Muchísimas veces, y especialmente en nuestro país, escuchamos a simpatizantes de izquierda, centroizquierda, socialistas y/o progresistas quejarse de las dictaduras.
Las palabras más utilizadas por estos personajes son: represión, genocidas, terrorismo de estado, censura y la más común, “facho”.
Hasta aquí coincidimos, pero como ocurre desde la mismísima concepción de la izquierda, irremediablemente caen en la contradicción, aunque más que contradicción pasa a ser incoherencia.
Todos, absolutamente todos quines se identifican con cualquier tipo de izquierda —y aquí la primera contradicción, ya que no se entiende muy bien cómo puede haber tantos tipos de izquierda— defienden, o al menos simpatizan, con ciertos referentes de esta ideología, cuando son estos, precisamente, los primeros en imponer lo que dicen detestar.
La larga lista de estos “fachos” la debemos iniciar con Joseph Stalin, tal vez el más cruento y sanguinario dictador de nuestra historia más reciente, y la podemos continuar con Mao, Mussolini, Hitler, Tito, Franco y, por supuesto, con Fidel Castro y su hijo putativo y máximo aspirante a heredarlo, Hugo Chávez.
Un detalle interesante es que, casualmente, todos usan uniformes militares, incluso Fidel, que es abogado y jamás fue a un instituto militar, pero claro, como él hace lo que quiere, se autonombró comandante y se hizo militar. Otra paradoja más, ya que en general, los simpatizantes de izquierda odian a los militares.
Sin embargo, todos los simpatizantes de izquierda aman o simpatizan con Fidel Castro, el primer paradigma del autoritarismo, quien en cincuenta años encarnó una de las dictaduras más perversas de la historia, torturando y encarcelando a quienes sencillamente se atrevan a cometer el imperdonable pecado de no pensar igual.
No existe gobierno en Latinoamérica que haya violado los Derechos Humanos más que el de Fidel, no existe gobierno en Latinoamérica que haya hecho más terrorismo de estado que el de Fidel, no existe gobierno en Latinoamérica que haya censurado más que el de Fidel, no existe en Latinoamérica gobierno que haya perseguido, encarcelado y matado opositores más que el de Fidel. En definitiva, no existió, y podríamos asegurar que no existirá en la historia, gobierno más “facho” que el de Fidel.
¿Cómo se puede defender a un personaje tan siniestro cuando se dice defender la libertad de expresión, cuando se dice que se está en contra de la represión, cuando se dice que se está a favor de los DDHH?
¿Qué pasa en Cuba si alguien se anima a decir que está en contra del régimen castrista? ¿Qué pasa en Cuba si a alguien se le ocurre pedir elecciones libres?
¿Qué pasa en Cuba si a alguien se le ocurre fundar un partido político?
¿Qué pasa en Cuba si alguien desea salir de la Isla?
La respuesta es sólo una: sencillamente, y si tiene suerte, va preso, porque lo más factible es que lo “desaparezcan”, ¿le suena esa palabrita?
No es casual, entonces, que estos delirantes defiendan y reivindiquen a Hugo Chávez que, como dijimos, es su hijo putativo y su mejor alumno, además de aspirante al trono de máximo dictador de Fidel.
Pero hay algo más, que tienen en común estos personajes, y quedó demostrado este último fin de semana a través de otra payasada de Chávez, esta vez en el marco del seminario organizado por el Centro de Divulgación del Conocimiento Económico por la Libertad (Cedice), que cumplía 25 años, el frustrado debate entre Chávez y el escritor peruano Mario Vargas Llosa.
Los dictadores jamás se animan a debatir. Nunca, pero nunca, se van a a sentar y discutir frente a alguien que piense distinto.
¿Alguien vio alguna vez algún debate entre Fidel Castro y otra persona?
Yo, honestamente, nunca lo ví, y si hay alguien que haya tenido semejante privilegio, quisiera que me lo haga saber.
Lo único que hacen es vociferar, gritar, agraviar; eso sí, no se animan a decírselo en la cara a nadie, Como hizo Chávez con Vargas Llosa. Chávez, habló, gritó y desafió al escritor. Cuando este aceptó, el presidente de Venezuela desistió, pero no sólo eso. Instantáneamente aplicó otra de las reglas de izquierda, invertir la carga de la prueba, y no tuvo mejor idea que decir: “Yo puedo ayudar, tal vez moderando, pero el debate es entre los intelectuales de la contrarrevolución y ustedes, los patriotas, los hijos de Bolívar, de Juárez”, pretendiendo hacer creer que el que no quería debatir era el escritor peruano.
A todo esto, cualquier parecido con Néstor Kirchner, ¿es pura coincidencia?
Entonces, es inconcebible que alguien que diga luchar por las libertades de las personas, por la igualdad, por la justicia y, fundamentalmente por los Derechos Humanos admire, defienda e idolatre a alguien como Fidel, a quien podríamos denominar como el mayor estandarte de los dictadores y/o a Hugo Chávez.
Estas, no son más que algunas de las tantas contradicciones que tienen los simpatizantes de izquierda, aunque la mayor es, sin dudas, la de llamar facho a quien no piense como ellos.
Como todos sabemos, el término “facho” deriva de la palabra fascista. Ser fascista es, sencillamente, ser autoritario, imponer las ideas por la fuerza, dictador, totalitarista, precisamente lo mismo que es en la práctica la izquierda, por lo tanto, ¿quiénes son los “fachos”?
Para finalizar, y como claro ejemplo ilustrativo, podríamos citar a la señora Hebe de Bonafini, quien reúne en una sola persona todas las cualidades del “facho”.
Pablo Dócimo