El crecimiento real de una economía se mide por la reducción “real” de la pobreza y la mayor creación “real” de empleo.
En la Argentina, precisamente desde la llegada de Cristina Fernández a la presidencia de la Nación en 2007, las estadísticas oficiales parecerían estar cada vez mas alejadas de la realidad.
Los casos más conocidos (aunque no los únicos), son la evolución del Índice de Precios al Consumidor (IPC) y del PBI, que mide el crecimiento de la economía.
Los primeros días de mayo de 2011, la Presidenta decía en una de sus exposiciones por cadena nacional que, como los trabajadores participan del 48,1% del PBI, “estábamos llegando al fifty-fifty” en el reparto de ganancias, asegurando a continuación que en la Argentina tenemos “el mejor salario mínimo vital y móvil de toda la región" y que "esto se pudo hacer porque apostamos a un modelo de crecimiento económico".
El primer concepto se refiere al incremento del PBI. Si ese incremento supera al crecimiento de la población mejora el nivel de vida y, en caso contrario el nivel de vida empeora.
Ahora bien, por un lado hay que considerar que existen tres formas de medir el PBI (por el gasto, por la producción y por la renta), y por otro lado, que no es lo mismo hablar del PBI real que del nominal.
En este sentido, cuando el PBI nominal (restando los efectos de la inflación) aumenta, por ejemplo, a una tasa de crecimiento del 5% y la inflación es del 3% para el mismo período, la tasa real de crecimiento del PBI entonces es del 2% y no del 5%. La Sra. Fernández, ¿a cuál inflación se referiría? ¿A la real o la oficial?
En economía hablar de “crecimiento económico” implica hacer alusión al potencial productivo y a la producción cuando hay pleno empleo. Se mide conforme a cómo se van comportando determinados indicadores, como por ejemplo si hay más inversión, si la balanza comercial muestra déficit o superávit, si se consume o no mas energía, cuántos bienes y servicios se producen, etc.
Pero el crecimiento económico también tiene su contracara, esto es, que si bien por un lado crece la producción de bienes y servicios, del mismo modo crece el gasto.
Además, el hecho de que se produzca más no significa que la calidad de vida de la sociedad mejore, por ejemplo, si se considera la explotación de recursos naturales no renovables y las catástrofes que muchas veces se ocasionan a consecuencia de ello.
El desarrollo económico en cambio, incluye necesariamente la preservación de los recursos naturales (no vetar la Ley de protección de glaciares, por ejemplo). Incluye mejorar el nivel de educación real de los ciudadanos.
Desarrollo económico asimismo, es inculcar la cultura del trabajo productivo, en lugar de usar recursos del Estado para solventar fuerzas de choque útiles al partido político dominante
El desarrollo económico necesariamente debe incluir aspectos no materiales que algunos autores llaman “las libertades instrumentales” (políticas, económicas, sociales, de transparencia y protectorias).
A esta altura de las cosas, la distorsión llevada adelante por el Gobierno nacional en cuanto a indicadores como la inflación, el volumen real de reservas del BCRA, el índice de desempleo, etc., es tan significativa, que resulta bastante complejo poder arribar a una cifra más o menos exacta por los métodos tradicionales de cálculo.
Sin embargo, sí es posible sustituirlos por otros que permitan aproximarse a valores más reales.
Tal es el caso del trabajo realizado por Luciano Cohan y Eduardo Levy Yeyati, quienes elaboraron el Índice Coincidente de Actividad Económica (ICAE) sustentado en nueve variables correlacionadas con el Estimador Mensual de Actividades Económicas (EMAE), elaborado por el Indec entre 1997 y 2006.
De los resultados obtenidos, se observa por ejemplo que entre 2007 y 2011 existe una diferencia de 14 puntos porcentuales entre el crecimiento reportado por el Indec del 39 % y el 25 % que surge del INCAE.
Si bien el país creció más (viento de cola), en los dos primeros períodos de gobierno comparándolo con los países de la región, lo hizo en la misma proporción que el resto en los últimos cuatro años, observándose una clara tendencia a la desaceleración, la cual comienza de manera lenta ya en 2008 (crisis generada con el campo) y se agudiza en 2011.
Los autores opinan que: “En el corto plazo, con una crisis europea en ciernes, China planeando un aterrizaje suave hacia un nuevo modelo de crecimiento, la demanda local respondiendo al modesto ajuste fiscal, el menor acceso al crédito y el deterioro en el clima de inversión tras la intensificación del corralito cambiario y las barreras comerciales, y con una oferta asediada por la sequía y la falta de insumos importados, no resulta fácil identificar cuáles serían las fuentes de crecimiento en 2012”.
Asimismo agregan: “En el largo plazo, la creciente dependencia de la explotación de recursos naturales, y el fracaso de la sustitución forzada de importaciones en la generación de productividad y empleo, sugieren que, en ausencia de un cambio de rumbo, la brecha remanente con nuestros vecinos se seguirá ahondando”.
Si bien el estudio, tal como lo plantean los mismos autores, es una “aproximación” a la realidad, de lo que no caben dudas, es que la misma se condice mucho mas con lo que el ciudadano común vive cotidianamente, que lo que surge de los discursos estructurados a partir de las estadísticas oficiales.
Nidia Osimani
Twitter: @nidiaosimani