Las revueltas populares contra las dictaduras en el norte de África son una ola que genera una esperanza mundial. Por supuesto que el futuro en esos países está lleno de incertidumbres, pero hay algo seguro: las dictaduras en Túnez y Egipto terminaron, y otras están hoy heridas de muerte. Quizás en pocas horas enterremos alguna más.
En Cuba el descontento de la ciudadanía es pavoroso, donde resulta evidente que entre la propia clase gobernante no hay ninguna fe en que el régimen pueda democratizarse, y ya no tienen un Bush para enfrentarse sino un Obama. Solo falta que se cruce el umbral de la protesta masiva. Como ocurrió en 1989 en Europa del Este y ahora en África del Norte, las dictaduras caen cuando se rompe el miedo a la protesta en la calle, cuando el descontento individual se organiza colectivamente pues se pierde el miedo a identificarse como un opositor.
Es en ese momento donde se ponen a prueba las dos instituciones de control principales de la dictadura: las fuerzas armadas y los medios de comunicación oficiales. Si comienzan las protestas en Cuba, la primera línea represiva del régimen serán los cuadros partidarios y la policía política, tratando de evitar la presencia directa de los militares en la calle frente al pueblo. Si las protestas adquieren entidad, es decir, si la gente va rompiendo ese miedo a revelar en público su disidencia vital con el régimen, en algún momento los militares van a tener que decidir utilizar o no la fuerza. Pueden elegir la opción de China, de Burma o de Libia, y disparar, o pueden elegir la opción de los militares egipcios y no hacerlo. En apariencia, los militares serían el sector del régimen más respetado por la población, pero frente a las protestas masivas deberán elegir defender o no a la dictadura, de la que son obviamente los principales beneficiarios.
El otro sector clave del estado son los medios de comunicación, en especial la televisión pública. Cualquier fisura en el monopolio discursivo del régimen alentará la revuelta, y la nacionalizará. La caída de Honecker en Alemania Oriental, de Ceaucescu en Rumania, y la resistencia frente al golpe contra Gorbachov, tuvieron en la televisión un actor central. También el intento de golpe en España, hace treinta años, fue detenido entre otras cosas por la valentía de los empleados de la televisión pública española. Las revoluciones democráticas triunfantes son capaces de penetrar el espacio mediático audiovisual, que es actualmente el principal lugar de encuentro del pueblo en un país. Los corresponsales internacionales basados en Cuba están relativamente controlados por el castrismo pero frente a un torbellino de acontecimientos seguramente no dejarán de cubrirlo. De hecho, llevan décadas esperando poder hacerlo.
En abril próximo el Partido Comunista realizará su VI Congreso. Dado que es muy improbable una revuelta de dirigentes partidarios, nada cambiará demasiado nos dice la historia, pero está sirviendo para contener las protestas, argumentando que ya el Partido va a instrumentar un cambio desde arriba. El problema adicional que tiene la democracia cubana es que gran parte del establishment mundial prefiere un lento cambio desde arriba a una incierta insurrección desde abajo que pueda generar una situación de gran inestabilidad, incluso violencia, y un fuerte golpe migratorio sobre los Estados Unidos.
Ben Ali gobernó Túnez desde 1975 y Hosni Mubarak también desde ese año. Eran dictaduras personalistas de casi treinta años. Los Castro en Cuba reinan desde hace más de cincuenta años. La transición a la democracia será mucho mejor y más genuina si la iniciativa del cambio viene desde el pueblo, desde la calle, y no desde negociaciones en el interior del régimen o con factores de poder internacionales.
La trampa del régimen es que las protestas sean violentas. Pero en el pueblo cubano hay una historia de disidencia heroica y no violenta contra el régimen desde hace cuarenta años, desde que comenzaron a hacer seminarios de derechos humanos a fines de los sesenta. Este es el momento de que esa tradición disidente se encuentre con el pueblo masivamente en las calles. Así todos los gobernantes de América Latina serían electos por sus pueblos, por primera vez en su historia.
Fernando Javier Ruiz
CADAL