El hombre estaba agotado moralmente; esperó durante cuatro días algún gesto público o privado por parte de Cristina Kirchner, pero nunca lo consiguió. Fue cuando decidió dejar su cargo al frente de la procuración General de la Nación, luego de una dura embestida por parte de Amado Boudou el pasado jueves santo.
“Yo no tengo que salir a defender mi prestigio”, les dijo Esteban Righi a sus amigos, pocas horas antes de presentar su renuncia. Les daba a entender con esas palabras que no era él quien debía hablar por sí mismo, sino la Presidenta o alguno de sus funcionarios más cercanos.
Durante el largo fin de semana, desde Nueva York, esperó en vano el llamado que nunca llegó por parte de la mandataria. Hizo cálculos y especuló que tal vez el mutismo del fin de semana se debía a las fiestas de Semana Santa.
Sin embargo, esa explicación perdió sentido ayer mismo, cuando empezó la semana y, gracias a una nota de Horacio Verbitsky, supo que las palabras de Boudou habían tenido respaldo presidencial (1). Por la noche, habló en buenos términos con el secretario de Legal y Técnica y le arrimó un borrador de la renuncia a su cargo —el texto definitivo lo presentará durante la mañana—. El último gesto de Cristina fue elocuente: aunque podía rechazarla, decidió aceptar la renuncia.
Righi se va amargamente —habrá que ver cuáles son los fundamentos de su partida—, luego de que el estudio que comandan su mujer y su hijo quedara en medio de duros señalamientos públicos por parte de Boudou. La gota que rebasó el vaso no fue solo el silencio de la titular del Ejecutivo, sino también la presentación judicial que hizo el vicepresidente este mismo lunes contra sus propios familares. ¿Es posible que semejante denuncia no tenga respaldo político de los más altos niveles?, se preguntó retóricamente para sus adentros.
En su mente, Righi probablemente conserve los recuerdos de cuando se desempeñó como abogado defensor de los Kirchner, tras una denuncia por enriquecimiento ilícito que les fuera hecha durante la gestión de Néstor en Santa Cruz. Gracias a ese antecedente y las recomendaciones del entonces jefe de Gabinete, Alberto Fernández, llegó a ser el jefe de los fiscales. Al menos hasta ayer.
También se lleva Righi el duro recuerdo de cuando, en 2008, Elisa Carrió impulsó su juicio político luego de que le recortara facultades al entonces fiscal de investigaciones administrativas, Manuel Garrido. Curiosamente, este último salió a denunciar que al ex procurador el kirchnerismo "lo echa por blando" y ahora pondrán "a una especie de Moreno".
En fin, nada de lo que ha hecho parece haberle servido a Righi a la hora de sostenerse en uno de los cargos más importantes de la Justicia argentina. La balanza finalmente se inclinó para el lado del desabrido Boudou, más por los caprichos de Cristina que por valor intrínsico del vicepresidente.
La evaluación a futuro que hacían esta mañana algunos funcionarios de segunda y tercera línea de Casa de Gobierno era negativa por demás. Si bien Righi es un real lobbysta judicial —no por nada asesora a personajes de la talla de Hugo Anzorreguy, Alessandra Minicelli, Guillermo Moreno, y otros—, siempre supo ostentar una valoración positiva por parte de sus colegas. ¿Cómo entender pues la embestida de Boudou para con él y la consecuente permisividad de Cristina?
Una vez más, el capricho de una sola persona puede más que los intereses de varios muchos. En realidad, es la conocida "política de la improvisación" del kirchnerismo, la cual solo ha logrado aislar a la Argentina del mundo y llevar al país a una crisis pocas veces vista.
No es poco.
Christian Sanz
(1) Una versión publicada por diario Perfil dio cuenta de que parte del malestar de Cristina Kirchner para con Righi tenía que ver con la sociedad existente entre Ana García, la mujer de Righi, y María José “Majo” Labat, la mujer del ministro de Seguridad porteño, y ex juez, Guillermo Montenegro. Por otro lado, se habló en corrillos judiciales del posible enojo oficial por no haber limitado Righi la acción del juez Daniel Rafecas y su segundo, el fiscal Carlos Rívolo.