Decir que la clase política argentina es un conglomerado de desatinos, es una verdad de Perogrullo. No solo el gobierno, que no da pie con bola, sino también la oposición, que no parece estar a la altura de las circunstancias.
Unos se llevan puesta la República; los otros miran de afuera y solo atinan a “patalear” al viento. Entretanto, la ciudadanía empieza a inquietarse.
Luego del desatino interminable que regaló el kirchnerismo en los últimos días, que pareciera salido de una comedia de enredos, la situación del país quedó pendiendo de un hilo.
Nadie puede anticipar ahora mismo qué ocurrirá mañana, o pasado. La incertidumbre es total. Como pocas veces se ha visto.
Entretanto, mientras la sociedad se pregunta quién resolverá los problemas que la aquejan —inflación, desempleo, pobreza, etc— el oficialismo se da el lujo de librar una pelea intestina de poder, que solo le sirve a puntuales referentes del propio Poder Ejecutivo.
En tal contexto, empieza a asomar en el horizonte una proclama anacrónica —o no tanto— que refiere a los momentos más álgidos de 2001. El célebre “que se vayan todos”, que arrasó con la clase política de entonces... pero solo por un momento.
Porque luego volvieron los de siempre, los que incendiaron el país, allende las ideologías. En realidad, con una sola ideología: el bolsillo propio. ¿La gente? Bien, gracias.
Ese fue el germen que incubó la llegada del novedoso kirchnerismo al poder. Una situación que jamás hubiera ocurrido si no estallaba la Argentina en mil pedazos.
Y ahora mismo se vive algo similar, una implosión, generada por los mismos que llegaron para resolver aquellos quilombos de antaño. Son las víctimas y los victimarios al mismo tiempo.
A diferencia de esos idus de hace 22 años, ahora no hay incendiarios carteles en manos de furiosos ciudadanos. Ello fue reemplazado por virtuales mensajes en redes sociales.
Pero el significado es exactamente el mismo. Y cuidado con aquellos que subestimen el poder de la virtualidad, creyendo que es un “micromundo”, como suele sostener Jorge Lanata.
Es bien cierto que no se trata de la “vida real”, pero es lo más parecido a ella. No olvidar, por caso, que muchos de los cacerolazos que se hicieron en 2012/2013 arrancaron en Twitter. Lo demás es historia conocida.
Pero el problema no son los carteles o las redes sociales, sino el mensaje que encierran uno u otro formato, el ya referido “que se vayan todos”. Porque “todos” es “todos”. Los de un lado y los del otro de la grieta. Incluso los del medio.
Por lo pronto, empezó a organizarse una marcha para el próximo 9 de julio con una consigna elocuente: “Recuperemos Argentina”. Allí no aparece referencia alguna a la oposición. Solo la proclama de recuperar el país. Toda una meta, si las hay.
Señores políticos, ya mismo pueden ir tragando saliva.