El jueves por la noche concluyó el juicio que se le seguía al líder de Voluntad Popular Leopoldo López Mendoza, líder de la oposición antichavista en Venezuela.
Tras 19 meses de estar tras las rejas en la cárcel militar de Ramo Verde, López fue condenado a 13 años y 9 meses, 7 días y 12 horas de prisión.
Leopoldo fue declarado culpable por la juez Susana Barreiros por cometer cuatro delitos: Instigación pública, asociación para delinquir, daños a la propiedad privada e incendio, cometidos durante febrero de 2014 en una marcha de protesta contra el régimen del presidente Nicolás Maduro.
Es entendible el silencio y la complicidad del gobierno kirchnerista y sus "aliados" autocráticos de Ecuador y Bolivia. Se trata de "tiranuelos" cortados por la misma tijera populista.
Sin embargo, es inentendible el prolongado silencio del Papa Francisco con respecto a las atrocidades cometidas por la tiranía bolivariana que ayer asesinó a otro dirigente opositor en plena calle por el sólo hecho de pedir la libertad de López Mendoza.
Hace un par de meses, le escribí de manera diaria a monseñor Guillermo Karcher, mano derecha del Sumo Pontífice, explicándole que yo era el biógrafo oficial de Leopoldo y que había publicado un libro llamado "Preso de Conciencia" ya que este dirigente está preso por sus ideas y no por sus actos.
Le conté que había recorrido durante más de tres semanas toda Venezuela viendo lo que sucedía y que sólo en la dictadura militar había visto cosas parecidas: el Sebin (la Gestapo Chavista) se llevaba de a decenas personas de sus propias casas y departamentos rumbo a prisiones terroríficas sin órdenes de allanamiento ni decisión judicial alguna.
Le expliqué quién era López, un descendiente directo del libertador Simón Bolívar y también de Cristóbal Mendoza, el primer presidente del país caribeño, hace 200 años.
Es un cuadro político con doctorado en Harvard que ganó premios internacionales de Transparency International cuando fue durante dos períodos alcalde de Chacao, uno de los cinco municipios internos de la gran Caracas.
Leopoldo fue proscripto por Hugo Chávez en 2008 cuando el Comandante perdió un referendum donde buscaba su reelección indefinida. Tras la derrota, sondeos de opinión indicaban que el líder de la oposición, que tenía apenas 35 años, ya era más popular que el jefe "revolucionario".
Luego, el presidente Maduro lo metió preso bajo cargos ridículos ya que se comprobó que las muertes que se registraron en protestas nacionales a principios del año pasado fueron causadas por "colectivos" del PSUV (Partido Socialista Unido de Venezuela), una suerte de "tonton macoutes" que aterrorizan a todo el país.
Le conté a Karcher que López estaba soportando una huelga de hambre de casi un mes y estaba a punto de fallecer pero la recomendación del sacerdote fue que debía dirigirme "a la Conferencia Episcopal venezolana".
Era cuestión de horas, de vida o muerte, pero la burocracia vaticana fue más importante que el sacrificio de un tipo solo, abandonado en una celda de tres por dos en una cárcel de milicos que exigía que los chavistas fijaran fecha para los comicios parlamentarios obligatorios de 2015..
Finalmente, Maduro tuvo que ceder y se votará en diciembre, pero el heredero del trono de Pedro nada tuvo que ver con esa conquista. Prefirió señalarle el camino del papelerío y la supuesta diplomacia a un tipo que había perdido 25 kgs durante su estoica protesta.
En 2013 tuve la mala idea de llevarle al Vaticano mi libro "El aplaudidor", la biografía no autorizada de Aníbal Fernández, donde investigamos todas y cada una de las denuncias de Francisco cuando era el arzobispo de Buenos Aires.
En la dedicatoria le escribí: "una palabra suya alcanzará para frenar en Argentina la trata de personas, la esclavitud laboral en talleres clandestinos y las mafias enquistadas en lo más alto del poder".
Sin embargo, hace ya dos años y medio que el Pontífice no dice una sola palabra sobre su propio país. Por el contrario, recibe con bombos y platillos en Santa Marta a los jefes máximos de la corrupción, con quienes intercambia regalos.
Un sólo gesto hubiera servido para liberar a toda una Nación de un gobierno aliado al narcotráfico y a los sistemas esclavistas del siglo XXI.
¿Para qué quiso dejar de ser el "papa negro" (como se llamó siempre al jefe de los jesuitas) para pasar a ser Francisco si no es capaz de interceder de manera mínima en Sudamérica?
¿Por qué Cuba sí y el subcontinente no?
¿Para qué carajo es el Jefe espiritual de cientos de millones de fieles si no puede decir que lo que soportan los venezolanos es una dictadura con feroz represión, sueldos de 30 dólares mensuales (un dólar por día), 25 mil asesinatos por año y un millón y medio de exiliados en los ùltimos tres lustros?
¿Si los que detestan al chavismo y por eso abandonan su propio país con el corazón roto, no cuentan porque viajaron en avión desde el aeropuerto de Maiquetía?
¿No es suficiente un millón y medio de tipos que tuvieron que rajar de su propio hogar? ¿No son también desplazados? ¿No los vio nunca en Buenos Aires, en los sitios de venta de arepas a dos o tres cuadras de la Catedral Metropolitana? ¿Nunca charló con ellos y le contaron que el 30 por ciento de los habitantes de ese país (que tiene el 20 % de las reservas de petróleo de todo el mundo) quiere marcharse a vivir a otra Nación?
¿Hasta cuándo va a "lucirse" deambulando por Latinoamérica sin decir una sola palabra sobre países que tienen presos políticos, que practican el terrorismo de Estado y utilizan a paramilitares para generar terror interno, que callan a los medios opositores con leyes o balas y que generan una hambruna sin precedentes en el país potencialmente más rico del planeta?
Cada vez que me llaman desde Caracas los familiares de Leopoldo (su esposa, Lilian, sus padres Leopoldo y Antonieta, o una de sus hermanas, Diana) para implorarme que intente hablar con los "romanos-argentinos" les repito lo mismo: yo conocí a Jorge Bergoglio, a quién le hice varias entrevistas y admiraba con pasión. Este Papa, como argentino, sólo me provoca vergüenza.