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Peronismo y marxismo: la Disputa en la vanguardia (Parte I)

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EL DEBATE FAR-ERP SOBRE LA PRAXIS REVOLUCIONARIA EN LA ARGENTINA 1970-1971
EL DEBATE FAR-ERP SOBRE LA PRAXIS REVOLUCIONARIA EN LA ARGENTINA 1970-1971

El fenómeno social y político iniciado el 17 de octubre de 1945 vino a quebrar la armonía de las rígidas categorías teóricas del marxismo ortodoxo referidas al análisis de la sociedad. La irrupción de las masas obreras en el espacio público en aquella memorable jornada, generó una suerte de desprecio por parte de la izquierda tradicional que entendió que las personas que poblaron la Plaza de Mayo y otros ámbitos análogos en el interior de la Provincia de Buenos Aires y del país, no pertenecían al proletariado.[1] A partir del “ritual iniciático” del peronismo, apropiado luego como mito fundacional del movimiento por el propio Perón durante su primera presidencia,[2] un partido comunista anonadado encontraba en la estrategia de los “frentes populares” la justificación de su alejamiento de la clase trabajadora.[3]

 

El surgimiento del peronismo le trajo graves dificultades al marxismo local. Complejidades estas que demandaban un nuevo debate teórico en el cual poder explicar las razones que habían motivado que el proletariado se haya volcado al justicialismo y no se hubiese consustanciado con los ideales que ellos consideraban revolucionarios. Más allá de las posturas ortodoxas de Victorio Codovilla, antes y después de las elecciones de 1946, de sus intentos por explicar racionalmente las conductas del partido antes que las acciones concretas de la clase trabajadora,[4] habían aparecido sectores dentro de la izquierda que ya cuestionaban duramente la escasa amplitud de criterio del partido comunista. En muchos casos, a los herejes que se habían animado a cuestionar al partido, les cupo la expulsión del mismo. Este verticalismo, derivado de la hegemonía del estalinismo soviético, imponía las reglas y la “receta revolucionaria” a cada uno de los partidos comunistas en los distintos Estados del mundo.[5]

El debate interno en el seno de los partidos revolucionarios se remontaba a los orígenes del pensamiento socialista. La discusión provenía ya desde la división de la “primera internacional” entre el socialismo revolucionario y el anarquismo, por lo que demuestra que la pugna interna entre los sectores políticos radicalizados fue permanente. Con la oleada inmigratoria de los siglos XIX y XX estas cuestiones se trasladaron a la Argentina. Desde los orígenes del movimiento obrero local las organizaciones sindicales estuvieron divididas según el fundamento ideológico que las inspiraba. Anarquismo y comunismo se repartían la hipotética representatividad de la clase trabajadora.[6] Con el tiempo los principios doctrinarios en que estaban sustentadas estas organizaciones gremiales no pasaron de ser una herramienta teórica que justificaba un proceso de burocratización y profesionalización de la actividad política por parte de los dirigentes de la izquierda argentina.

La década peronista modificó estas estructuras, cambió las relaciones de producción y generó una mayor conciencia en la clase trabajadora. La mayor participación de ésta en el producto bruto interno, la posibilidad del acceso a todos los niveles de educación que tuvieron los hijos de los trabajadores, hizo factible, accidentalmente o no, una elevada participación política de amplios sectores de la población. Estos sectores, con un desarrollado nivel de conciencia social, fueron los que crecieron en los años posteriores al derrocamiento del peronismo.

La génesis de la lucha armada como experiencia de guerrilla urbana en Argentina a partir de 1969, estuvo signada por la confluencia en la misma de una amplia gama de ideas que pretendieron guiar los caminos del proletariado durante la segunda mitad del S. XX. El fortalecimiento de estas ideas y su opción por la violencia política, fue producto de un proceso que tiene sus raíces en la experiencia peronista que quedó trunca por el golpe militar de 1955. A partir de este trauma, y como resultado de la política instaurada por la dictadura del general Aramburu, fue creciendo un frente común de lucha social en el cual, a partir del derrocamiento de Frondizi, confluyeron peronistas proscriptos, católicos radicalizados e integrantes de una izquierda no tradicional que comenzaron a creer que la violencia era la única posibilidad de acelerar lo que se concebía como revolución nacional.[7] Estos herederos del Estado de Bienestar encarnado en el viejo peronismo fueron los que creyeron tener la oportunidad y la obligación moral de transformar el mundo en que vivían. El hecho que los uniera el mismo enemigo y los mismos objetivos no impidió su división ni las constantes discusiones sobre los fundamentos ideológicos que los inspiraban, por el contrario, los debates, las herejías y los dogmatismos estuvieron al orden del día.

