Es indudable que dentro del Poder Judicial existen jueces dignos, honestos y valientes. Prueba de ello resultan las actuaciones de las jueces Dras. María José Sarmiento y Wilma López. Sarmiento se supo ganar la enemistad del kirchnerismo cleptómano cuando hizo lugar a una medida cautelar que trabó la apropiación de los fondos del Banco Central, y obviamente sufrió el escarnio de la propia presidente Cristina Fernández por cadena nacional, y hasta vio cómo su anciano padre era detenido. Párrafo aparte merece la malversación de caudales públicos cometida por el jefe de Gabinete de Ministros de la Nación, el incorregible Aníbal Fernández, cuando envió un patrullero al domicilio particular de la magistrada para presentar una apelación un día sábado. Más allá de este abuso de autoridad, se nota que el Contador Fernández olvidó sus lecciones de Derecho Procesal, si es que alguna vez rindió tal materia para obtener el supuesto título de abogado que dice tener.
Hoy la juez de instrucción Dra. Wilma López, una vez más dio muestras de idoneidad y coraje al detener al titular de la Unión Ferroviaria José Pedraza y otros vinculados a la investigación por el asesinato del joven Mariano Ferreyra.
Esta juez, a cargo del Juzgado Nacional de Instrucción nº 38, de muy bajo perfil, una de las jueces más prestigiosas y respetadas del foro local, después de analizar minuciosamente distintos elementos de convicción, sin alharaca y “hablando por sus sentencias” dispuso la detención del líder ferroviario para indagarlo y darle oportunidad de ejercer su defensa. La magistrada no se amedrentó por el tibio apoyo de algunos manifestantes que defendían al detenido en las puertas del Palacio de Justicia.
La entereza de la juez se puso en prístina evidencia no dejándose arredrar por aprietes recibidos desde el ámbito político y desde el interior del Poder Judicial. Como persona y como funcionaria ha tenido una conducta intachable, no prestándose a la complicidad connivente y procaz de la que hacen gala otros funcionarios judiciales que avergüenzan a sus pares. Resiste cualquier archivo y difícilmente puedan inventársele operaciones difamatorias.
Obviamente esta nueva estocada asestada al corazón del sindicalismo, demuestra que la impunidad no está garantizada para nadie —por lo menos en el fuero de la justicia criminal ordinaria de la Capital Federal— con abismal diferencia del contaminado fuero federal que se ha constituido en la vergüenza de la familia judicial.
La pifiada monstruosa que mostró la inoperancia de nuestro Ministro de Relaciones Exteriores en el tratamiento del affaire que pasará a la historia vinculado a la requisa del avión norteamericano, sumado a la gaffe del Ministro del Interior que sostuvo con su mejor cara de piedra que el avión comandado por los hermanos Juliá, detenido en España con 944 kg de cocaína (y algunos kilitos de Botox, para cerrar otro negocito paralelo aprovechando la amplia capacidad de la aeronave) había cargado el material estupefaciente en Cabo Verde, África, ni siquiera despertó una frase de arrepentimiento desde la Casa Rosada. Hoy no caben dudas que las relaciones con EE.UU. están muy dañadas, y que la droga se cargó en Morón, fallando todos los controles gubernamentales.
Así como no todos los jueces son iguales, ni todos tabulan las excarcelaciones —como alegre e irresponsablemente sostuvo la Presidente de la nación— tampoco son iguales todos los sindicalistas, ya que la gran mayoría de ellos trabajan leal y legalmente defendiendo los intereses del sector que representan.
Estos indicios hacen renacer las esperanzas ciudadanas por lograr no sólo el esclarecimiento del homicidio del joven Mariano Ferreyra, sino también separar los dañinos elementos que perjudican la vida en sociedad.
Resta ahora determinar la responsabilidad de aquellos que liberaran la zona para que los agresores del joven militante del partido obrero vieran truncada su vida, y esos están fuera del área sindical sentados en sus cómodos sillones de los poderes ejecutivos nacional y bonaerense.
Esperemos que la Justicia también avance sobre ellos.
Enrique Piragini