Siempre la enfermedad, o la muerte, generan respetos. La idea de la humanidad y el humanismo como base de la idea de lo que debe ser la argentinidad, imprimen dicho respeto.
Sin embargo, en estas tierras gauchas, siempre hemos tenido una debilidad casi idiotizante, muy propia de nuestras sociedades hispanoamericanas en las cuales no nos hemos podido sacudir convenientemente de la mentalidad de comarca, de aldea, de colonia. Hacemos culto a la personalidad, más que a las ideas de los personajes, y no es ese el buen camino. Hemos escuchado tanta veces la idea, inductivamente cierta, de que Buenos Aires es “una gran aldea”... Así somos los argentinos.
Cristina y su enfermedad
Así como ocurrió muchas veces, podemos recordar el velorio de Yrigoyen, multitudinario, dos años después de su destitución en la cual a ninguno de los compungidos acompañadores de féretro se los vio defendiéndolo en 1930.
Desde el poder, la historia nos cuenta de los fastos del velorio de Evita (el mayor y más conmovedor, según propios y ajenos) y más contemporáneamente los de Juan Domingo Perón y Néstor Kirchner, ambos ex presidentes, aunque salvando las distancias.
La cuestión es la siguiente: ¿Se puede criticar la política de un enfermo, peor aún, la de un muerto, a riesgo de ser masacrado por los poderosos, los fanáticos, pero también los medios de comunicación y los paisanos de a pie?
Tal vez esta sea la pregunta que nos debemos hacer, el paso del infantilismo hacia la adultez, la separación de la persona con el señorío (muy común en los feudalismos locales) y de la persona de la institución. N podrá haber República no solo si nos desprendemos de dicho temor reverencial, sino, que con el fomento de los mitos no podremos liberarnos de las ataduras que nos impiden crecer como sociedad.
¡Viva el cáncer!
Así como existe el mito, real o inventado, también hubieron personeros del odio que en 1952 pintaron en las paredes porteñas la frase triste de “viva el cáncer”, siendo estas expresiones tan inaceptables y odiosas, como las operaciones de construcción de mitos.
La coyuntura de la enfermedad de Cristina Fernández hace renacer toda la revulsión bastante asquerosa de aquellos tiempos, tanto para los que hacen carne de campaña, como los que planean, desde las esferas del entorno consabido, una gran payasada de difusión al estilo de los Fastos del Bicentenario, un verdadero homicidio de la historia, como el maquillaje de velorio de, con gente llevada en micros que inundaban la Avda. 9 de Julio, grupitos de militantes que pasaron 10 veces para hacer parecer que había más gente, y otras triquiñuelas con las cuales se construyó un documental de difusión que no reflejaba (en absoluto) la realidad del hecho, un velorio 10 veces menor al del General Juan Domingo Perón en 1974, aquel un país de la mitad de la población que el actual.
En definitiva, la enfermedad de Cristina jalonará otra etapa fílmica de la construcción del relato. Hasta en el dolor, hay que hacer caja. Fuera del relato, y de la masividad, quedará la casi segura recuperación total, estimada en más del 90% de los casos y más en la detección precoz. Cristina sobrevivirá, sin dudas.
Los temores de la presidenta pueden rondar en las secuelas de salud de su dolencia, que muchas veces se hace notar en el engrosamiento del tono de la voz, el seguro cansancio recurrente, y la posible obesidad propia de los operados de tiroides, y, además, los ajustes estéticos del post-operatorio. Todas secuelas tratables con fármacos. Su vida no estaría en riesgo, por lo menos, en términos de lo difundido.
Dolor, crítica, censuras, papeles y videos
El entorno exprimirá el dolor de la enfermedad para ver si el ritual del sufrimiento (una especie de ordalía moderna) alcanza para una reforma constitucional, o, si se avanza con una “interpretación vía per saltum” de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, como ya dejó deslizar hoy el pensador kirchnerista de Carta Abierta, el Lic. Ricardo Forster.
Si Franklin Delano Roosevelt fue reelecto cuatro veces por estar EEUU en guerra, cómo a Cristina le van a negar la re-re-re elección. ¿No estamos en una guerra con las corporaciones, según las palabras de la presidenta? ¿Acaso Cristina es menos que Roosevelt?
Una comunidad madura se permite aún criticar a un enfermo, si corresponde. Lo que pensaban que estaba mal, decidían que era el Estado el que debería regular este tipo de conductas, supuestamente antiéticas, algunos hasta regularon (estatizando) el manejo del papel para imprenta. Ese gobernante logró que nadie criticara al gobierno durante casi 40 años, mediante el control del papel para diario se llamaba Francisco Franco.
Jóvenes de La Cámpora, si no lo recuerdan o leyeron, búsquenlo en el buscador Google, allí van a ver de quien se habla.
José Terenzio