Rolo Villar suele dar en la tecla: ¿Sabés como le dicen al gobierno?, le preguntó a Marcelo Longobardi una calurosa mañana de enero en Radio Mitre. “Embrague. Primero mete la pata y después hace los cambios”.
En lo que va del 2014, el kirchnerismo ha sepultado lo que quedaba en pie de su relato. Sin embargo, continúa siendo una maquinaria infernal de fabricar informaciones para desviar la atención de la ciudadanía. Cristina se hizo desear y reapareció para presentar un programa destinado a los jóvenes “ni ni” que no pareciesen formar parte de su Argentina imaginaria. ¿Cómo es posible que cientos de miles de jóvenes que no trabajan ni estudian recibirán 600 pesos mensuales en la Argentina kirchnerista en que la desocupación, al menos en el cuentito que se memorizaron sus seguidores, ha dejado de existir?
Según el INDEC, por ejemplo, en Resistencia, Chaco, la pobreza es cosa del pasado. En ese contexto, en el que el gobierno nacional se ha convertido en perro que se muerde la cola, día a día, el dólar volvió a ser la preocupación más importante de una parte de la sociedad argentina. La otra, menos presente en los medios pero no por ello menos numerosa, apenas intenta sobrevivir con una inflación galopante. Así es: galopante —para que el lector no se enoje como en otras ocasiones— tiene que ver con el andar de un caballo que, cuando arranca, acelera su velocidad sin saber hasta dónde llegará. Esto no se compara con la hiperinflación pero sus efectos, reales y psicológicos, empiezan a ser los mismos: incertidumbre, temor, pánico, desocupación y desinversión.
Mientras tanto, el joven Axel Kicillof amenaza con convertirse en el peor ministro de Economía de la historia argentina. En principio, el más bocón, aún peor que Domingo Cavallo. No conduce ni al metrobús del PRO que tiene una sola vía, ni siquiera el triciclo de mi pequeño hijo. Los ministros y secretarios se desdicen en público. Si antes, el kirchnerismo se especializó en retrucar los dichos de la oposición, hoy se atacan entre sí como si estuviesen discutiendo quien sale primero del bunker en que los metió la Presidenta hace un tiempo. Atención lector, vuelva a ver el film “La Caída”.
Pero, en un punto, todos los gobiernos —más aquellos que hermanen en el poder tanto tiempo— dejan una impronta en la sociedad. Forman un sistema de valores o disvalores, un inconsciente colectivo e incluso una oposición ideal. Comentaba un militante radical que al alfonsinismo se le contrapuso la renovación peronista como forma de hacer política opuesta a los cajones prendidos fuegos y a los matones de antaño. En los noventa, la frivolidad menemista fue vencida por la honestidad de un hombre que, por debajo, escondía a los jóvenes sushis. El establishment comunicacional argentino señala que la única oposición al kirchnerismo con posibilidades de gobernar este bendito país son, dos hombres que consolidaron su poder en su seno: Sergio Massa y Daniel Scioli. O sea, al kirchnerismo sólo lo podría vencer alguien que conoció los pro y los contra de esa metodología política. Es la ratificación de que los únicos que podrían gobernar son los peronistas, devenidos en partido único, capaz de conservar los grandes negociados, establecer la paz social y dejar al país en llamas en un santiamén, sin ponerse colorados.
El conservadurismo social, abruma. La Presidenta se hace odiar mientras que sus antiguos socios afianzan sus chances de gobernar el país. Paradójico. Es como crear el anticuerpo necesario, segundos antes de caer al abismo, para reconvertirse en otra cosa, aunque sea la misma. Si Scioli parece un kirchnerismo con cara lavada y con la capacidad de dialogar para abrir el juego entre los cientos de empresarios, sindicalistas y periodistas heridos en el combate, el massismo se asemeja a la impronta del “vamos por todo” del primer Néstor Kirchner del 2002/2003. El sistema se prepara para hundir y resurgir como el Ave Fénix, como en el 2001. Como cada diez años.
Mientras tanto, otra generación de argentinos, siente que se perdió otra oportunidad de un país grande. Y otra generación, nació en el menemismo/kirchnerismo. Para ellos, la política es esto que, como la naturaleza misma, forma parte del quehacer cotidiano y no se puede ni se quiere cambiar. Aunque, a veces, la paciencia se termina. Y ahí sí que otra es la historia. En ese caso, la oruga ya no se convertirá en mariposa.
Luis Gasulla
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