El caso Candela ha desnudado, una vez más, el lado más abyecto de algunas personas y funcionarios inescrupulosos.
En un asunto tan sensible a los sentimientos de toda una sociedad, que se mantuvo en vilo desde que se tomó conocimiento de la desaparición de la niña de once años, hasta el momento de su absurda muerte, cabía suponer que no se mostraría tamaña desfachatez y burla como para pergeñar una inconsistente y bizarra trama en procura de “esclarecer” el monstruoso suceso.
Sin embargo, nuestras fuerzas de seguridad, con la complicidad de algunos miembros del poder judicial, no tuvieron el menor empacho en montar una escena para engañarnos.
Así, de la noche a la mañana, aparecieron cinco supuestos responsables, raudamente detenidos, a los cuales se les sumó el sexto “perejil” al cual se le endilgó el asesinato de la niña.
Así de simple.
Obviamente esto mechado con estudios de ADN con resultados en tiempo récord realizados sobre utensilios mágicamente aparecidos en el lugar del supuesto cautiverio de la niña.
La pieza clave de este rompecabezas, que acomodó distintas e inconexas piezas sueltas superando la velocidad de la luz, es un supuesto testigo de identidad reservada. Y esto es lo que colma el vaso y amerita una sesuda digresión: ¿tanto nos subestiman como para creer que tragaríamos este sapo?
Después de 38 años de ejercicio ininterrumpido de la abogacía por parte de quien escribe estas líneas, de los cuales los últimos 25 fueron realizados en el ámbito penal, no puedo más que sospechar de los expedientes judiciales donde interviene el factor político y donde se usa y abusa de espurios mecanismos, tales como hallazgos providenciales, testimonios anónimos o resoluciones inmediatas.
A excepción de los casos de flagrancia, la pesquisa requiere paciencia e idoneidad en quienes participan de la investigación y juzgamiento de las personas involucradas. Garantizando el debido proceso, se impone extremo cuidado en la recolección y evaluación de los medios de prueba cuando de adjudicar responsabilidad criminal se trata.
La ligereza y procacidad con que se trató el caso Candela, con la participación estelar de la presidenta de la nación y su claque de chupamedias que se regodeaban con tan hipócrita publicidad, sumado el agregado de bienintencionados artistas y líderes sociales, refleja el verdadero sentimiento de nuestra clase dirigente que no trepida en seguir despreciándonos.
Lo peor es que ni siquiera les importa que sea tan evidente, conocedores de nuestra falta de memoria y de coraje, envalentonados con el éxito de sus fraudulentas maniobras electorales.
Todo es válido para distraer la atención de la fuga de capitales, la emisión incontrolada de moneda, los dibujos del Indec y los índices de inflación, y particularmente de la tragicomedia interpretada por Hebe de Bonafini y Sergio Schoklender. Aunque todos sepamos, desde ya, que nunca se sabrá quién mató a Candela ni a dónde fueron a parar los millonarios fondos públicos distraídos al amparo de la singular política de Derechos Humanos manipulada por el kirchnerismo cleptómano.
Como ciudadano siento vergüenza ajena y rezo por el alma de Candela, víctima de esta sociedad filicida que supimos conseguir.
Enrique Piragini