La procesión de los gobernadores peronistas a Santa Cruz, donde cerraron filas bajo la conducción "natural" de Cristina Kirchner, terminó de conformar un escenario político en el que ya son evidentes los preparativos del oficialismo para afrontar el aterrizaje de la actividad económica.
Por cierto que ninguno de los gobernadores habló del tema en Río Gallegos, pero habría que preguntarse para qué necesita la Presidenta semejante ratificación de su liderazgo cuando viene de obtener la reelección con el 54 por ciento de los votos.
La respuesta, a priori, es una sola: sólo con un peronismo encolumnado el Gobierno podrá afrontar los tiempos que vienen, a todas luces más austeros que los actuales, con un horizonte de decisiones complejas por tomar y ante el riesgo consabido de terminar fogoneando el mal humor popular.
El ejemplo más concreto es el recorte de los subsidios a los servicios de agua, luz y gas en el que se embarcó el Gobierno por una orden directa de la Presidenta. Por ahora no puede ser calificado como un tarifazo, pero el procedimiento tal vez alcance esa dimensión cuando se extienda a vastos sectores de la población en los próximos meses.
Tampoco el mecanismo elegido para implementar el ajuste, trasladando a los usuarios la responsabilidad de decidir sobre la continuidad de los subsidios, parece ser el mejor camino a seguir. Y pronostica, por ende, un sin fin de problemas metodológicos que sólo una política más gradual podría atemperar.
Para el Gobierno, sin embargo, no parece haber demasiado tiempo disponible. Al menos eso es lo que sintieron funcionarios del Ministerio de Planificación cuando les advirtieron que si no encontraban rápidamente la forma de reducir los subsidios, sería enviado Guillermo Moreno en persona a cumplir esa misión.
"Deje de decir que se está yendo", le pidió Cristina a Moreno la última vez que se vieron en la quinta de Olivos. El funcionario demostró ser un todo terreno convocado por la Casa Rosada cada vez que las papas queman. Su particular intervención en el mercado de cambios fue muy comentada la semana que pasó.
Existe una suerte de folclore del empresariado para competir por la historia más truculenta de las "apretadas" de Moreno. Las anécdotas, claro está, tienen una base de verdad y el Gobierno las deja correr, fomentando la idea de que no está dispuesto a dejar que lo lleven por delante.
El riesgo, en este punto, es que los estrategas oficiales crean que solucionaron el problema de fondo que encierra la presión sobre el dólar, cuando en realidad esquivaron una maniobra especulativa que se acentuó tras las elecciones. Una maniobra a la que el propio Gobierno le dio aire al implementar medidas de dudosa efectividad.
El modelo en cuestión
"La generación de puestos de trabajo debe seguir siendo el objetivo primordial de este modelo. Y esto no es cuestión de peronistas sino de todos los argentinos", dijo Cristina Kirchner el 17 de noviembre, Día del Militante, combinando los objetivos económicos con la historia política.
Casi al mismo tiempo, los gobernadores del PJ rendían tributo a Néstor Kirchner en el mausoleo del cementerio de Río Gallegos, donde se emocionaron cuando el cura local Juan Carlos Molina invocó la Biblia para asegurar que "el grano sólo da su fruto cuando ha muerto".
El religioso se refirió así a la movilización de la militancia oficialista que se multiplicó tras el fallecimiento del ex presidente. Uno de los artífices de ese fenómeno es Máximo Kirchner, quien impresionó a más de un gobernador por el parecido con su padre a la hora de expresarse y gesticular.
El hijo de la Presidenta tiene más influencia de la que se supone en las decisiones del Gobierno. Por eso no fue buena la semana del ministro Amado Boudou luego de que trascendiera el enojo de Máximo por las críticas del vicepresidente electo a Mercedes Marcó del Pont, la titular del Banco Central.
Desde la Patagonia, Máximo Kirchner emite las directivas centrales en el campo de la juventud oficialista, agrupada en la organización La Cámpora. No parece un dato menor, entonces, que uno de los referentes de ese espacio, Mariano Recalde, sea el blanco de una embestida gremial de proporciones.
Recalde dirige Aerolíneas Argentinas con baches de gestión y ahora debe lidiar con una rebeldía gremial que pone a la empresa estatal en el centro de la tormenta. Encima, su procedencia familiar lo pone en una situación incómoda ante las acusaciones de que practica una política antisindical.
De hecho, su padre Héctor Recalde, mano derecha de Hugo Moyano, nada pudo hacer para evitar el respaldo de la CGT al gremio de los técnicos aeronáuticos ante el pedido del Gobierno a la Justicia para que suspendiera la personería gremial de la organización que conduce el controvertido Ricardo Cirielli.
Moyano sigue enojado con el Gobierno. Esa es la impresión que se llevó el titular de la Unión Industrial, José Ignacio de Mendiguren, de un encuentro reservado que mantuvieron el último martes. El empresario quiere reflotar el siempre postergado pacto social, para suavizar el aterrizaje de la economía y aplacar las apetencias gremiales a la hora de las paritarias.
Un objetivo difícil de alcanzar, por cierto, a juzgar por los tironeos cada vez más notorios entre el kirchnerismo y los gremios peronistas.
Mariano Spezzapria
NA