Desaparecido Néstor Kirchner, en el escenario político afloran personajes y situaciones insólitas.
Rompiendo el capullo de la crisálida aparece su hijo Máximo Kirchner (“Osito” para su madre) como su alter ego, señalándoselo como sostén de la Presidente de la Nación, Cristina Fernández “viuda” de Kirchner.
El genuflexo entorno presidencial ya señala a Máximo, ahora mudado a la Residencia Presidencial de Olivos, como la persona que asumirá las funciones de su fallecido padre, abandonando la administración de las cuantiosas —y muy valiosas— propiedades que integran el exorbitante patrimonio presidencial.
Resulta llamativo que un joven de escasos 33 años de edad (nació el 16 de febrero de 1977) tan alegremente sustituya a quien cogobernaba el país, administraba los fondos públicos, disciplinaba opositores y castigaba a quien no compartiera su “visión de país”, además de ser Diputado Nacional, Secretario de Unasur, Presidente del Partido Justicialista e influyente hincha de Racing Club.
O bien Néstor reencarnó en su primogénito o era Máximo el verdadero cerebro detrás de la pareja presidencial. ¿De ninguna manera podríamos suponer que se trata de una ligereza más de la Sra. Presidente de la Nación, verdad?
Si bien el joven Máximo tiene el triste mérito de haber fundado La Cámpora, no ha dado muestras de otras aptitudes y capacidades que no fueren aquellas tareas de celosa guarda y cuidado de las propiedades adjudicadas a sus cleptómanos progenitores.
La mansedumbre que evidencian por igual simpatizantes y opositores de la familia regente deberían alarmarnos.
Esta tolerancia para someternos al irresponsable manejo del poder nos coloca en verdadero abandono a los ciudadanos no beneficiarios del clientelismo y el empresariado de amigos.
Fácil resulta colegir que el kirchnerismo siempre fue un paso adelante de sus opositores, siempre aprovechó cualquier resquicio para concretar sus aventuras políticas, por eso resulta imprescindible reflexionar sobre este nuevo cuadro de situación en el que aflora un nuevo factor de poder dotado de lábil personalidad, propia de un cínico o un idiota que sonreía en pleno velatorio de quien hasta el 27 de octubre fuera El Patrón del Barrio.
¿O sonreía por conocer las trapisondas urdidas por sus progenitores en torno al futuro de esta “republiqueta” bananera en que han convertido a nuestra querida Argentina?
Enrique Piragini