Leyendo el diario Clarín del 17-4-11pudo apreciarse: “La Fuerza Aérea confirma casos de OVNIS en el cielo argentino”. “Integrada por pilotos, meteorólogos, médicos, psiquiatras y gente del INTA, la Comisión de investigaciones de Fenómenos Aeroespaciales estudiará las apariciones. El país se suma así a una tendencia mundial. Creó una comisión especial para investigar el fenómeno.”
Puede admitirse que la historia de esta nueva creencia comienza en el año 1947; para ser más precisos el 24 de junio, cuando un piloto civil estadounidense creyó divisar desde su avión en pleno vuelo, nueve discos sobrevolando el monte Rainier de 4.394 metros en el estado de Washington; un cono volcánico que aún despide vapores sulfurosos y posee 14 ventisqueros. Como estos objetos le hacen recordar a dos platos unidos por su parte cóncava, el nombre que se le ocurre para describirlo en su relato es Flying saucers (platos voladores).
A partir de entonces, se multiplicaron las observaciones aunque algunos autores sobre el tema aseverarán que ya se venían realizando avistamientos desde 1944.
Pero en realidad, se comenzó a centrar la atención sobre el tema a partir de 1947. Toda otra fecha que se pueda considerar lo ha sido después del avistamiento del piloto estadounidense. Es decir que, una vez encendida la chispa, se comenzaron a relacionar con esos objetos no sólo los avistamientos recientes, sino incluso, los relatados en los libros antiguos; esto a medida que la fértil mente humana fue meditando acerca de los “platos voladores” relacionándolos con naves extraterrestres durante el transcurso de los años.
Hoy, a 64 años de distancia de esa pequeña chispa encendida, ya tenemos una asombrosa literatura, siempre muy vendible, de gran éxito dada su atracción magnética que ejerce sobre todo público, tanto de masas como intelectual.
Montañas de libros sobre el tema que fueron apilados, podemos observar en diversas bibliotecas del mundo que tratan de este fenómeno psíquico tan explosivo, fenómeno tan sólo comparable al nacimiento de las diversas creencias religiosas en la antigüedad.
Jacques Vallée en su obra Fenómenos insólitos del espacio, en su edición de 1966, menciona en su bibliografía nada menos que 360 títulos sobre el tema. Esto hace 45 años. Si agregamos hoy día todos los que se han escrito posteriormente ¡qué montaña de libros podríamos apilar! Fenómeno sólo comparable quizás al nacimiento de las diversas creencias religiosas de la antigüedad en todo el orbe.
La imaginación humana trabaja constantemente, sin descanso, y la pléyade de escritores que se sintieron inclinados hacia el tema, tuvieron oportunidad de explayarse a gusto con la seguridad del éxito (de fama y monetario).
Tan explosivo y fascinante ha sido esto, que incluso costó la vida de un piloto estadounidense, el capitán Thomas A. Mantell a quien le fue ordenado desde la base aérea de Godman a perseguir un supuesto objeto redondo y resplandeciente subiendo a más de 6000 metros de altura donde sufrió un desmayo que le costó la vida por no llevar equipo de oxígeno, mientras que el supuesto plato volador era sólo un espejismo, una refracción del sol en los cristales de hielo a gran altura, aunque existe otra explicación que dice que se trataba del reflejo del planeta Venus en las nubes.
Este suceso produjo una gran conmoción, pues comenzaron a circular versiones que indicaban un ataque por parte de la “nave extraterrestre” que habría fulminado al arriesgado piloto.
Todo lo que ocurrió luego, es fruto de la imaginación humana. Las gentes comenzaron a divisar cosas que antes pasaban inadvertidas.
Por su parte, el espacio es realmente surcado por objetos de los más diversos, o es posible visualizar objetos aparentemente fijos. Hasta aquí lo real; por otra parte está la imaginación humana que una vez encendida, aunque más no sea por una idea inconsciente de que alrededor de nuestro planeta se hallan rondando “naves extraterrestres”, comienza a relacionar todo lo que ve volando y no entiende, con esa idea.
