Parado estoico junto a su madre que lagrimeaba frente al féretro, Máximo Kirchner entró en la escena de la política nacional durante los dos días que duró la despedida del ex presidente Néstor Kirchner.
Su rostro era prácticamente desconocido para el común de la gente hasta el jueves pasado, cuando se alzó como un férreo guardián de Cristina.
Ahora, todos los ojos dentro del Gobierno miran a ese muchacho de poco más de 30 años, cuya figura podría cobrar una dimensión distinta de la que venía ostentando hasta ahora.
Máximo era (es aún) el encargado de administrar los bienes del matrimonio Kirchner, sobre todo en la provincia de Santa Cruz.
Cero exposición, más bien una tendencia al bajo perfil que cultivó durante toda la presidencia de su padre.
Recién hace tres años, cuando nació formalmente la agrupación juvenil La Cámpora bajo su padrinazgo y tutela, en el Justicialismo no santacruceño empezaron a reconocerlo como un referente de la juventud.
No debería extrañar la enorme presencia de jóvenes en el último adiós a Kirchner, un dato que resaltó Cristina en el emotivo discurso de agradecimiento que ofreció por cadena nacional el lunes a la noche.
El ex presidente siempre intuyó que, luego de años de desmotivación y apatía, había una franja etaria en edad universitaria en búsqueda de un nuevo punto de referencia, un liderazgo que no se encuadrara en la izquierda dura.
Tuvo mucho que ver con esto, en el sentido de encontrar interlocutores de ese sector, la incorporación al kirchnerismo de los llamados movimientos sociales, que suelen contar con cuadros jóvenes de incesante trabajo territorial entre los sectores menos pudientes.
Según se comentó en su momento en el mundo K, Máximo estaba llamado a encargarse de esa tarea. Se rodeó de algunos muchachos con militancia en Capital Federal o Provincia de Buenos Aires, a los que les fue facilitando la llegada a diversos sillones del gobierno nacional o de otros ámbitos políticos y legislativos.
Sólo algunos nombres: Andrés Larroque, secretario de Reforma Institucional y Fortalecimiento de la Democracia, oficina que depende de Aníbal Fernández; Juan Cabandié, nieto recuperado y legislador porteño; Federico Martelli, secretario de Comunicaciones en Red del ministerio de Desarrollo Social; Mariano Recalde, presidente de Aerolíneas Argentinas; José Ottavis, secretario de la JP bonaerense; Iván Heyn, titular de la Corporación Puerto Madero. Todos estos cargos implican acceso a elementos de financiación para hacer política.
Este grupo de jóvenes solía reunirse con Kirchner en Olivos. Con él tenían, en verdad, mucha más cercanía personal y política que con Cristina. Al punto que, debido a la decisión de Máximo de no moverse de Río Gallegos, empezaba a crecer cierta sensación en el kirchnerismo respecto a que La Cámpora tenía un vuelo propio que trascendía la figura del hijo presidencial.
Incluso Kirchner valoró mucho, cuentan fuentes oficiales, la organización de aquel acto masivo en el Luna Park al que asistió apenas unas horas después de su última intervención coronaria.
Pero ahora Máximo cobraría una importancia decisiva en el esquema de poder que se reconfiguraría luego de la desaparición de su padre. Varias fuentes coinciden en señalar que el joven será, en principio, un gran sostén emocional para la Presidenta, algo absolutamente lógico. Pero además, va cobrando fuerza la tesis que ubica al hijo de Cristina como una suerte de consultor y mano derecha en cuestiones políticas, institucionales y de gestión.
Esta idea tiene sentido si finalmente Cristina prolonga la modalidad de tomar las decisiones importantes rodeada sólo de un grupúsculo de voces, una tendencia de los Kirchner que solía ser criticada aún por la tropa propia. Ya no estará Néstor, para muchos la voz cantante hasta la semana pasada.
En ese esquema Máximo podría sumarse a una mesa donde participan eventualmente Carlos Zanini, Oscar Parrilli y el jefe de Gabinete Fernández, un no pingüino que es una de las figuras con más poder en la Casa Rosada.
En las últimas horas, acaso anticipando este ascenso de Máximo, Aníbal definió al primogénito de Cristina con una expresión trillada pero destinada a ser título: "Hijo e´Tigre".
Quienes lo conocen a fondo definen a Máximo como un muchacho más bien tímido. Probablemente nunca haya podido hacer la vida de un chico común. Casi desde que nació, sus padres han estado en un primer nivel de exposición. Primero en la realidad política santacruceña y luego en el plano nacional. Cierto desdén por la apariencia física lo relaciona a su padre, un hombre que prefería el pantalón sport y la campera de cuero al traje y la corbata.
Máximo nunca tuvo, hasta ahora, experiencia alguna de gestión en el ámbito público. Este dato, más aquella propensión al bajo perfil, explicarían porqué ninguna fuente consultada lo sitúa como integrante formal de un eventual nuevo gabinete de Cristina.
Tampoco como futuro heredero del liderazgo paterno o de la habilidad de Kirchner para tejer y deshacer acuerdos y relaciones con casi todos los sectores de la vida institucional del país, lo que lo convirtió al ex presidente en el sostén real del Gobierno de su esposa.
A Máximo, en todo caso, se lo percibe dentro del oficialismo como una figura que en algunos casos podría actuar de filtro para llegar a la Presidenta, en otros podría ser una palabra escuchada, eventualmente un mensajero para tareas discretas.
Hoy por hoy, con el impacto por la muerte de Kirchner todavía fresco, tampoco parece factible la idea de un sector del peronismo patagónico de candidatearlo a la intendencia de Río Gallegos, desde hace tiempo en manos radicales.