Materialistas y espiritualistas (entre estos últimos, los infaltables espiritistas, pseudocientíficos de raza), siempre se han desgañitado durante eternas controversias, desde la más remota antigüedad, ¡hasta el presente! para clarificar esta milenaria cuestión.
Veamos someramente, algo sobre materialismo:
“El materialismo cosmológico se caracteriza por las siguientes tesis: a) el carácter originario de lo derivable de la materia, que precede a todo otro ser y es su causa. b) La estructura atómica de la materia. c) La presencia en la materia, por lo tanto en los átomos, de una fuerza capaz de hacerlos mover y combinarse en modo tal que dan origen a las cosas.
Demócrito admitía que los átomos se mueven por su cuenta desde la eternidad”. (Diccionario de filosofía, de Nicola Abbagnano, pág. 779).
Su hallazgo fundamental fue el atomismo con el que trató de explicar el universo a través de la interacción de innumerables partículas indestructibles, eternas e indivisibles, que se movían constantemente en el espacio infinito.
¡Pobre Demócrito, quien vivió entre los años 480 y 370 a. C.! Si despertara hoy día para encontrarse frente a frente con los colosales aceleradores de partículas que hacen trizas a los átomos, ¡se caería de espaldas!
El biólogo alemán Ernst Haeckel, admitía además, que los átomos están dotados, aparte del movimiento, también de vida y sensibilidad.
Por su parte, el materialismo sicofísico “consiste en afirmar la estrecha dependencia causal de la actividad espiritual humana de la materia, esto es, del organismo, respecto al sistema nervioso o del cerebro. Una de estas formas es la concepción de “el hombre máquina” por parte del francés La Mettrie, quien la usó como título de su famosa obra homónima.
Por su parte el zoólogo Karl Vogt (1817-1895) en un escrito de 1854 titulado La fe del carbonero y la ciencia, afirmó que “el pensamiento tiene con el cerebro la misma relación que la bilis con el hígado o la orina con los riñones”. (¡Horror para los espiritualistas, que, seguramente desearon matarlo!)
Continuamos con Abbagnano: “Otra forma más atenuada o, si se quiere, más distinguida de la misma doctrina, es aquella según la cual la conciencia es el epifenómeno de los procesos nerviosos… (Según Huxley), pág. 780.
Ahora bien dejando de lado a todos aquellos pensadores e investigadores del pasado, invito al lector a recalar en mi propio concepto acerca de La esencia del universo (ver mi obra homónima editada en Buenos Aires en 1991, por Editorial Reflexión, pág. 234). En esta obra recomendable, explico con creces mi posición frente a los tradicionales contrarios: materia-espíritu. Allí digo, por ejemplo, que el psiquismo es un proceso físico más; que entre la materia-energía existe otra manifestación de la esencia del universo: el psiquismo (al menos en nuestro planeta entre incontables astros sin vida) y, en resumidas cuentas deduzco que en realidad no existen (fuera de nuestra mente que lo concibe), ni la materia ni el espíritu, sino tan sólo ¡la energía! (diversas formas de energía, una de ellas el fenómeno psíquico). Y en la misma página 234 de la obra citada digo: “paradójica y cómicamente podríamos unir a los materialistas con los espiritualistas (aunque ellos se rechacen) para denominarlos a ambos energialistas (valga el neologismo), porque unos y otros se refieren en sus polémicas, sin advertirlo, a lo mismo subyacente: la energía, que es una de las manifestaciones de la (para nosotros) escondida esencia universal, y que puede producir psiquismo, es decir, lo que los espiritualistas y espiritistas de toda clase denominan cándidamente: “manifestaciones espirituales” alejadas completamente de la materia-energía.
En resumidas cuentas la palabra espíritu que indica un concepto simple, es un neto invento de nuestra mente que, asombrada, intrigada ante lo incomprensible que es la propia mente humana, echó mano de la fantasía para explicar desde su oscura ignorancia lo que de ningún modo podía entender.
Tan inconcebible es la complejidad del proceso psíquico y sus manifestaciones, que ante este fenómeno, el hombre se torna supersticioso y atribuye todo a un cierto espíritu (entendido como ser individual dotado de razón alma racional).
Así, por ejemplo, el principal error de Descartes ha sido considerar el pensamiento como independiente de la “materia”, para afirmar que existe el alma independiente del cuerpo, “que no necesita lugar alguno para su existencia ni depende de cosa material alguna” (Discurso del método 4a. parte), cuando en realidad el pensamiento se localiza en el cerebro (un lugar) y no se produce si falta aquello que se denomina materia”, como el oxígeno, el carbono, el fósforo, el hidrógeno… y otros elementos componentes de sustancias químicas que aporta la sangre.