Esta posibilidad de fantaseo en este sentido, estuvo durmiendo durante milenios en el seno de la humanidad, y bastó una idea original cultivada ya años atrás por los escritores de ciencia ficción y llevada al terreno práctico con el nombre de “plato volador” (para los españoles “platillo volante”) para que el mecanismo se pusiera en marcha. Estimulado el público por la prensa sensacionalista, las revistas y los libros sobre el tema que comenzaron a aparecer, empezó a avistar objetos voladores por doquier, como pájaros en bandadas, los planetas Venus y Mercurio que aparecen moverse sobre el horizonte al atardecer o de madrugada; papeles remontados por el viento, aviones, globos de papel, globos sonda, “babas del diablo” (copos de seda producidos por diminutas arañitas, echados al viento), formas extrañas de nubes, ilusiones ópticas como luces a través de los cristales de los vehículos, a veces proyectados en formación, reflejos de la Luna y algunos planetas en ciertas condiciones atmosféricas de refracción, luces de ciudades, reflectores, etc., aerolitos que rozan nuestra atmósfera y un pequeño porcentaje de fenómenos atmosféricos raros como algunas centellas globulares y otros aún desconocidos en sus mecanismos de formación, pero de naturaleza eléctrica desde el momento en que alteran cierto instrumental como las agujas magnéticas; son todos avistamientos que en décadas pasadas han sido relacionados con seres extraterrestres del tipo humanoide u otras formas, al punto que hay personas que se hallan totalmente convencidas que estamos siendo vigilados o estudiados mediante naves de las más diversas formas, tanto en el pasado como en el presente.
Puesto que lo que se aprecia en el espacio, es de lo más heterogéneo, es lógico que la figura clásica del plato volador no tenga la exclusividad de ser la nave extraterrestre, sino que se “han visto” cigarros voladores horizontales y verticales; rollos, panales como los que fabrican las abejas, bolas de luz, cilindros o tubos y hasta especies de vagones, discos con cúpula alta o sin cúpula, formas de medusas o paraguas o de trompo; de huso con paneles, de lápiz, de bastón, etc. Así surge la sigla OVNI que reemplaza al clásico “plato volador” (para los españoles: “platillo volante”).
Posteriormente, con el advenimiento de la era espacial, se vino a sumar a todos estos objetos aéreos, la chatarra espacial: restos de cohetes que al perder altura abandonan sus órbitas para precipitarse a tierra, y los satélites artificiales que surcan continuamente el espacio y son bien visibles como estrellas errantes. En la actualidad, se calculan por miles los satélites artificiales que surcan el cielo alrededor de la Tierra.
Cuando la gente se halla preparada, predispuesta o quiere ver algo, a veces lo ve en realidad o mejor dicho cree verlo, y en esto consisten los trucos del ilusionista. La psicología experimental, por su parte, lo corrobora en múltiples pruebas.
Si antaño se avistaban por casualidad toda clase de objetos en el espacio, a nadie le llamaba tan poderosamente la atención como en la época de “los avistamientos” durante la “era de los ovnis” cuando “se tenía conciencia” de que “naves extraterrestres” estaban rondando por nuestra atmósfera, y con toda seguridad esos avistamientos eran mejor analizados y explicados que durante esa era.
Existe la denominada psicosis colectiva en que todo el mundo espera ver lo que todo el mundo comenta; lo desea ver y cree verlo en realidad; a su manera es cierto, porque la idea de vida extraterrestre es tan fascinante, que se pierde la noción de realidad ante una luz que avanza silenciosamente de frente por el espacio y que a la postre resulta ser un desilusionante avión. Pero, en un primer momento la emoción embarga y se señala a todo el mundo el acontecimiento, más si no hay tiempo para esperar a que pase el avión, el observador se aparta del lugar con la sensación de haber avistado una nave extraterrestre.
Lo mismo ocurre cuando un observador o varios ven pasar a un globo sonda a gran altura que puede ser confundido en pleno día con un astro como Venus, por ejemplo, que se desplaza; o no poseen un telescopio para investigar; entonces quedarán convencidos de por vida de que aquello era un plato volador si es que han sido lectores sobre el tema o se hallan al tanto de la “oleada” del momento difundida por el periodismo.
