Con todos los instrumentos del control democrático destruidos con la activa colaboración de los llamados "opositores"; con todo el poder para reformar por enésima vez la Constitución Nacional —quién sabe esta vez si no será para reinstaurar la monarquía hereditaria—, el pueblo argentino se encamina entusiasta dejándose llevar por la corriente "que se respira" en las veloces aguas ya próximas a la catarata.
De nada importa la enorme cantidad de negociados de público conocimiento, ni los más que asombrosos incrementos patrimoniales en la función pública, ni el más descarado clientelismo, ni el creciente narcotráfico, ni la abrumadora inseguridad total del ciudadano común, ni la reiterada burla a los jubilados con la curiosa excusa de que no hay fondo para pagarles, cuando esos mismos fondos financian subvenciones y gastos numerosos y de clara utilidad electoralista.
¿Sabe qué pasa? Que "se quedaron todos", y que los profesionales de la política seguirán siempre gozando de sus privilegios, riquezas, fueros, y custodias oficiales. La "borocotización" extendida a la vista de todos, pareciera dar la razón a los que opinan que los partidos están vacíos de toda verdadero ideal y de principios: serían verdaderas bandas capaces de albergar en más de una ocasión incluso a las vertientes más violentas y delictivas de la "derecha" y de la "izquierda", según convenga a los más pragmáticos intereses del momento.
Aunque sea doloroso admitirlo, cada pueblo tiene de alguna manera el gobierno que se merece. Creo que la inmoralidad global es el vector resultante de todas las inmoralidades personales de los argentinos. Creer que las cosas van a cambiar si no cambiamos personalmente, es una ilusión mesiánica de la que probablemente despertaremos sólo ante la evidencia del despojo territorial y/o de la miseria económica nacional.
Santigo Floresa
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