El domingo pasado, 6 de diciembre, cuando las urnas venezolanas estaban a punto de cerrar, irrumpió en la TV nacional, manejada enteramente por el chavismo, el ministro de Defensa de la Nación, general Vladimir Padrino López.
Rodeado de decenas de oficiales jóvenes, el militar enviaba un claro mensaje interno a las autoridades bolivarianas donde les indicaba que sus efectivos no iban a permitir que se alteraran los resultados electorales en curso, donde se sabía ya (gracias al voto electrónico) que la victoria de la Mesa de Unión Democrática era apabullante.
¿Qué estaba pasando en Caracas, sobre las seis de la tarde?
La oposición, merced al trabajo de técnicos en informática, tenía hackeadas las urnas y no solamente sabía los guarismos parciales, sino que conocía además la progresión de las tendencias hora por hora.
El país estaba en la mira mundial y varios ex presidents latinoamericanos, que intentaban de hecho fiscalizar lo que estaba ocurriendo, fueron desacreditados por el super oficialista Consejo Nacional Electoral, que les prohibió hacer cualquier tipo de relevamiento.
Las Fuerzas Armadas sabían que iba a terminar muy mal un nuevo robo comicial como el que ocurrió en abril de 2013, cuando el presidente Nicolás Maduro le robó la elección a Henrique Capriles y nunca dejó auditor los resultados, a pesar de haberle jurado a Unasur que lo iba a hacer.
La máxima autoridad castrense vislumbraba un nuevo escándalo en las calles, con violencia y muertos como probable saldo de las refriegas.
El ministro de Defensa había dispuesto una fuerza especial militar para contener si fuera preciso a grupos armados paraoficialistas que se habían alistado para intervenir violentamente en las calles.
Padrino López le torció el brazo al Jefe de Estado y al titular de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, pero estos no tardaron más de una semana en tomarse revancha.
Después del desafío público, el presidente reaccionó y envió a los uniformados de nuevo a los cuarteles, desobligándolas por primera vez en 17 años de las múltiples tareas gubernamentales que venían cumpliendo.
Padrino López será eyectado de su cartera en las próximas horas, pero quedó claro que el pescado no está del todo podrido, ya que el grueso de los oficiales y suboficiales gana sueldos miserables y no ha participado de la orgía de corrupción que supusieron las operaciones con el cambio oficial, el dinero de las “misiones”, la compra sobre facturada de armamentos y el manejo de suculentos presupuestos por parte de altos dirigentes de la administración bolivariana.
Maduro teme que la “primavera sudamericana” que se llevó puesto al kirchnerismo, y parece que hará pronto lo propio con el Partido de los Trabajadores de Brasil, termine con igual resultado en el Caribe.
En este sentido, es bastante parecido a su amigo Bashar Al Asad, presidente Sirio, quién tras ver como caían uno tras otro los regímenes de Túnez, Yemen, Egipto y Libia, no trepidó en generar una cruenta guerra civil para no ser derrocado.
El impresentable sujeto que habla con pajaritos señaló que “sólo permanecerán en el sector público los militares estrictamente necesarios en cargos claves”, mientras la pasa la posta del control de las calles a la temible Guardia Bolivariana, que está dirigida por tipos que saben que pueden terminar extraditados y presos de por vida en Estados Unidos por sus actividades vinculadas a narcotraficantes.
Ergo: buscó tipos que no tengan nada que perder. Se terminaron los tibios y los Padrinos López.
“Quiero un plan que el primero de enero reimpulse la unión cívico militar” vociferó con cinismo y, parafraseando al personaje de Toy Story, Buzz Lightyear, señaló: “Seguiremos luchando hasta el infinito y más allá”.
Las opciones no son más que dos:
a) Es una típica bravuconada para frenar las leyes que prepara la MUD, que tendrá dos tercios de legisladores a partir del cinco de enero.
b) Maduro es como Al Asad y piensa incendiar Venezuela con tal de no ser derrocado y pasar preso el resto de sus días.
Las naciones sudamericanas están casi al margen del desastre que se puede venir en ese atribulado país y, nobleza obliga, hay que reconocer que una de las pocas voces que trató de marcarle un límite a tanta locura y desmesura llegó desde Buenos Aires, gracias a la nueva administración macrista.