El presente trabajo intenta indagar en esos conflictos, intenta preguntar nuevamente sobre esa etapa tan compleja y a la vez tan rica de la Historia Argentina. ¿Cómo se concilió la lucha armada propuesta por una vanguardia política con la experiencia peronista? Si el movimiento peronista nació fruto del resentimiento de clase,[8] y a su vez el componente de violencia fue mínimo y luego encauzado por el Estado peronista,[9] ¿qué atajos o desvíos fue tomando el peronismo en su intento de regreso al poder? La justificación de la violencia política de los años setenta fue abordada desde sus mismos actores en el contexto en que se desarrollaba la acción, un nuevo acercamiento a su forma de entender la época en cuestión, puede favorecer una mayor compresión de los hechos.

 

Conflictos y Rupturas 

El surgimiento del peronismo agitó nuevamente la pasiva existencia del comunismo argentino. Quienes comenzaron a observar con mirada crítica al dogmatismo partidario, también pudieron hacer una lectura diferente del movimiento peronista entendiendo que este fenómeno podía ser interpretado como necesario, y ligado a la etapa democrática-burguesa del proceso histórico revolucionario.[10] Pensadores como Eduardo Artesano, Abelardo Ramos y Rodolfo Puiggros, con diferentes matices, fueron vislumbrando el posible contenido revolucionario del peronismo, entendiendo que este movimiento popular iba más allá de la conducción del propio Perón. Sin dejar de considerarse comunistas, pero con una concepción más ligada a la posibilidad de la revolución nacional, estos autores concibieron al justicialismo como la herramienta para constituir una vanguardia que se encamine en las fases de la revolución.[11] El acercamiento del comunismo disidente a la identidad peronista estaba sentando las bases de una futura visión del peronismo como el único movimiento capaz de hacer factible la revolución nacional.[12]

Después del golpe militar de 1955, la izquierda argentina tomó rumbos impredecibles. Esta tendencia política se diversificó en una multiplicidad de interpretaciones respecto de los textos de Marx que hizo a su vez variado el análisis de la realidad social y política de la Argentina. La formación de lo que Oscar Terán denominó la nueva izquierda intelectual durante la década posperonista, tuvo una particular influencia en el campo político de los años sesenta.[13] De la antigua consideración del peronismo como un fascismo vernáculo, y luego de los avatares de la denominada resistencia peronista, muchos integrantes de la izquierda comenzaron a tener una visión mayormente comprensiva del fenómeno peronista.[14] Acompañados por el arribo de los textos de Gramsci y por la influencia de la Revolución Cubana, las jóvenes generaciones identificadas con las ideas del socialismo revolucionario optaron por la posibilidad de la revolución en el “aquí y ahora” en cada país antes que aceptar las reglas de hierro que imponían las etapas de la revolución mundial.[15] Desde las interpretaciones que Héctor Agosti hizo de Gramsci para elaborar su tesis de la “revolución interrumpida” en el proceso histórico nacional,[16] y aún con las críticas que este recibió de su discípulo por haber quedado encerrado en la concepción ortodoxa del partido comunista,[17] la evolución del marxismo crítico se acercó definitivamente al peronismo en un proceso de retroalimentación que conformó la idea de concebir al movimiento peronista como un movimiento revolucionario.

La renovación ideológica de los años sesenta, tanto en Europa como en América Latina, hizo posible el diálogo y la simbiosis de postulados hasta ese momento confrontados. Un ejemplo de ello fue la transformación de la Iglesia Católica de Roma que a partir del Concilio Vaticano II hizo profundas revisiones respecto de su doctrina y sus prácticas pastorales. Estos replanteos religiosos, que tuvieron un origen simultáneo en Europa y América Latina, pusieron su objetivo en el cambio radical de las tareas misionales de la Iglesia y dieron origen a las corrientes de un cristianismo radicalizado que entendía que las nuevas acciones misionales debían asumir un compromiso social y político. El cristianismo radicalizado y la izquierda crítica se ligaron en el accionar del laicado en general y algunos grupos religiosos en particular.[18] El Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo en Argentina fue otra muestra clara de la fusión entre el universo religioso y los sectores de la nueva izquierda política.[19]

La confluencia de las diversas corrientes políticas en el campo de la lucha popular a partir del golpe militar del general Juan Carlos Onganía, favoreció la unidad en la acción de protesta social convirtiendo a la dictadura arribada en 1966 en el enemigo a derrotar por parte de todos los sectores políticos. La unión táctica de los grupos políticos radicalizados estalló con el “cordobazo” y derivó en la organización de la lucha armada. La opción por la violencia fue avalada por la mayoría del espectro político y legitimada por un amplio porcentaje de la población.[20] La aparición de diversas agrupaciones político-militares que utilizaron la metodología de la guerrilla urbana, involucró a un marco de variados colectivos que actuaron con sustentos ideológicos diferentes pero con una clara analogía en sus metas estratégicas. El fundamento teórico de la praxis guerrillera englobaba principios variados que iban desde los postulados del marxismo crítico, transitando por el cristianismo, hasta la valoración del peronismo como el único movimiento popular capaz y necesario de hacer factible el camino al socialismo. Aún así en el seno de estas agrupaciones que luchaban por la concreción de los mismos ideales, el debate ideológico heredado de las antiguas pugnas izquierdistas se hizo sentir.

