El chismerío a nivel global encierra las mismas miserias que podrían exponerse en un pequeño pueblo.
Que el principal tema de los últimos días sea todo el cotorreo puesto en evidencia por una supuesta filtración de miles de correos electrónicos habla a las claras de lo trivial e inconsistente del ánimo humano. Pareciera que todo el mundo sufriera la bipolaridad que aqueja a nuestra presidente Cristina F. de Kirchner.
Lo más patético resulta ser que, tanto en nuestro país como en el resto del mundo, todavía alguien se asombre de que algo sobradamente conocido salga a la luz.
Seguramente nadie es tan cándido como para suponer que EEUU no sigue espiando a todos, en cualquier parte, como una especie de Gran Hermano avizorado por George Orwell en su obra “1984”.
¡Ahora nuestros funcionarios, y muchos otros personajes extranjeros, se rasgan las vestiduras como si se hubiese descubierto la pólvora!
¿Acaso en la Argentina, desde el 25 de mayo de 2003 y hasta la actualidad, durante el gobierno del matrimonio cleptómano alguien puede ignorar que se instaló en el poder un modelo sumamente eficaz y perverso perfeccionando el latrocinio y la corrupción? ¿Necesitamos que WikiLeaks nos haga saber que muchos en el mundo sabían que los KK son monstruos que sólo ansían acumular poder y riquezas? Puede haber algún desprevenido cándido e inocente que ignore cuál es la verdadera salud mental de la presidente?
Pareciera que estamos en presencia de una pareja infiel, tolerada por ambos dicha infidelidad, que se muestra sorprendida cuando un extraño les corrobora la inconducta del compañero.
¿Ignoraba quien lee estas líneas que el matrimonio KK se enriqueció ilegalmente? ¿Supone que el resto de la sociedad le cree al juez que los sobreseyó en tiempo record? ¿Supone que los ministros, secretarios y demás allegados a la asociación ilícita instalada en el poder kirchnerista son personas decentes que jamás tocaron un peso de coimas o sobreprecios o fondos del dinero público?
¿Le confiarían a De Vido o a Boudou el manejo de su cuenta bancaria? ¿Les comprarían un auto usado a Jaime, Timerman o Aníbal Fernández? ¿Les pedirían que les cobren un cheque y les traigan los fondos a los Secretarios presidenciales o a Guillermo Moreno?
¿Dejarían a sus nietitos en manos de Hebe o Estelita, Diana Conti o Felisa Micheli?
¿Confiarían su seguridad a Icazuriaga, Larcher o Randazzo?
¿Invitarían a vacacionar junto a su familia a Kunkel, Rossi o Pichetto?
¿Pondrían a administrar un quiosquito a Recalde Jr.?
Es por eso que todos los “destapes” que hoy parecen sorprendernos llevan ínsito el estigma del cornudo pusilánime que no ha querido admitir el engaño.
¿Qué nos podría sorprender del uso y abuso del leit motiv de los Derechos Humanos tan hipócritamente explotado por el kirchnerismo? ¿Acaso olvidamos las muertes por hambruna de nuestros hermanos aborígenes a quienes también se los asesina para seguir robándoles sus tierras? Tanto en Chaco como en Formosa y Misiones existe un genocidio que se lleva miles de vidas inocentes, en especial de bebés que no superan el año de edad, mientras desde el gobierno nacional y sus satélites se siguen distribuyendo fondos públicos para campañas políticas, megaemprendimientos y suculentas coimas, y lo más grave es que todos sabemos que eso sucede, con el agravante de que quienes tienen la obligación de aplicar la ley e investigar hechos de corrupción, se hacen los distraídos y saborean comiendo del mismo plato. Algo así como que “entre bueyes no hay cornadas”.
Tal vez por defecto profesional y por una quijotesca personalidad no confío en las apariencias ni me conformo con este estado de cosas. Ser abogado en un país donde no se respeta la ley es un verdadero trabajo insalubre, pero si a eso le sumo mi condición de buzo, que me hace escudriñar debajo de la superficie, se abre todo un gran espectro que dista muchísimo del conformismo que amodorra y narcotiza a gran parte de la sociedad.
Viene a mi memoria “El Rey Desnudo”, el cuento de Hans Christian Andersen en el que un rey obsesionado por lucir ropas únicas y originales fue persuadido por un par de estafadores para que vistiera unas ropas que, a la vez que bellas, eran invisibles para el vulgo y para los funcionarios que no estuvieran a la altura de sus puestos. Sus cortesanos, por miedo a estar en alguna de las dos categorías, aunque no veían las ropas no se animaban a decirlo y, en cambio, las alababan como si las vieran. El necio rey quiso que el pueblo apreciara sus fastuosas ropas y desfiló con ellas por el reinado. Nadie las veía pero, por no pasar por ingenuos o iletrados, todos simulaban verlas ya que el propio rey decía verlas. Hasta que un niño gritó lo obvio: el rey iba desnudo. El pueblo reaccionó reconociendo lo evidente. El rey con su séquito se dan cuenta que el pueblo tiene razón, pero ya no se podía retroceder y deciden continuar con la parodia, obcecada e irresponsablemente.
Ojalá no nos dañen aún más.
Enrique Piragini