El heterogéneo y eterno Macrouniverso, y un finito (en su forma) microuniverso comprendido en aquel como un punto.
El todo infinito y un supersol que estalla en una de sus regiones.
El big bang que lanza materia/energía concentrada hacia el espacio.
La formación de galaxias, estrellas, planetas y sistemas solares.
Todos estos acontecimientos han requerido un tiempo tremendo comparado con la breve existencia del hombre (una chispita en el Todo).
Sin embargo, más allá de la formación de un supersol que luego iba a dar, como resultado de su explosiva expansión, el universo de galaxias, lejos de toda “creación”, ya existía el Todo, desde siempre.
Luego, según esta visión de la eternidad sin creación alguna, el episodio big bang (denominado gran estallido), desde su inicio hasta la expansión actual se nos presenta como un breve chispazo en la eternidad.
Los astrónomos han alargado la antigüedad del universo de galaxias y modificado las cifras que se aceptaban en otros tiempos, y lo continúan haciendo a medida que penetran más en sus profundidades. Así es como, por ejemplo, antes se admitía que la edad de la Tierra era de 3.000 millones de años. Entonces se razonaba que si nuestro planeta tenía esa antigüedad, las galaxias deberían tener por lo menos miles de veces más, es decir, se calculaba en proporción a su tamaño y se hablaba de por lo menos 10.000 millones de años. Hoy la cifra ya ronda en los 15.000 millones de años o algo así y algunos astrónomos, quizás para cubrirse de futuros cálculos, atribuyen una antigüedad para nuestro universo de galaxias entre los 15.000 y 20.000 millones de años. (Hay tendencia hacia el alargamiento de la edad del universo).
Pero, sin embargo, sea como fuere, aunque su antigüedad se duplicara según cálculos del futuro, ello no quita que este proceso, comparado con la eternidad, sea ¡un instante! en la vida del Macrouniverso.
Ahora bien. Si todo el proceso de expansión de nuestro universo de galaxias, desde el big bang hasta el presente, debe considerarse como un chispazo en un instante de la vida del Macrouniverso, ¿cuál será la duración de toda la Humanidad desde su nacimiento hasta su extinción en el futuro?
Debemos contestar figurativamente que, ¡tan sólo una fracción de instante hablando en tiempo cósmico!
El hombre siempre tiende a medir todo lo que sucede a su alrededor por el intervalo que abarca su propia existencia. Ello lo empuja a hablar de eternidades que no son tales. Así es como suele emitir frases, por ejemplo como “la música eterna”, “el bronce eterno”, “la vida eterna”…
No obstante, avistado nuestro acontecer desde la perspectiva de la eternidad, todo proceso cambiante es efímero comparado con ella, y las “verdades” consideradas como eternas no tienen por qué ser tales, desde cuando en algún momento el que las piensa dejará de existir eternamente.
Es el ser humano el que produce dichas “verdades eternas”, las que morirán junto con la Humanidad extinguida para ya nunca jamás poder ser posible su retorno.
Esta fugacidad del proceso hominal que denominamos Humanidad o historia humana, frente a la existencia y sucesos de un Macrounivero quizás infinito, eterno, sordo y ciego, se constituye en una prueba más de la circunstancialidad de lo que denominamos nuestro mundo.
Si bien caben otras teorías, como la de un universo de galaxias pulsátil (a la cual me adhiero) que se expande y se contrae rítmicamente cual un cósmico corazón, ello no quita la instantaneidad en la eternidad de dicho objeto pulsátil cíclico.
En este caso, lo transitorio será el ciclo. Nuestro microuniverso pulsará determinadas veces y ofrecerá quizás oportunidades para la instalación de nuevas “humanidades” (o algo parecido) durante algunas expansiones, pero una vez cerrada la posibilidad de los ciclos, una vez absorbido el supersol por la esencia caótica del entorno, no podrá ya haber más conciencias tanto se trate de humanos, humanoides o de las más variadas formas vivientes inteligentes que pueden componer los quarks.
Sin embargo, aunque descartemos mi hipótesis de un Macrouniverso que contiene en su seno uno a varios microuniversos; si nos atenemos tan sólo a nuestro clásico universo de galaxias, tomado hasta el presente por el todo; no varía la fugacidad del episodio hominal que se instala sobre la Tierra entre la fauna, a partir de la rama de los primates, junto con otras formas contemporáneas del periodo Terciario.
Si se necesitaran entre 15000 y 20000 millones de años para arribar al hombre que data en su forma moderna (tal como lo conocemos a partir del Cro Magnon de unos 40000 o 100000 años —sin considerar las formas inferiores como el Pitecántropo— muy poco se puede hablar de una cierta creación en todo caso basada en una evolución. Esto sería, sin duda, demasiado tiempo para un creador todopoderoso como lo conciben los señores teólogos creídos ellos como sabios. Este ente, si existiese se habría tomado un tiempo exageradamente largo para plasmar su obra; detalle que no coincide con sus atributos otorgado por los teólogos, de eficiente y totipotente.
Más se asemejaría este al dios del pensador Hegel, o al del filósofo Spinoza o quizás al del antiguo Averroes, quien se manifiesta desperdigado, por ejemplo en cada ser humano, y que se está haciendo a si mismo o desenvolviéndose en el mundo.
En cierta oportunidad, en mis libros, decía yo que 4000 millones de años para la creación de los seres vivientes de la actualidad y del hombre que aparece al final, como un episodio reciente, era una excesiva cantidad de tiempo para un creador totipotente. Ahora digo que 15.000 millones de años es una verdadera exageración para plasmar a la Humanidad como meta.
En resumen, para finalizar con estas pruebas astronómicas podemos recapitular diciendo que la inexactitud matemática; la falta de garantía para la integridad del sistema solar y la vida; el comportamiento heterogéneo y accidental de estrellas y galaxias; los eventos catastróficos de extrema violencia como los estallidos de estrellas (supernovas), de galaxias enteras y colisiones entre estos universos/isla, así como la existencia amenazante de superpotentes objetos como los cuásares, lentes gravitacionales y agujeros negros del espacio capaces de hacer convergir hacia la disolución o hacia la nada a las estructuras circundantes, junto a una imagen general de un universo que lejos de ser conservado en un orden perfecto, posee tendencia hacia el desorden; el hecho de hallarnos comprendidos en una catástrofe de primera magnitud iniciada en el superpoderoso big bang, y en el contexto de la eternidad, el habitar en un mundo “chispa” de una fracción de instante como el nuestro (el planeta Tierra), puro accidente que tenía que ocurrir tarde o temprano dado el tremendo despliegue de elementos universales en acción aleatoria; todos estos argumentos esgrimidos como pruebas astronómicas de la inexistencia de dios alguno, creo que son lo suficientemente elocuentes para rebatir a toda teodicea que nos habla de un inefable creador.
Ladislao Vadas