Como pruebas geológicas y biológicas de la inexistencia de dios creador alguno, podemos decir que, si un ingeniero humano se viese abocado a diseñar un planeta ideal para ser habitable por el hombre, desde ya que estaría muy lejos de adoptar un modelo como nuestro globo terráqueo con todas sus imperfecciones, injusticias y horrores.
Por supuesto que se trataría de distribuir mucho mejor los continentes, océanos, mares, ríos, arroyos, lagos, y napas subterráneas para un aprovechamiento racional por parte de los seres vivientes a instalarse luego.
Lo mismo haría con las tierras ubérrimas y con los paisajes para la recreación.
Si algún día, la técnica humana fuese capaz de construir un décimo planeta solar utilizando para ello materiales dispersos como los asteroides, por ejemplo, sin duda no incluiría en su planificación a los desiertos, suelos estériles, ni extensas tierras que rodean el Ártico, ni el continente Antártico. Los continentes serían, por ejemplo, circulares y perfectos cuyas costas se hallarían protegidas con materiales indestructibles para evitar la violenta abrasión. Las aguas formarían quizás tan sólo canales en lugar de mares u océanos; el régimen de precipitaciones pluviales estaría perfectamente regulado, de modo que región alguna padeciera de intensas sequías con la consiguiente mortandad de seres vivientes por hambrunas, ni excesos de lluvias, granizo o nevadas,… o en todo caso alguna otra forma de irrigación de los suelos sin necesidad de apelar a las precipitaciones pluviales.
Tampoco cabría en la cabeza de los ingenieros del futuro, un cuerpo planetario con actividad volcánica, ni sísmica y ni siquiera con un eje inclinado que hiciera variar drásticamente el clima con sus consecuencias letales para muchos seres vivientes.
Eliminarían toda posibilidad de erupciones volcánicas, terremotos, maremotos, tifones, el peligro de las tormentas eléctricas que en el pasado cobraban sus víctimas con los rayos mortales, y asegurarían un clima benigno y constante de polo la polo, quizás mediante desniveles en las alturas de los continentes y mediante corrientes atmosféricas perfectamente reguladas que calentarían los polos y enfriarían la zona ecuatorial.
No entraría en los cálculos la posibilidad de olas de intenso frío ni abrasadoras olas de calor, que en nuestra querida (a veces malquerida) Tierra, de vez en cuando cobran sus víctimas.
Por tratarse de un planeta rodeado de una liviana masa gaseosa (atmósfera) con motivo de nuestra adaptación a respirar oxígeno aéreo, tratarían de que poseyera menor gravedad que la Tierra, para evitar así fatales accidentes de los seres vivos pesados y sin alas tal como ocurre en nuestro querido (muchas veces mal querido) globo por causa de caídas bruscas.
Crearían un reciclaje perpetuo de los elementos indispensables para la vida como el oxígeno y el agua, y garantizarían así su continua producción en la medida de su pérdida para evitar el gradual deterioro de las condiciones ambientales, así como mediante otras técnicas impedirían el envejecimiento del Globo.
Tratarían de obtener tierras tan ubérrimas para los cultivos ayudadas por un clima siempre benigno, que el hambre fuera imposible en este hoy maldito planeta; un ambiente ideal con superabundancia. Todo estaría previsto allí. La protección de las criaturas sería lo prioritario.
La fauna comestible, con sus ojos suplicantes ante el matador dispuesto a comer sus carnes, quedaría en paz, mediante la producción de carne sintética, sin necesidad alguna de matar animales como alimento.
La ingeniería genética, por su parte, planificaría animales exclusivamente vegetarianos. Haría desaparecer a los carnívoros depredadores en un planeta justo, donde ningún ser viviente se viera obligado a sobrevivir a expensas de otro ser vivo sensible.
Y esto no es todo, por supuesto. La sana ingeniería genética diseñaría una Humanidad del futuro pacífica, más inteligente, sin inclinación hacia maldad alguna.
Diría: “¡Basta a la dualidad del bien y el mal inventada por un supuesto dios chapucero indolente! (como un injusto lastre que se halla enraizado en la naturaleza humana). ¡Basta de odios, agresiones, territorialismos y vicios de todas las especies habidas y por haber!
