Hervé Algalarrondo es el vicejefe de redacción del semanario francés Le Nouvel Observateur.
Es un intelectual de izquierda que viene acometiendo la ardua pero constructiva tarea de la autocrítica, y ha incursionado en el tema “La Izquierda y la Inseguridad” con una claridad que asombra y con reflexiones que, en muchos casos, parecen haber sido formuladas antes desde Buenos Aires que desde París.
La izquierda contra el pueblo
Sostiene Hervé desde su libro Seguridad: La izquierda contra el pueblo, que una “cultura de la excusa” lleva a la izquierda a considerar como víctima al victimario, y a asumir la defensa de quien viola la ley antes que bregar por la seguridad y evitar que el delito se produzca.
Tratan de explicar al delito como hijo de la disparidad social, y rehúyen al desafío de luchar contra él.
Algalarrondo desmitifica la teoría de que una mejora de la situación económica traerá automáticamente aparejada una merma en los índices del delito, y pone como ejemplo precisamente a Latinoamérica, donde en los últimos años se ha producido un crecimiento económico importante pero los índices de delincuencia no sólo no disminuyen sino que en muchos casos se incrementan.
La izquierda privilegia la ideología al bien común y considera que las medidas de seguridad son “de derecha” o fascistas. Hervé acusa a las clases intelectuales parisinas de estar completamente disociadas de la realidad. No parece ser distinto a lo que vivimos aquí, cuando los intelectuales del régimen gobernante se escapan en profundas disquisiciones ideológicas mientras la gente en las calles sigue marchando y pidiendo que dejen de robarlos y matarlos. Realidades disociadas.
Existe un divorcio de la izquierda con las clases más humildes a las que dicen representar y privilegiar, ya que estas son, precisamente, las principales víctimas de la inseguridad cotidiana.
Para los ideólogos de izquierda, el nuevo proletariado, son los delincuentes, con lo cual traiciona a sus propias bases en nombre de la defensa de los que están "fuera de la ley". Los delincuentes estarían en situación de rebeldía contra una ley y un orden "injustos". Ellos son las víctimas. Con este discurso, la izquierda deslegitima totalmente la idea de represión al delito e, indirectamente, lo avala y fomenta.
Hervé acusa a la izquierda de sostener un “racismo policial”. Para ella, "los policías son siempre presuntamente culpables y los jóvenes delincuentes siempre totalmente inocentes". Esto explica que se movilicen y protesten por los casos de gatillo fácil o de abuso policial, pero nunca lo hagan por las víctimas de la delincuencia.
Afirma que "no se hará retroceder a la inseguridad sin rehabilitar a la policía" y que esta "necesita sentir el respaldo de todo el país pero, para los ideólogos de izquierda, eso es inadmisible porque reservan su compasión tan sólo para los delincuentes y no tienen ni una palabra de consuelo o aliento para los que trabajan, los que estudian o los que padecen por la delincuencia". Mucho menos para los policías caídos en cumplimiento del deber. Existe un divorcio entre el pueblo y las elites: en las zonas sensibles, la gente reclama más presencia policial.
Si recordamos algunas declaraciones en este sentido de la ministro de la Corte Suprema de Justicia Carmen Argibay Molina, importante exponente de esta línea de pensamiento, se reflejan de manera taxativa los postulados de Algalarrondo: decenas de minutos declamando sobre la condición de indefensión de los delincuentes, y un olvido sistemático de las víctimas.
El Partido de los Derechos Humanos
Sostiene el autor que cualquier gobierno que quiera luchar contra la inseguridad chocará invariablemente con lo que llama “El Partido de los Derechos Humanos”, que tiene una mirada candorosa hacia la delincuencia y prioriza un fantasma liberticida que les dicta que combatir a la delincuencia es “ser de derecha”.
Asimismo cita como ejemplo de coherencia al presidente de El Salvador, Mauricio Funes, que aún proviniendo de la ex organización guerrillera Frente Farabundo Martí no ha eludido el problema de la violencia delictiva en su país y ha sancionado una ley para combatir a las pandillas, con penas severas y decidida acción.
Notable que sea un intelectual de izquierda quien formula todas estas apreciaciones.
Desorden Local
En la Argentina gobiernan los Kirchner, que declaman por izquierda y gobiernan por derecha, pero los ideólogos del régimen, lo que acostumbramos llamar el think tank oficialista, son gente indudablemente de izquierda. Tanto sus políticos como sus intelectuales.
Hace escasos días asistimos perplejos a una situación de violencia en banda, en Palermo y durante los festejos por el día del estudiante.
Las imágenes de 30 o 40 jóvenes corriendo, robando, golpeando y atacando con armas blancas a otros jóvenes que pacíficamente se encontraban allí hacían recordar a los ataques perpetrados por habitantes de las favelas de Rio de Janeiro cuando bajaban en banda a las playas saqueando todo a su paso.
Descontrolados, agrediendo a propios y ajenos, incluso peleándose entre distintos grupos de pertenencia barrial o futbolística, ante la inacción de la escasa policía que se encontraba en la inmediaciones.
Las autoridades no protegieron a los muchachos que festejaban y estos fueron violentados por delincuentes, registrándose un importante número de heridos. No es diferente a lo que ocurre en las calles con los llamados motochorros, las salideras bancarias, los robos y arrebatos a los que el ciudadano se va acostumbrando como si fuera algo que no se puede solucionar.
El Gobernador Daniel Scioli cometió el sincericidio de “las manos atadas” y simplemente puso de relieve un panorama que se comprueba de manera cotidiana en el gran Buenos Aires: la policía comienza a actuar después de cometido el delito. No hay prevención, no hay disuasión por presencia policial importante ni controles de rutina; el delincuente tiene carta blanca y, si cuenta con la suficiente habilidad, podrá escapar y volver a delinquir.
El trabajo de Hervé Algalarrondo aplica perfectamente a esta Argentina kirchnerista donde el garantismo sólo garantiza impunidad para el delincuente y martirio para las víctimas, donde los derechos humanos son reconocidos y defendidos pero de manera selectiva, y donde el hombre de a pie que sólo trata de llevar una vida digna respetando la ley ha pasado a ser target de la feroz delincuencia, abandonado a su suerte por el régimen.
Fabián Ferrante