La inflación rebelde impacta como un torpedo en el gobierno. Las esquirlas abren internas, preocupan, causan desconcierto e impotencia.
Hasta ahora no funcionaron las recetas de Martín Guzmán ni las de Axel Kicillof, el otro referente económico del Gobierno. El dedo de Cristina lo ungió en ese rol cuando dijo que el kirchnerismo volvió a ganar elecciones por la memoria de sus éxitos imaginarios como ministro.
Cuando la realidad se empecina en contradecirlos, los funcionarios suelen salir a la caza otros responsables. Por falta de honestidad intelectual para reconocer el error, por anteojeras ideológicas o por un más pragmático intento de transferir los costos políticos del fracaso. La inflación es el otro.
Paula Español, cuña de Kicillof en el gabinete económico, resucitó un antiguo enemigo: los empresarios “avarientos” que suben precios para maximizar ganancias o para evitar pérdidas.
Aunque sin decirlo, comparte además con la diputada cristinista Fernanda Vallejos la idea de que es “una maldición” que Argentina sea eficiente exportadora de alimentos. Sostiene que por esa vía se “importa la inflación”. Esquizofrenia de una política a la vez ávida por capturar una porción creciente de los dólares del campo, que llueven como maná.
Esa contradicción no es la única remake del anterior gobierno kirchnerista.
Un sector del oficialismo ya pone la mira en el INDEC. Sostiene que el 4,8% de inflación que el organismo informó en marzo contrasta con estimaciones más bajas de otras oficinas del gobierno, que supone más precisas.
El malestar fue revelado abiertamente por un medio oficialista. “El Destape” publicó ayer que existe “desconfianza por parte del Gobierno contra Marco Lavagna por la medición de inflación”. Nadie lo desmintió.
¿Estarán pensando en combatir la fiebre alta rompiendo otra vez el termómetro? Si crecen la inflación y la pobreza, que no se note.
Pero fue Martín Guzmán quien tercerizó responsabilidades del modo más llamativo. El ministro sostuvo “las proyecciones alocadas” de los economistas privados crean falsas expectativas y causan las remarcaciones de precios.
Ninguna predicción es exacta. Menos, cuando aparece o se fabrica un cisne negro por mes. Pero en los últimos años, fueron más los aciertos que los yerros, por ejemplo, en el relevamiento que el Banco Central entre las principales consultoras.
El argumento del ministro reconoce de manera implícita que su credibilidad está devaluada. El mercado confía más en las “proyecciones alocadas” de los economistas que su discurso anestésico.
Si las expectativas fueran el determinante de la inflación, el gobierno debería aceptar su propia incapacidad de generar confianza y rectificar el rumbo. Tal vez debería empezar por corregir los desequilibrios fiscales y monetarios que originan las decisiones políticas.