de esta dirigente de la primera línea de la política argentina para construir alianzas que perduren en el tiempo y le permitan convertirse en una alternativa concreta de poder.
Cierto es que Carrió transitó con amargura el fracaso de la Alianza, de cuya implosión alertó antes que nadie, pero también resulta evidente que no logró en los últimos años tejer acuerdos que traspasen las fronteras de su propio círculo dirigencial.
La excepción fue el Acuerdo Cívico y Social, al que se sumó junto a la UCR y los socialistas para darle forma a un polo no peronista en las elecciones legislativas de 2009, cuando lograron constituirse en la segunda fuerza política a nivel nacional.
Pero ya bien entrado este 2010 los principales líderes del Acuerdo —y más que ninguno de ellos la propia Carrió— ya miran de reojo sus perspectivas presidenciales para el año próximo, pese a que mantienen una actitud colaborativa en el Congreso.
Por ende, los roces en el arco "panradical" no pueden ser achacados solamente a Carrió, pero a una dirigente de su dimensión política es justo pedirle un gesto de madurez para que su fiel electorado no vuelva a quedar reducido al 10 por ciento de los votantes.
Todo esto, remarcando que Carrió es una líder valiosa para la democracia argentina, que necesita de contrapesos frente a gobiernos marcadamente presidencialistas.
El interrogante que aún no tiene respuesta es si Carrió podrá, en algún momento de su carrera política, dar ese salto de calidad que le permita pasar de ser una figura principal de la oposición a una opción clara de poder para el país.