Lo mismo que los astrólogos que dicen ver “señales” en el cielo o constelaciones que representan figuras zoomorfas, o pasos o posiciones de planetas, e interpretan esos signos como indicadores del destino de cada individuo, así también la ufología (estudio de los U.F.O.: unidentified flying object) interpretan a los avistamientos de objetos de los más diversos en el espacio como las naves extraterrestres, haciendo mayor hincapié en los hechos inexplicables como los objetos globulares que producen alteraciones en nuestro instrumental, apresurándose a afirmar que únicamente y sin más se trata de dichas naves, en lugar de tener un poco de paciencia a la espera de una investigación a fondo que permita develar la naturaleza de tales fenómenos que son los más escasos dentro de todo el maremagno de hechos recopilados.
Todo esto se ve recopilado por la rica fantasía humana que agrega a esos objetos no identificados ventanillas, pies para posarse y todas otras características de una nave espacial, y más se complica todo cuando entran en juego las inevitables patrañas de los pseudocientíficos.
Inventos imaginativos, a veces ingenuos que van mucho más allá de las descripciones de simples naves y se atreven a describir extraterrestres gigantes, enanos verdes o con trajes de brillo metálico, bellos o feos, pero siempre con aspecto humano o humanoide, lo cual denota en todos los casos la falta de conocimientos astronómicos y biológicos del inventor de la patraña.
Existen personas totalmente convencidas de que los 0VNI son artefactos de extraterrestres y no faltan quienes insinúan que pueden provenir de nuestro vecino Marte o de Venus relacionando incluso los acercamientos de Marte a la Tierra en sus oposiciones con las denominadas “oleadas de avistamientos” aunque ya bastante acallados hoy después de los informes suministrados por las sondas de la serie Mariner y de la serie Viking, que han echado por tierra toda ilusión de hallar vida en el planeta rojo al demostrar mediante gran número de fotografías que los canales marcianos (supuestas obras de ingeniería por parte de los alienígenas) son un mito; que se trata de un planeta de superficie muy erosionada con cráteres semejantes a nuestra Luna y seco, sobre todo por el informe terminante de la base de seguimiento Pasadena (California) fechado por la agencia noticiosa (EFE) el 1º de junio de 1977 en que se dice que “las naves del proyecto espacial Viking 1 y 2 pusieron fin a los experimentos biológicos en la superficie de Marte sin haber detectado síntoma de vida alguno”. (Diario La Nación 15-8-76, pág. 5).
Como se sabe, el Viking 1 descendió en Marte el 20 de julio de 1976 y su principal misión era detectar formas de vida mediante un laboratorio para analizar muestras del suelo marciano recogidas con órganos articulados, lo mismo que el Viking 2.
También quedó destruida la teoría de que las lunas de Marte: Fobos y Deimos, podrían ser plataformas espaciales creadas por extraterrestres, pues en la fotografía enviada por la nave madre del Viking 1 y publicada el 29-7-76 es posible apreciar claramente que Phobos es un cuerpo natural de forma irregular con cráteres como los que presenta nuestra Luna.
Todo lo que está sucediendo en la exploración del Sistema Solar, corrobora mis aseveraciones desde el punto de vista biológico referentes a que la vida es un fenómeno nada común en el Universo (aunque natural, sin dejos de creacionismo divino alguno).
Retornando al mito de los “seres alienígenas que nos visitan periódicamente”, sólo cabe repetir que la vida es un fenómeno nada común en el universo. Así como sucedió con la Luna, Marte, y sucederá en Venus y los restantes planetas y sus lunas; la desilusión para aquellos que esperan hallar vida afuera de la Tierra, será muy grande, pero la astronomía continuará avanzando y esto es lo importante, aunque lo haga un poco lentamente.
No obstante, muchos de los que creen en los platillos volantes (platos voladores para los argentinos), quizás no se convenzan jamás, para continuar escribiendo y realizando películas defendiendo sus tesis porque los escapes imaginativos fuera del ámbito estricto de la Ciencia Experimental, son infinitos.
Quien escribe sólo quiso ilustrar sobre este tema a todos aquellos que poseen dudas sobre tanta charlatanería que inundó e inunda los mercados de libros y revistas en el mundo entero.
Ladislao Vadas