¿Qué pasa entonces con la conciencia?, ¿esta se eclipsa?, ¿queda latente?, ¿permanece en “otro mundo”?, ¿y en ese “mundo” denominado espiritual que, si no posee “materia” a su alcance (alimentos, agua, oxígeno), no puede manifestarse (ni a sí misma), conservando su “yo” ahora inconsciente para sí mismo? ¡Arduo tema tanto para los religiosos, como para los sicólogos creyentes en el alma inmortal que sobrevive al cuerpo!
Aquí, en este punto, no le queda al creyente en el alma separada de la materia, otra cosa que cerrar los ojos y pensar en otro utópico mundo separado del que nos muestra la experiencia, que en todo caso penetra en este último, se le hace consciente, y ante la muerte corpórea, retorna a ese otro mundo inmaterial. ¿Recobrando la conciencia perdida? ¡Arduo tema para los espiritualistas! Religiosos orientales y occidentales anduvieron y andan por ahí, pensando estas cosas.
En otra figura, podemos comparar este fenómeno con una ventanita que se abre al mundo inmaterial. En este paradigma podemos imaginar dos mundos que se excluyen: espiritual e inmortal uno, y material y temporario el otro. Este es el pensamiento que se viene arrastrando desde la más remota antigüedad. Lo que no combina aquí es que, mientras por un lado se halla consciente lo espiritual, lo material permanece separado (alma y cuerpo según los dualistas) y cuando hay inconsciencia, desaparece lo material para esa conciencia, y quedar sólo el espíritu pero sin saber que existe, es decir ¡desaparece la conciencia! (?)
Esto significa que, durante un desmayo por un golpe en la cabeza, el alma queda sin saber que existe.
Por otra parte, durante el sueño, el alma a veces parece volverse loca, para deambular por lugares fantásticos; ora se alegra, ora se entristece, “ve” personajes que ya no existen, goza, sufre… ¿en otro mundo?
¿Cómo explican los psicólogos el fenómeno onírico? Cada uno a su manera, a cual más fantasioso, y no hablemos de los psicoanalistas, reyes de la ilusión que, sin darse cuenta, sólo cultivan una mera e indiscutible pseudociencia, con convicción y veleidades de poseer una autentica y profunda ciencia empírica.
Por su parte, recordemos que algunos antropólogos, tentaron la hipótesis de que, el espiritualismo nació de los sueños. Durante el trance onírico, podemos ver y conversar con nuestros parientes fallecidos: padre, madre, hermanos, etc. También con allegados que ya no existen. De ahí a la fantasía del espiritualismo hay un sólo paso.
También podríamos preguntarnos dónde se encuentra el alma racional durante los sueños, cuando estos son alocados o consisten en pesadillas que nos asustan o aterrorizan. ¿Habría que pensar entonces que el alma se vuelve loca durante estos trances? Y bajo los efectos de los estupefacientes y del alcohol, ¿qué pasa con el alma? ¿Se halla perturbada? ¿Acaso opacada? ¿A la espera que la sangre diluya las drogas en el cerebro para retornar a manifestarse lúcida? ¿Se trataría entonces, de un alma “va y viene”, que se oculta durante el sueño o se altera bajo los efectos de las drogas, para reaparecer lo más campante y reinstalarse en las neuronas (o entre ellas) una vez libre de los efectos de las sustancias químicas? ¿Y en aquellos que por un golpe en la cabeza, ataques cerebrales y otras causas, quedan inconscientes el alma se esconde asustada a la espera de la normalización del cerebro para reaparecer tranquila cuando su “nido” (el cerebro) se recupera y está en orden?
¡Qué extraño que los grandes pensadores filósofos (que he leído “a montones”) no se hayan percatado de este fenómeno anímico, que consiste en un alma que parece jugar a las escondidas, ocultándose cuando “las papas queman”, para reaparecer consciente y lo más alegre una vez superado el trance y cuando ya “no haya moros en la costa”, es decir, cuando el cerebro se halla nuevamente disponible, y tiene campo libre!
Los psicólogos y psiquiatras, (amén de los fatuos psicoanalistas y parapsicólogos de todas las especies) que “manejan” el tema del “alma” de las personas, me pueden ofrecer “mil” explicaciones del fenómeno, pero los bioquímicos van por otro camino y nos explican que ciertas sustancias químicas pueden alterar el “bailoteo” de los protones, neutrones, electrones, quarks y otros elementos subatómicos que componen transitoriamente, mientras estamos vivos (nosotros y nuestros compañeros en la existencia, los animales) la trama cerebral que los creyentes en espíritus denominan alma, con el fenomenal atributo de, nada menos que, la ¡inmortalidad!
Ladislao Vadas