Desde tiempo inmemorial, se habla de materia y espíritu como de dos cosas contrapuestas. Materialismo y espiritualismo son conceptos que nos remontan a viejas y eternas polémicas.
Desde ya la concepción de Demócrito apunta hacia un materialismo neto al reducirlo todo a los átomos, incluso el pensamiento humano.
Este no sería más que un movimiento de átomos.
También Epicuro dijo que con cuerpos y espacio, todo ser queda explicado, y el “espíritu” no es otra cosa que materia más fina y sutil que la que compone otros cuerpos.
El “alma”, una parte del cuerpo como la mano y el pie, divisible y mortal como el cuerpo.
Los materialistas son los menos entre la Humanidad de todos los tiempos pero siempre los hubo.
Son fenómenos antrópicos que siempre se repiten a lo largo de las generaciones. Hablan en términos semejantes, descreyendo de las divinidades y de las religiones. Se trata de tipos humanos que parecen reaparecer genéticamente, o vocacionalmente, tal como lo hacen el osado, el pusilánime, el avaro, el dadivoso, el práctico, el teórico, el místico, el esteta, el político, y las múltiples personalidades características humanas.
Así también aparecen y reaparecen los superespiritualistas, quienes contraponen a los materialistas sus propios argumentos de defensa de un orden superior a la “burda” materia.
Sin embargo, estas discusiones que hasta hoy se prolongan casi siempre se encaran desde posiciones que pueden ser consideradas auténticas peticiones de principio, porque se parte de supuestos que antes hay que demostrar.
De ahí que, muchas veces la filosofía deba ser denominada como un supuesto saber sin supuestos.
Casi todos hablan de lo espiritual como si la existencia de lo inmaterial con pensamiento y voluntad fuese una realidad absolutamente demostrable o dada por sentada. Por otra parte, casi todos los que sustentan la opinión contraria –y también los espiritualistas- hablan de materialismo como si la materia fuese lo más conocido del mundo cuando por el contrario se puede considerar aun hoy día como lo más desconocido en su esencia más íntima.
“Ayer” se hablaba de protones, neutrones y electrones como los últimos componentes de la materia. Luego se añadieron los antiprotones, los antineutrones y los positrones como exponentes de la antimateria. También se añadieron al núcleo atómico los “fantasmales” neutrinos.
Por otra parte, bariones, mesones y leptones, fueron términos para denominar un número indefinido de subpartículas que surgieron cual fantasmas en las placas de los aceleradores de partículas.
Hoy se habla de quarks. De familias de quarks que parecen no terminar nunca. También de “gluones” como especies de “resortes” que mantienen unidos a los quarks. Incluso se hace mención ahora de un quinto estado de la materia denominado “quagma” (añadido a los demás estados, es decir sólido, líquido y gaseoso e ionizado (plasma)), formado de quarks y gluones. Estado en que se hallaría la materia de los orígenes del universo.
¿Se puede entonces hablar de la materia como algo conocido, a la luz de la microfísica actual?
Por el contrario, continúa siendo una de las cuestiones más enigmáticas hasta el presente, tal como se desprende tanto de los mencionados datos de la microfísica, como de las noticias astronómicas acerca de cuásares y pozo negros del espacio, por ejemplo, sin dejar de lado la complejidad de las funciones cerebrales del hombre que sin duda son generadas por los mismos quarks.
Ahora bien. No se trata tan sólo de un ente que se denomina materia, sino de una forma de algo que se esconde tras esa apariencia: la energía.
A su vez la energía es una forma de la materia.
Es necesario hablar entonces de materia-energía en lugar de limitarnos muchas veces a mencionar un “mundo material” en contraposición a un “mundo espiritual”.
Pero ambas formas, materia y energía, a su vez enmascaran algo subyacente, algo escondido, vedado para nuestras percepciones sensoriales y para nuestra concepción mental: la sustancia o esencia universal que “dibuja el mundo”. (Véase del autor de este artículo, Ladislao Vadas, el ensayo: La esencia del universo, obra principal, Editorial Reflexión, Buenos Aires).
