Treinta años distan de aquel lunes 1° de julio de 1974, cuando exactamente a las 13:15 horas dejaba su existencia terrenal Juan Domingo Perón. Quince días antes, el miércoles 12 de junio a las 17:15, la CGT y las 62 Organizaciones habían convocado una concentración en Plaza de Mayo para “ratificar su conformidad con la política desarrollada por el líder justicialista” (Edición extra de Siete Días, del 5 de julio de 1974). En realidad, la concurrencia fue la respuesta a un planteo formulado por el líder justicialista al mediodía, donde había advertido: “Cuando acepté gobernar lo hice pensando que podía ser útil al país, aunque ello implicaba un gran sacrificio personal. Pero si llego a percibir el menor indicio que haga inútil ese esfuerzo, no titubearé un instante en dejar este lugar a quienes lo puedan llenar con mejores probabilidades”. Sus palabras encerraban una profunda desazón, ya que el movimiento que conducía había entrado en la cuesta abajo de la escisión.

Un mes antes de esta última aparición en el mítico balcón de la Casa Rosada, el 1° de mayo, los militantes de Montoneros habían sido arrojados a palazos de la Plaza de Mayo por integrantes de las dos organizaciones mencionadas arriba. Poco después de la muerte del conductor, serían cazados a balazos bajo la atenta mirada de El Brujo e Isabelita: “López Rega se reúne con sus subordinados. Isabel Perón asiste a la reunión en la que el dinámico astrólogo se ha adueñado constantemente de la palabra. López Rega, finalmente, dice:

-Hay que hacerle la guerrilla a la guerrilla. Primero hay que liquidarles todos los cuadros de superficie. Estas son las listas. ¿Quiere verlas, señora?

La presidenta de la República asiente”. (José Pablo Feinmann, en la edición de Página 30 de septiembre de 1995). Y precisamente ése sería el principio del fin. 

¿Rompecabezas o caja de Pandora?

Hace exactamente un año, en este mismo espacio se presentó la figura de Perón como una complejidad digna de análisis dado sus ribetes cambiantes, y su posterior utilización por parte de sus supuestos herederos doctrinarios. “¿Qué Perón?¿El seducido por el delirante físico austriaco Ronald Richter, que le vende la idea de construir un enclave nuclear en Bariloche? ¿Aquel que escribe un obituario por la muerte del Che? ¿Cuál? ¿El del estatuto del peón?, ¿el de las leyes laborales?, ¿las nacionalizaciones?. ¿Ese que vive sus años finales en un universo paraesotérico o, el otro, que platica con Tachito Somoza y se abraza con el piloto nazi Hans Rudel? Perón doble, triple, quíntuple de cuerpo: tratando de sentar las bases de un proyecto autárquico, gritando “a los enemigos, ni justicia”, postulando la Tercera Posición , estableciendo relaciones con la URSS, reanudando vínculos con Cuba en 1973, negociando furtivamente con la P-2, comulgando y rompiendo con la Iglesia Católica, avizorando una Tercera Guerra Mundial que nunca llegó...”, según la exacta reflexión de Abel Gilbert en la revista citada.

“Militante menemista:

- Pará la mano, tarado. No vas a volver a romper las pelotas con eso que te gusta decir. Esa huevada, sí: que el peronismo tiene tantas identidades que no tiene ninguna.

 - ¿Vos sos peronista?

 - Claro que sí, carajo.

 - ¿Y qué es ser peronista?

-Mirá, puede que yo ya no sepa qué es ser peronista. Pero si todavía hay anitperonistas.......es porque el peronismo alguna identidad debe tener, ¿no?. Te maté, imbécil. ¿Cómo habría antiperonistas si el peronismo no tuviera identidad?

-Nombrame un antiperonista...

- ¡Alsogaray!

-Es el patriarca del plan económico de tu presidente peronista.

-¿Y qué hay? Eso es táctico, no es estratégico. El peronismo es contradictorio. Perón lo tenía de secretario privado a López Rega. ¿Sabés por qué? Porque López Rega era la CIA y Perón quería tener cerca al enemigo. Lo mismo pasa con Menem y Alsogaray. El chochan es el enemigo, por eso Carlitos lo quiere cerca. Porque es como Perón: astuto, piola, maneja las contradicciones. Y el peronismo es eso, pibe. Una contradicción. Una enorme contradicción. Como la Argentina. Porque, al fin de cuentas, el peronismo es eso, che: es la Argentina. ¿Y quién mierda entiende a este país?” (Feinmann, op cit).

En realidad, nadie. Por más que se intente descifrar esto, es inútil porque entra en el terreno de las paradojas. Y eso es harina de otro costal.

Leales, transversales y kirchneristas

“La trasnversalidad para mí es la idea de movimiento”, deslizó hace poco el ahora enemigo N°1 de Néstor Pingüino K, Eduardo Duhalde. Y estos, encolumnados en ese momento hasta con Luis D’Elía, se mofaron diciéndole que estaba al frente del Grupo Mausoleo, y el inefable Aníbal Fernández lo calificó de jarrón chino. Mientras que desde el otro lado de los Andes, Menem pontificaba que el gobierno de K es “izquierdista, no es peronista”.

“En realidad, transversalidad sería un intento de construir un aparato kirchnerista para deconstruir el aparato duhaldista. Una contienda que queda aplazada mientras Kirchner siga alto en las encuestas y la situación económica tienda a mejorar. Obviamente, cuando Derrida inventó la palabra deconstrucción ignoraba la existencia del movimiento peronista y de esa nueva mutación de movimiento vertical en transversal”, según la exacta definición de Viviana Gorbato.

Atomizado, girando alrededor de viejas glorias, perdido en la bruma de los recuerdos, o entre los fuegos hasta ahora verbales de la interna, la obra de ese militar y estratega político muerto hoy hace 30 años, se debate entre la nostalgia de lo que era y el dolor de ya no ser.