Dejaría en el mundo tan sólo el bien, y al maldito mal ¡que de una vez por todas lo parta un rayo! Esto por haber sido un craso e injusto error del “creador” (para los creyentes); un “error” de la naturaleza ciega, para los no creyentes.
El mal, cual posibilidad injusta que siempre acompaña en las sombras al bien para pegar oportunamente el zarpazo, sería borrado definitivamente por la sana tecnología. Desde su misma raíz genética, el hombre del futuro tendería sólo hacia el bien. Se trataría de un diamante tallado, perfeccionado por sí mismo, obra superior a la actual atribuida a cualquier deidad admitida como creadora de un mundo injusto, que permite el mal sin límites.
Todo esto no es pura utopía, vana ilusión futurista, trasnochada lucubración, vanagloria o soberbia humana de mi parte. Por el contrario, se trata de un futuro posible al que se está arribando rápidamente mediante la ciencia y la tecnología.
En el terreno astronómico, los avances son tan espectaculares como en el biológico.
La ingeniería espacial promete tanto como la ingeniería genética.
El propio planeta Tierra (un verdadero descalabro en múltiples aspectos sin dios perfecto creador alguno) puede ser perfeccionado junto con su flora y fauna si el hombre logra superar sus diferencias ideológicas sin autodestruirse como especie.
Si se impone la cordura y la solidaridad universal en una sola patria: El planeta tierra, puede ser este perfeccionado junto con su flora y fauna si el hombre abandona esas malditas divisiones territoriales que han costado tantas luchas, sangre de inocentes (niños, adultos y ancianos), sin autodestruirse como especie y unirse en una nación única, quizás denominada: Los Estados Unidos del Planeta Tierra.
Se podrán recobrar tierras aptas para los cultivos respetando la bendita Ecología mejorada. Se regulará el régimen de las lluvias; se controlarán las catástrofes climáticas y las geológicas; será necesario superar todas las diferencias sin autodestruirse como especie.Todo el orbe (mal formado por una naturaleza ciega al azar) puede ser transformado, perfeccionado; regulada su población humana acorde con los recursos económicos; vencidas todas las enfermedades habidas y por haber; asegurada la longevidad para todos los hombres de bien… y mucho más. Y todo esto obligatoriamente. No habrá más alternativa si la Humanidad desea sobrevivir. La propia índole del hombre deberá ser transformada desde su base genética.
Corolario: toda esta “utopía” es lo que propongo, yo, simple gusanito del universo. El resto corre por cuenta de la gente que detenta el poder.
El razonamiento es el que sigue:
Si el hombre, “criatura de dios” según se dice, es capaz de concebir y de formar un mundo mejor que el que supuestamente ha creado un presunto creador, ¿a qué categoría queda reducido dicho divino hacedor? Y… de paso podríamos decir que si se logra un mundo mejor por parte de la acción del hombre, deberíamos decir entonces irónicamente, sin temor a equivocarnos, que: ¡la criatura ha superado a su creador!
Verdaderamente, o se trata de un ser poderoso a medias a quien la materia-energía del universo se opone a cada paso, no le responde; un ser limitado o más bien ¡chapucero! o por el contrario hay que admitir que tal ente creador, organizador y gobernador del universo ¡terminantemente NO EXISTE! Y por eso yerran todos aquellos que admiten como una ciencia a la teología, que es a todas luces una mera pseudociencia.
Y… ¿Qué nos queda entonces, huérfanos de todo dios? Lo siguiente: Unirnos todos en una sola patria: El Nuevo Planeta Tierra. Ser mejores en todo, más justos, mansos. Destruir todas las armas. Progresar en las Ciencias, mejorar este calamitoso mundo; vencer todas las enfermedades habidas y por haber; obtener niños y adultos sanos psicosomáticamente; mansos, poseedores de todas las virtudes… en pocas palabras recrear un mundo mal formado; sin dioses de ninguna naturaleza que permitan el mal.
Ladislao Vadas