¡Vivir! ¡Qué enigmático parece ser esto a nivel filosófico!
¿Para qué vivir? ¿Para qué vivimos? He aquí dos interrogantes capciosos.
Sin ser filósofo, respondo con una réplica filosófica y enfática a la vez: ¡Vivimos, para vivir!
¿Y eso es todo? ¡Vaya! ¡Qué respuesta más pobre y escueta!
Voy a ser un poco cómico para amenizar este escrito, porque, de lo contrario algún lector que haya tenido la paciencia de seguirme hasta ahora, puede que abandone la lectura: la pulga vive, ¿para qué vive? Para picar al perro y a otros animales (y a veces también al hombre). Más si continuamos con las preguntas podemos interrogar: ¿y para qué pica? Respuesta: y… para vivir. ¿Y eso es todo? Así también podemos decir que el elefante vive para vivir, y extrapolando, lo mismo el cactus y la magnolia. En realidad toda la florifauna vive para vivir y de ello no escapa el hombre.
Sin embargo: ¿Y el placer de Epicuro? (según su filosofía, este personaje, junto con los cirenaicos consideraba al placer como el objetivo de la vida y la única felicidad).
Pero ¡ojo! En los tiempos del pensador Epicuro no existía la televisión. ¿Qué placer puede experimentar aquel espectador que, sentado frente a una pantalla, se angustia, queda tenso o se aterroriza ente un espectáculo truculento donde predomina la aflicción, el llanto, con vívidas escenas de violencia, asesinatos, torturas, terror, cuadros horrendos, espeluznantes, sangre y todos lo demás habidos y por haber y otras cosas tremebundas que pude haber omitido.
Si Epicuro de Samos resucitara para sentarse ante una pantalla de televisión, ¡realmente!, creo que con toda seguridad, al ver algunos programas, denominaría a este producto de la tecnología, con una contundente definición: placer morboso, para reconocer finalmente que estaba garrafalmente equivocado si sólo pensaba en algunos placeres sublimes.
Aunque, si nos retrotraemos al pasado remoto, veremos que las cosas no eran muy diferentes. Pensemos en las obras literarias y en el teatro de otros tiempos donde también existía el ingrediente trágico. Dramas y tragedias eran apreciados seguramente con “fruición” por nuestros muy lejanos ancestros. Recordemos a Sófocles, poeta trágico (495-405 a. C.). ¿Lo habría apreciado Epicuro, muchos años después, para solazarse con lo trágico? No sabemos. Pero está claro, una cosa es leer un drama y otra es verlo patente en una pantalla.
¡Bueno! Como corolario, debemos aceptar que existen placeres morbosos. Más dejando de lado todas estas cosas ¡está claro!: todos buscamos el placer y huimos del dolor (salvo los masoquistas, pero estos son casos aberrantes).
¿Sería entonces el placer, el motor de la vida? Los animales también lo buscan (creo que el mundo vegetal no, porque carece de neuronas). Allí donde cae la semilla y germina, ahí se quedan las plantas para crecer, florecer y multiplicarse contra viento y marea. ¿Para qué? Y… para que la vida continúe (sic).
En realidad según mi enfoque, la existencia del hombre se agota en sí misma. Existimos brevemente, somos una chispita en el concierto universal, mientras que los evos cósmicos continúan adelante, y me atrevo a decir aún más: toda la existencia de la humanidad ¡es una chispita ante la “edad” del Universo!
Pero pensándolo mejor, se hace necesario reconocer que esta chispita que es la vida, constituye un instante lleno de significación. Cada ser humano es un mundo (ya lejos de las comparaciones con el Cosmos), un mundo pleno de sentido entonces.
El ser humano hace cosas, sueña, proyecta, se propone realizar sus planes, goza si se cumplen, y luego… nuevos planes según sus gustos y vocaciones.
Poesía y otra literatura, ciencias, estudio, música, arte escénico, pintura, deportes, espectáculos y la mar de entretenimientos, al margen del trabajo para ganarse la existencia, las prácticas religiosas, y en el mundo de los sentimientos, enamorarse, casarse, tener hijos y un sinfín de cosas más, constituyen el motor de la existencia.
