La siguiente es una crónica desde Comodoro Py, en el momento de la detención de Sergio Schoklender, ex apoderado de la Fundación Madres de Plaza de Mayo. La confirmación de la información por el vocero de Hebe de Bonafini.
Antes de las 10 de la mañana, los movileros y periodistas que esperaban la llegada del hermano mayor de los Schoklender, no se percataron que el ex hombre fuerte de la Fundación Madres de Plaza de Mayo ingresaba por la puerta lateral derecha de los tribunales de Comodoro Py. El juez Norberto Oyarbide esperaba desde hace más de una hora y media su llegada. Sin embargo, a las 11:30 de la mañana, al final del corredor del tercer piso de los Tribunales, Schoklender ingresó al baño cabizbajo y sin hacer comentario alguno a dos cronistas que se sorprendieron al verlo y le preguntaron si había comenzado a declarar en el Juzgado Nº5.
Un minuto más tarde, vestido con pantalón y zapatillas negras y un chaleco onda inflable, como si hubiese dejado su embarcación en la puerta del palacio de Justicia, un Schoklender con barba de más de tres días se quejó en voz alta de que todavía no había comenzado a declarar.
"¡Sergio! ¡Sergio! ¿Cómo estás? ¿Te acordás de mí?", le grité al pasarme por delante sin ni siquiera levantar la vista, por si se tropezaba ante la presencia de este cronista.
"Qué tal, bien", dijo en seco mientras estiraba su mano para estrechar mi mano.
"¿Qué va a pasar hoy? ¿Por qué no declaraste aún?", insistí.
"No sé. No lo sé". Fueron las últimas palabras que dijo públicamente Sergio Schoklender.
Minutos después, un cronista de Clarín se acercó para preguntarme el motivo del saludo con el ex apoderado.
"Lo conozco, lo entrevisté en varias oportunidades en su domicilio, bah, en el que vivía antes en Chacarita". Desde hace varias semanas, Schoklender no contesta su celular, se mudó y dejó de frecuentar el domicilio de su ex mujer, Viviana Sala, y su reaparición en los medios, todavía no había hecho ruido.
"Me dijeron que lo van a detener", me dijo el cronista del 'gran diario argentino'. En ese instante, su celular comenzó a sonar. Era Gonzalo Seoane, prensa personal de Hebe de Bonafini. El cronista me mostró su moderno aparatito certificando que, tal vez, el quilmeño tendría algo interesante qué comentar.
"Gonzalo, obviamente no te voy a mencionar, decíme por sí o por no: ¿Queda preso Schoklender?"
El periodista de Clarín sonrió ante la primicia. ¿Cómo sabía el prensa de Hebe de Bonafini lo que había decidido previamente el juez Oyarbide si aún no había escuchado la declaración de uno de los imputados por defraudación al estado y lavado de dinero?
Seoane tendría razón. Los minutos pasaron y los periodistas comenzaron a acercarse, lo más posible, al despacho del “petiso” Oyarbide. Los custodios de civil también se acrecentaron. Los rumores iban in crescendo. Que a Pablo Schoklender también lo detendrían, a pesar que en 48 horas debería declarar en el mismo lugar y a la misma hora que su hermano mayor. Que Gotkin y Alejandra Bonafini correrían la misma suerte.
Pasado el mediodía, la guardia periodística empezó a flaquear. El hambre acechaba. Sergio Schoklender no volvió a salir ni para ir al baño. La decisión estaba tomada. Antes del mediodía, un colega de FM Identidad se comunicó para pedirme información de lo que estaba pasando. Conté lo sucedido y la noticia corrió como pólvora. Los asistentes del juez salían y daban información a los periodistas presentes. Pasadas las 2:30 de la tarde, los policías desalojaron el pasillo derecho del tercer piso.
El grueso de los movileros aguardaba la gran foto de Schoklender esposado del otro lado del pasillo o en la entrada principal a Comodoro Py. Me escondí en el baño aguardando el gran momento. El consigna me sacó de mala gana, pero lo pude engañar tomando un ascensor hasta el piso inferior para luego regresar por las escalinatas. La idea no fue tan original como pensaba. Pronto tres mujeres periodistas, una de ellas de Perfil, aguardaban en el mismo lugar que yo. Hablaban de la gran primicia de un colega sobre el caso Boudou y despotricaban contra él. En ese instante, a Sergio Schoklender, rígido, inmóvil, se lo llevaban tres policías y un cuarto, vestido de civil con una curita en su nariz. Lo metieron dentro del ascensor rumbo al subsuelo. Ingresé para gritarle dos preguntas. "¿Por qué te detuvieron?" Schoklender miraba de espaldas al mundo, con las manos cruzadas como si estuviese esposado. Los policías me empujaron inmediatamente del pequeño sitio.
"¿Crees que lo hacen para tapar lo de Boudou?" "Y sí", llegó a murmurar en una voz derrotada, inaudible mientras el ascensor cerraba sus puertas.
No lo vi nunca más. Oyarbide se fue sin dar declaraciones. Schoklender está guardado en Tribunales esperando su próximo destino. ¿Ezeiza?
Luis Gasulla
Twitter: @luisgasulla