“Sólo hay un medio para mantener en pie a una sociedad libre, y es mantener al público informado”, dijo alguna vez Joseph Pulitzer.
“El mejor dirigente es el que menos roba” alecciona desde su experiente madurez el prestigioso periodista español Toni Lara en charla privada.
Veterano de mil crónicas, Toni conoce ampliamente los procesos políticos internacionales, traigan maquillaje izquierdista o derechista, y desde su experiencia en el análisis de gobernantes y procesos desestima de plano la ingenua idea de un gobierno exento de corrupción. Y esta es la esencia de las eternas discrepancias entre gobiernos y prensa.
Es así como debe funcionar la cosa. Poder y prensa deben necesariamente mirarse con mutua desconfianza, para bien de la ciudadanía.
La prensa y la corrupción
La prensa molesta porque informa y opina, y la misión de informar opinando se convierte, aunque no se lo desee, en un contrapoder.
Por algo Berlusconi los amordaza y dice que en democracia la libertad de prensa no es un derecho absoluto, por eso en Latinoamérica gran cantidad de gobiernos están enfrentados casi a muerte con los medios que no les son afines; pura y exclusivamente a causa de la corrupción.
Si usted quiere, los distintos sectores de la prensa son como partidos políticos: castigan cuando son oposición, defienden cuando son oficialismo.
Hay prensa con claro color político y hay prensa que transmuta convicciones según la pauta oficial o, incluso, según las dádivas que reciba. Hay también un segmento de prensa auténticamente independiente, sobre todo desde el advenimiento de la Internet.
Pero aún desde posiciones políticas definidas, la prensa informa, denuncia y cumple un rol de fiscalía pública, especialmente en un país como la Argentina, donde la justicia suele estar fuertemente influenciada por los gobiernos de turno y donde la actuación “de oficio” de algún fiscal constituye una rara avis de infrecuente avistamiento.
Y por eso es necesaria, la sociedad en su conjunto la necesita.
¿Cuánto influyó Página12 para que se conocieran apenas algunos de los tantos episodios reñidos con la ética pública del gobierno de Carlos Menem?
¿Cuánto jugó Noticias en el caso Yabrán llegando al horror de un fotógrafo asesinado por el motivo que haya sido?
¿Cuánto ha aportado Martha Colmenares para que el mundo conozca en detalle los abusos del chavismo en Venezuela?
¿Cuánto está incidiendo la prensa no oficialista para que la ciudadanía conozca todos los oscuros entretelones del actual proceso kirchnerista que ya lleva 7 años?
El gobierno ha llegado al paroxismo de crear una prensa propia, y de sancionar una ley para que esa prensa de propio cuño sea la voz mayoritaria, y preferentemente, la única.
Una ley que incluso está hábilmente diagramada como para alcanzar el control y censura, de ser necesario, del llamado periodismo digital; es decir, portales y sitios de noticias de la Internet. Algo sobre lo que nos explayaremos en futuros artículos y que amerita una urgente revisión de sus alcances.
Y todo para hacer propaganda, perseguir opositores y darle preeminencia a una prensa que tendrá razón de existir únicamente mientras el régimen se mantenga en el poder, y de la cual subsistirá apenas un mínimo número de medios cuando lo pierda.
Sólo permanecerán los más hábiles; los que consigan torcer a tiempo el curso errático del actual apoyo a un conglomerado político empresarial que no tiene ideología ni adquirirá bronce alguno en la historia veraz.
Ningún gobierno de sentido diferente al actual sostendrá con recursos del estado al enorme conglomerado mediático prefabricado para pregonar la acción de un gobierno y, principalmente, para acusar a todo aquél que se le manifieste en contra.
Pero el sostenimiento económico y político de esos medios va acompañado de un ataque brutal sobre la prensa no adicta. Y eso es lo verdaderamente intolerable.
Por eso las actitudes de algunos medios alineados con el Gobierno son, para ser módicos en el calificativo, miserables. Y las actitudes de otros medios no alineados con el gobierno pero que privilegian su odio hacia Clarín antes que la solidaridad y el sentido común no son menos miserables.
Porque los ataques salvajes a la prensa son claros e innegables, y porque sientan un precedente siniestro para la actual etapa democrática 1983-2010, y es imperdonable que haya periodismo alguno que los avale.
Comparación por la opuesta
Tan sólo imaginemos un hipotético escenario futuro con un gobierno de signo opuesto al actual pero actuando con similar saña, reabriendo causas por delitos de lesa humanidad sobre periodistas ex militantes de la guerrilla, realizando ingentes esfuerzos en encarcelar a Horacio Verbitsky o Eduardo Anguita, y destinando enormes montos de pauta publicitaria oficial a insoportables medios de derecha especialmente creados para la propia propaganda.
Imagine usted a una radio despidiendo con cualquier motivo a Víctor Hugo Morales o cancelando caprichosamente el contrato de Eduardo Aliverti.
Imagine a un “bloguero de derecha” de innegables vínculos con el Gobierno escribiendo con pretendida gracia que va a ir a ametrallar TVR y a todos los que allí trabajan. ¿Suena inverosímil y siniestro, verdad? Pues es, simplemente, lo que hoy mismo está ocurriendo.
Habría que ser muy ingenuo para suponer que el ataque gubernamental se detendrá en Clarín y La Nación, tan ingenuo como suponer que no continuará la corrupción tanto en éste como en cualquier otro gobierno. Y desde esa certeza es que la prensa debe permanecer enhiesta para cumplir sus roles de investigar, informar y opinar.
El kirchnerismo no es el Reich de los mil años, pero está legalizando prácticas siniestras que podrían ser usadas en un futuro por cualquier otro gobernante con aspiraciones de iluminado y fundacional.
No puede hacerse un “sálvese quien pueda” aferrado a la teta oficial y avalando auténticas persecuciones. No se puede ignorar la enorme corrupción que salta a la vista.
Clarín ya nunca será el mismo luego las estocadas kirchneristas, y nadie duda que algunos cachetazos le vienen bien para modificar conductas reprochables, pero no es de buena gente callar mientras se sobrevuela en derredor de ese grupo esperando rapiñar abonados o lectores.
Y tampoco es inteligente inmolarse y caer en el descrédito por una causa antes mercantil que patriótica.
Fabián Ferrante