¿Cuál sería la función del historiador, si no es en definitiva, traer nuevamente a luz, los hechos del pasado? Y hoy quiero ocuparme del nuevo aniversario del Fallecimiento del Tte Gral. Juan Domingo Perón. Un hecho que seguramente pasará bastante desapercibido para la gran mayoría.
El 1 de Julio de 1974, fallecía en nuestro país, quien había sido la piedra angular de los últimos 50 años de historia Argentina. Porque Perón, denostado y todo, en definitiva marcó un antes y después en la historia de este país. No es mi propósito hacer en esta columna, un estudio y análisis sobre sus obras de gobierno, sino más bien resaltar, algo que a mi criterio es importante tener en cuenta, y es que con la muerte de Perón, sucedió en el país lo que Fukuyama preconizó (erróneamente o no) para el mundo entero: el fin de las ideologías.
Porque los dirigentes políticos que vinieron, no supieron o no pudieron generar un genuino pensamiento político que marcara el inicio de una nueva etapa en las ideologías políticas argentinas. La perinola siguió cayendo entre radicales y peronistas, pero ambos y especialmente estos últimos, solamente han salpicado la original ideología y sostén, de cuestiones personales, algunas de ellas en franca contradicción con su basamento filosófico.
Con la muerte de Perón, el país se encaminó definitivamente en la senda del enfrentamiento armado que desencadenó en lo que todos conocimos después.
El Peronismo es una fuente inagotable; si uno falla, enseguida surge otro que lo reemplaza y le brinda dinamismo. Esto lo leí de un comentario de Tomás Eloy Martínez y me parece adecuado. Y es así. Porque con la desaparición de Perón surgieron otros “ismos”, que le imprimieron sellos “personales” pero que en definitiva no plantearon novedades políticas ni originalidades.
Perón continuó cobijando aún después de muerto, cubierto por su halo de misticidad, el surgimiento de personas de las más distintas índoles que preconizaron continuar con su legado. ¿Pero realmente lo hicieron?.
Los periódicos de hace 30 años, muestran el impacto que produjo mundialmente la desaparición del líder y la curiosidad de encontrar a muchos derramando lágrimas frente a su féretro o acongojados por el luctuoso suceso y dos años más tarde tomar parte en el Golpe del 76. Pero también nos ilustran de las innumerables muestras de dolor de todo un pueblo que desde distintas zonas geográficas del país, confluyeron en Buenos Aires, para dar su último adiós al carismático líder.
Extraño juego el del historiador, que ve diarios viejos, fotos antiguas y no evita preguntarse si esas personas, retratadas en las mismas, si esa muchedumbre, protagonista de ese día, se hubiera imaginado alguna vez lo que estaba por suceder. Es que el pueblo a veces intuye pero no adivina. También escaparía a la razón pura imaginarse cómo seguiría la Argentina que estaba derrumbándose en ríos de sangre.
La cuestión final es que Perón, cuestionado y reprobado, supo ganarse el cariño de un pueblo a través de todo tipo de acciones y políticas, pero también el odio más recalcitrante de sus poderosos enemigos que frente a su féretro, reconocieron su grandeza de guía.
Dicen que cuando mueren los grandes líderes se rompen los moldes. ¿Será este un caso de ellos? En estos días algunos lo recordarán. Y hablarán de él grandezas, y se creerán depositarios de su íntimo legado. Por momentos imaginarán ser él mismo, desde una tribuna, un palco o en algún lugar frente al micrófono.
Es que ser “Perón” también se convirtió en el sueño del político. Como el chico que sueña con su juguete, el político sueña con su liderazgo. Y cuando escucha en sus oídos el aplauso de alguno de sus súbditos comprados mediante algún beneficio, cree construir la base de un nuevo movimiento político.
Considerándose indispensable, también soñará con que alguien lo recordará cuando su suerte lo abandone. Y en esa búsqueda de la gloria y el bronce, no descartará cualquier método.
Pero Perón, hubo uno solo. Y la Argentina, con su ausencia, aprendió en tristeza a vivir sin líderes, sin iluminados y sin guías.
Esa es la lección final que nos dejó la despedida de uno de los más grande hombres de nuestra historia.
El último estadista. Por cierto ese ciclo de violencia se inicia en 1955 cuando las oligarquías en asociación con otros sectores reaccionarios y antidemocraticos decidieron conseguir por las armas y el terrorismo lo que las urnas les habían negado.
El último estadista fue el Dr. Don Raúl Alfonsín, un líder carismático y democrático, Perón era un encantador de serpientes, facho, admirador de Mussolini y de Hitler, acomodaticio y ladrón. Cobarde cuando se escapó en la cañonera a diferencia de Allende en Chile. No merece ningún respeto, sólo desprecio.