No obstante, centremos nuestra atención en una de las manifestaciones de la sustancia universal: la energía.
¿Por qué lo que se denomina espíritu no podría ser una forma de energía?
De este modo los “materialistas” deberían denominarse “energialistas”, lo mismo que los espiritualistas.
En este punto arribamos a la paradoja de que ambos conceptúan la misma cosa aunque la nombran de dos modos diferentes.
“Energialistas” y “espiritualistas” conceptúan el mismo fenómeno, es decir una forma de energía, la energía psíquica.
Por supuesto que resulta difícil que un ladrillo pueda pensar. Un trozo de piedra, madera, metal, etc. es lo que siempre se ha tomado como modelo de materia. Comparando luego estos cuerpos inertes toscos con el pensamiento humano, lógicamente se torna absurdo que esa “materia” sea la que crea al espíritu, según Epicuro de Samos.
Pero si se piensa que en los átomos que componen un ladrillo, un leño, una roca, un metal, hay encerradas formas energéticas que pueden viajar a la velocidad de la luz, imantar, electrificar, irradiar con luz visible, rayos ultravioleta, rayos infrarrojos, rayos gamma; producir ondas hertzianas y todo el resto de la gama del espectro electromagnético e incluso con poder de transmutar elementos químicos mediante el bombardeo de los núcleos atómicos como por otra parte dibujar imágenes electrónicas (televisión), componer la maravilla del mundo de la web y reproducir sonidos en bandas magnéticas, ya estamos entonces cerca de lo clásico espiritual, de lo “mágico” o más bien de lo psíquico.
Si un punto electrónico puede dibujar en la pantalla de radiotelevisión fidelísimas imágenes vía satélite de lo que está ocurriendo a miles de kilómetros de distancia y si por otra parte una computadora puede ofrecernos al instante resultados de cálculos que nos demandarían muchas horas de esfuerzo mental, ¿por qué entonces el acto recordatorio, las imágenes mentales, las fantasías, el raciocinio y todos los fenómenos psíquicos, no pueden ser productos de un mecanismo energético que aún desconocemos? Una acción puramente física, tan física como las ondas que se pueden transmitir, incluso a distancias interplanetarias, para transformarse en nuestros receptores tecnológicos en imágenes y sonidos tal como ocurrió durante el alunizaje. Esto es asombroso y se asemeja a la “magia” de de nuestro psiquismo.
El espacio, en lugar del interplanetario, puede ser el que ocupa nuestro cerebro e incluso menos, y los elementos emisores, las partículas nucleares o subnucleares de nuestras neuronas que poseen almacenada la energía psíquica como potencial.
No tengo la menor duda de que el día en que se pueda entender y reproducir artificialmente en macro con fines ilustrativos, todo lo que ocurre en nuestro cerebro en el nivel ángstrom e incluso en el subangstrom, entonces tendrá que desecharse definitivamente toda idea de alma espiritual como productora de las facultades mentales. El secreto del psiquismo se halla sin duda en la física nuclear.
Luego, si no hay espíritu en el hombre, nos resulta muy difícil aceptar que lo haya en otro orden, porque concluimos en que se trata tan sólo de una idea concebida por una mente “atómica”, una estructura cerebral compuesta de quarks unidos por gluones, que mediante procesos microfísicos generan imágenes, ideas, fantasías como el centauro, los gnomos, los fantasmas, los dioses, diosas, ángeles y todos los innumerables frutos de la imaginación humana para, en algunos casos, entrar en plenas pseudociencias como alimentos para los charlatanes de siempre.
Entre tantas fantasías, la idea del alma, de espíritu inmaterial, es una de ellas con toda seguridad y por supuesto que también entre ellas, la idea de cierto espíritu universal creador y gobernador del universo, también debe estar erróneamente comprendida.
Ladislao Vadas