Si bien es cierto que en materia económica los factores que inducen a los individuos a tomar diversos cursos de acción pueden obedecer a múltiples razones, para el caso específico local inherente a la compra de dólares en el mercado paralelo, las explicaciones resultan a priori bastante sencillas.
La primera de ellas parece ser la mentalidad dolarizada que, según los analistas, traduce todos sus cálculos de rentabilidad o cobertura a su equivalente en billetes verdes.
En definitiva, tantos años de tener como moneda de referencia al dólar, terminó por constituirse en un importante rasgo cultural, cuestión bastante compleja de extirpar de un día para el otro, y sobre todo con estrategias tan improvisadas.
Por otra parte, la inexistencia de oportunidades de inversión que aproximen los rendimientos a la inflación real, sumadas al cepo cambiario, empujan a los ahorristas inexorablemente al mercado paralelo.
El aumento sostenido de los precios y la idea subyacente en el imaginario popular de una próxima devaluación rememorando épocas pasadas, genera el temor natural frente al que la gente entiende que debe resguardarse.
Es que, el mero hecho de implementar una política como la vigente, donde se ha prohibido en los últimos días hasta a quienes tienen importantes ingresos y perfectamente justificables, comprar siquiera un solo dólar, incrementa mucho más las dudas de la población.
Estas medidas solo exacerban la alarma social y no son pocos los que empiezan a convencerse de que, si el Gobierno está haciendo lo que está haciendo, ha de ser porque la economía debe haber ingresado a terapia intensiva.
En consecuencia, cada día se pone más en duda la estabilidad del modelo dado que si las mismas autoridades que lo venden desde hace casi 9 años como “la panacea” han llegado a este punto de medidas tan restrictivas, las cosas no deben estar para nada bien.
Las contradicciones entre el discurso y la política llevada adelante cada vez son más evidentes. Así por ejemplo, mientras se habla de nacionalizar, de impulsar la industria nacional, las empresas que necesitan insumos del exterior para producir, deben recurrir irremediablemente al mercado paralelo para conseguir dólares que les permitan hacer frente a sus obligaciones, ya que el mercado oficial está vedado.
Así, estos gastos extra, se trasladan al costo de producción y los precios comienzan a tomar como referencia el dólar no oficial porque los empresarios desconocen cuánto les costará la próxima provisión de insumos.
Entonces, la inflación sigue creciendo y afectando de dos maneras, una directa por los precios que se inflan, y otra indirecta mediante la escasez que habrá de este bien, lo que hará también crecer los precios por la poca cantidad disponible.
Si bien lo antedicho vale para las pequeñas y medianas empresas, la fuga de divisas continúa a nivel de las grandes corporaciones multinacionales que giran sus divisas al exterior. Entonces cada vez hay menos dólares disponibles a nivel local.
Por su parte quienes venden al exterior, prefieren esperar a que el panorama se aclare, lo que restringe aún más de divisas el mercado interno y perjudica de manera directamente proporcional al Gobierno, a lo que éste último respondió obligándolos a adelantar los plazos de liquidación de sus exportaciones.
Finalmente, considerando el mediano plazo, un spread superior a los 20 puntos porcentuales entre el dólar oficial y el blue, es claramente insostenible, aunque, pese a estarse ejecutando, ningún funcionario oficialista se atrevería a mencionar siquiera la palabra “devaluación”.
En definitiva, ¿de qué otro modo se podría seguir profundizando el modelo para ir por todo a como dé lugar, tal como lo indica la suprema voluntad de la Sra. Fernández?
Pero lo peor no es nada de lo descripto, sino que al evidente fracaso de las políticas llevadas adelante todos estos años, producto de la acumulación sistemática de errores propios, el oficialismo lo defina como “la consecuencia de la voracidad especulativa del gorilaje golpista”.
Nidia Osimani
Twitter: @nidiaosimani