 

Debate de las FAR y el ERP: Ideología Universal o Realidad Nacional 

La discusión entre los miembros de estas dos organizaciones armadas reavivó las antiguas luchas de la izquierda argentina durante la etapa del primer peronismo. El devenir de aquella vieja pelea interpretativa del marxismo se hizo notar nuevamente entre lo que podríamos denominar izquierda nacional agrupada en las organizaciones armadas identificadas con el peronismo, y los componentes de un comunismo radicalizado que, si bien accionaba conjuntamente con los primeros, insistía en el viejo prejuicio respecto del peronismo como una expresión de la burguesía local.

El tema se había discutido con anterioridad, y si bien fue motivo de cierto desprecio por parte de posturas muy dogmáticas del partido comunista, cierta izquierda disidente, aún en 1970, miraba todavía con desconfianza al movimiento peronista. Lo cierto es que durante la segunda mitad de la década del sesenta, el movimiento nacido en 1945 se dividía internamente ya que algunos dirigentes sindicales junto a otros de la rama política habían dado origen a una concepción revolucionaria del peronismo.[21]

(Continuará)

 

Claudio Esteban Ponce


[1] Daniel James, 17 y 18 de Octubre de 1945: El peronismo, la protesta de masas y la clase obrera argentina. Desarrollo Económico, Nº107, vol. 27, Buenos Aires, octubre-diciembre de 1987. pp. 110-112.

[2] Mariano Plotkin, “Rituales Políticos, Imágenes y Carisma: Celebración del 17 de octubre y el imaginario peronista 1945-1950”. Anuario del IEHS, VIII, Tandil, 1993.

[3] La táctica del PCI frente al fascismo era conformar frentes con los partidos de la burguesía para detener los posibles avances de los autoritarismos de derecha. Al considerara al peronismo una suerte de fascismo, el Partido Comunista Argentino siguió las líneas rectoras del Partido Comunista Internacional.

[4] Victorio Codovilla, Batir al Nazi-peronismo, para abrir una era de libertad y progreso. Informe presentado en la Confederación Nacional del Partido Comunista, Buenos Aires, Anteo, 1946.

[5] Manuel Caballero. La internacional comunista y la revolución latinoamericana. Caracas, Nueva Sociedad, 1987. p. 39.

[6] Se debatía internamente en los sindicatos como responder a los gobiernos de turno y qué acciones debían implementar los trabajadores para defender sus intereses de clase. Véase, Julio Godio, La Semana Trágica de enero de 1919. Buenos Aires, Hyspamérica, 1985. pp. 18-23.

[7] Oscar Terán, (coord.), Ideas en el Siglo. Intelectuales y cultura en el siglo XX latinoamericano. Buenos Aires, Siglo XXI, 2004. p. 81.

[8] Daniel James, op. cit.

[9] Mariano Ben Plotkin, op. cit.

[10] Eduardo Astesano. Ensayo sobre el Justicialismo a la luz del materialismo histórico. Rosario, Edición del Autor, 1953. p. 23.

[11] Samuel Amaral. “Peronismo y Marxismo en los años Fríos: Rodolfo Puiggrós y el Movimiento Obrero Comunista 1947-1955”. En, Investigaciones y Ensayos 50, Academia Nacional de la Historia. Buenos Aires, enero-diciembre, 2000. p.179.

[12] Ibíd. p. 189.

[13] Oscar Terán, Nuestros años sesentas. La formación de la nueva izquierda intelectual en la Argentina 1956-1966. Buenos Aires, Puntosur, 1991.

[14] Ibíd. p. 52.

[15] Amaral, (2000), 182-190.

[16] José M. Aricó. La cola del diablo. Itinerario de Gramsci en América Latina. Buenos Aires, Siglo XXI, 2005. p. 59.

[17] Ibíd. pp. 60 y ss.

[18] Gustavo Morello. Cristianismo y Revolución. Los orígenes intelectuales de la guerrilla argentina. Córdoba, Universidad Católica de Córdoba, 2003. pp. 131-134.

[19] José Pablo Martín. Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo. Un debate argentino. Buenos Aires, Castañeda-Guadalupe, 1992. pp. 172-178.

[20] Liliana De Riz, (2000), p.102.

[21] John W. Cooke. La Revolución y El Peronismo. Buenos Aires, Ediciones A.R.P. 1968. pp. 5-11. 

 

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