Ese interrogante es más grande todavía porque el recorrido de ese camino no depende sólo de él, sino también de quienes —y sobre todo "quién"— le proporcionan parte de la savia necesaria para ese crecimiento en un territorio donde tiene tantos adeptos como detractores.

Y entre esos "quienes" que le brindan los vitales espacios en los que se va asentando y creciendo se destaca otro mandamás: el ex presidente Néstor Kirchner, que desde que llegó a los máximos planos del poder en la Argentina se ganó, entre otros títulos, el título de mentor y socio indiscutido del jefe de los camioneros y de la CGT.

El último logro de Moyano fue hacerse de la jefatura del PJ bonaerense, ante el problema de salud que atraviesa el vicegobernador Alberto Balestrini.

Aunque lo nieguen públicamente, este paso genera recelo y malestar en no pocos dirigentes tradicionales, sobre todo los de la provincia de Buenos Aires y especialmente quienes históricamente dan sustento a los gobernadores y presidentes peronistas, como son los intendentes del conurbano.

Las necesidades políticas —en matrimonio indisoluble con las económicas, también históricas— de esos jefes comunales no les dejan más alternativa que aceptar a Moyano para no despertar los malhumores de la Casa Rosada y posibles tirones de rienda que podrían ser fatales para su actualidad y su porvenir.

La inquietud por el avance de Moyano en el ámbito político tradicional tiene que ver también con el que el poderoso sindicalista es siempre una amenaza latente para sus gestiones, por, además, tener la llave para eventualmente decretar un conflicto en áreas sumamente sensibles como, por ejemplo, la de recolección de residuos.

Estos días, aunque no fue directamente contra sus administraciones, Moyano —a través de su hijo Pablo— dispuso una seria acción de fuerza —la desplegada contra la empresa Siderar— que mostró a todo el mundo cómo el conflicto se instaló en distritos donde asientan sus reales kirchneristas de fuste (otrora, vale decirlo, también aliados de quienes estaban de turno en el poder máximo), como San Nicolás (José María Díaz Bancalari), Ezeiza (Alejandro Granados) o Florencio Varela (Julio Pereyra, alma pater de la ultraoficialista Federación Argentina de Municipios).

Incluso, con el riesgo de afectar las economías locales con una medida de fuerza que roza los extremos en materia de acciones de protesta sindical.

Encima, Moyano no tiene empacho en generar o alimentar la enemistad con sus propios colegas. A su ya establecida costumbre de avanzar sobre estructuras de otros sindicatos para birlarles trabajadores a los que afilia a su organización —el caso de Comercio es un clásico—, se suma ahora la posibilidad real de afectar a la UOM, que tiene la representación de los operarios de esa poderosa siderúrgica.

Por ejemplo, una profundización de este conflicto —impuesto con la excusa de defender a choferes de camiones de una empresa contratada por la compañía— y el aumento de los perjuicios para la firma industrial podría derivar en recortes de actividades que pegarían directamente en los trabajadores metalúrgicos.

Además, no hay que perder de vista un componente político importante en estas circunstancias, como el hecho de que la conducción del grupo al que pertenece Siderar (Techint) es una de las patas fundamentales de la central empresarial AEA, claramente crítica de la administración kirchnerista.

Y en este marco, si el accionar de Moyano molesta a los que habitan el mismo andarivel político, ni hablar de quienes, también justicialistas, desandan hoy un camino paralelo.

Una muestra de ello la dio Osvaldo Mércuri —ex intendente, ex presidente de la Cámara de Diputados bonaerense y hoy habitante del espacio denominado Peronismo Federal— quien consideró que Moyano puede ejercer en el PJ provincial una conducción "absolutista y autoritaria".

Así que ahora habrá que esperar en el peronismo los efectos de un condimento adicional, proporcionado por uno de los sindicalistas que forma parte del privilegiado grupo de los que ha mostrado mayor crecimiento en la historia del gremialismo argentino y, especialmente, en el gremialismo peronista.

Y esos efectos quizás se hagan sentir más, aunque parezca una paradoja, en quienes abrevan en el oficialismo que en los que, como es lógico suponer, reniegan del kirchnerismo, ya que Moyano forma parte del cuerpo de elite de sus rivales actuales.

Porque Moyano, una vez apoltronado en la cúpula del PJ provincial, no dudará un segundo en avanzar por más poder. Una de sus acciones más enérgicas será, sin duda, imponer gremialistas de su cuño en las listas oficialistas de candidatos a legisladores, tanto en las comunales y en la provincial —no hay que olvidarse el ejército de dirigentes y delegados camioneros que hay en una extensa cantidad de municipios bonaerenses, muchos de ellos de gran peso específico— como en la de postulantes a legisladores nacionales.

Por ello es inevitable preguntarse sobre Moyano: ¿Hasta dónde y hasta cuándo?