En otros campos, se busca, por ejemplo, bregar por los ideales (a veces utópicos) por el progreso, el bienestar, dedicarse a los negocios… y ¿para qué continuar con lo trillado?
La cuestión es que, el ser que nace y se asoma al mundo, halla toda una diversidad de motivos existenciales de los que escoge los preferidos según su vocación ¿innata o motivada? ¿O todo es producto tan solo de lo motivado?
La herencia, no podemos descartarla. El ADN manda, y en base a la moderna genética, me inclino a creer que ciertas inclinaciones vocacionales, en algunos casos, se heredan, descartando la imitación.
En resumen de cuentas, podemos colegir que todo el entorno que rodea al ser humano, hace que éste proyecte su mente hacia dicho entorno, para “bañarlo” de psiquismo (si podemos decirlo así).
Este baño, esta pincelada, o mejor dicho, proyección de la mente hacia el mundo y hacia sí mismo (toma de conciencia) hace que el individuo encuentre lo agradable y lo desagradable (lo tosco también gusta a veces, pero no todas las veces).
Ese “bañar” al mundo con la mente en un acto subjetivo, hace que el sujeto encuentre belleza en algunas cosas y sienta repugnancia por otras.
A una hiena o a un buitre, les atrae la carroña con su hedor, mientras que al hombre le repugna y puede llegar hasta el vómito. Aquí tenemos una de tantas pruebas de que el mundo que rodea al ser humano es en buena parte una creación suya desde el ámbito de la mente. A un supuesto alienígena, quizás le repugne una mujer bonita. Aquí, en la Tierra, para un perro es indiferente la amistad con un hombre o con una mujer, si de ellos recibe cariño.
Llegamos así a la conclusión, que para el ser humano existe un mundo diferente del real. Un mundo particular creado por su mente, lleno de fantasías y de cosas estéticas, neutras o repugnantes. En otras palabras, el hombre se refleja en un mundo real neutro para impregnarlo todo de agradabilidad, hermosura o fealdad (aparte de lo para él neutro). (Reconozco que este embrollo tal vez pueda resultarle al lector como un ovillo de hilo enmarañado, pero no me sale otra cosa y pido mis disculpas).
Entremos entonces de lleno por la puerta de la fantasía, para rodearnos tanto de un mundo repintado “a nuestra medida”, como de un mundo ficticio que nada tiene que ver con la realidad exterior a la mente, amén de las cosas invisibles irreales, que se toman por existentes.
¿Qué es esto último que parece cosa de locos? Es el mundo de los seres incorpóreos creados por la rica fantasía humana; es el de los ya archiconocidos dioses, ángeles, duendes, silfos, sátiros, monstruos mitológicos y un sinfín de mitos de todas las especies habidas y por haber, cuya lista puede llenar muchos volúmenes o extenderse “varios kilómetros”. Todo esto, no es otra cosa que el mundo mental evadido de la realidad que satisface al individuo y lo aplaca frente a una situación angustiosa, porque tiene fe en la oración invocatoria, rodeado de aquellos seres fabulosos que pueden protegerlo o satisfacer sus deseos. Un ruego a cualquier divinidad de que se tenga noticia y preferencia en la esperanza de obtener un alivio a sus desdichas, es un factor de supervivencia que da ánimos para seguir viviendo, aunque más no sea de ilusiones, y aquí viene al galope el refrán que dice: “De ilusiones también se vive”, (aunque yo, en caso de apuro, prefiero ponerme en manos de la santa ciencia.).
Para finalizar este escrito, puedo decir, como resumen, que es el hombre mismo con su mente, quien crea sus motivos existenciales, y este aliciente hace que se sostenga en la vida y no recurra al suicidio ante la tenebrosa idea del vacío de la nada que algunas veces lo puede amenazar.
Recurramos ahora al dicho del sabio rey Salomón (del hebreo Schalom, que quiere decir paz): “Vanidad de vanidades, y todo es vanidad”. Pero… ¡no importa!, porque el bendito instinto de conservación nos empuja a vivir ¡y basta! ¡Quitemos la vista del abismo de la nada! ¡No nos queda otra alternativa! Al fin y al cabo: ¡la vida en su faceta positiva, es linda!, aún sin dios alguno).
Ladislao Vadas