Mucho se ha hablado del destino de acá, del destino de allá, y del destino del más allá. Que lo digan sino los astrólogos de todos los tiempos y lugares ¡y también los sabios filósofos!
¿Qué dicen estos últimos, los oscuros metafísicos con veleidades de científicos? Sabemos que al señor destino lo definen en principio como “la acción necesaria que el orden del mundo ejerce sobre cada ser particular del mundo mismo”. Esto según el Diccionario de filosofía, de Nicola Abbagnano. Editorial Fondo de Cultura Económica, México. (Pregunta capciosa: ¿ese orden del mundo ejerce acción sobre una mosca, mosquito o cucaracha… también?).
¿Quién no cree en el destino? Creo que son pocos los que no lo aceptan. Tanto las religiones orientales, como algunas de las otras, admiten la predestinación.
Sin ir más lejos, los religiosos protestantes nos hablan de dicha predestinación. Pero a su vez los católicos no se quedan cortos y nos explican que su Dios elige a los que cooperan libremente con su gracia para lograr así la gloria, con el ilógico añadido de que ya sabe de antemano quienes serán condenados y quienes saldrán salvos en la vida eterna en virtud de su “ciencia” de visión del futuro (atribuida por los teólogos a su deidad).
Esto último es a todas luces un intríngulis que ni el mismísimo sabio Einstein sería capaz de entender, y menos entonces, resolver.
Y para colmo de males, el diccionario enciclopédico también nos sale al paso con que, el predestinado es “un elegido por Dios desde toda la eternidad” para lograr la gloria (sic). Y en el mismo diccionario podemos leer esta definición de predestinación que reza así: “Doctrina que defiende la existencia de un plan divino que determina la salvación de los hombres independientemente de sus acciones (sic) (¡Sí, así como suena!). Aquí sí, que evidentemente sobran las palabras.
Vayamos ahora hacia otro enfoque más serio y racional del supuesto destino.
El diccionario filosófico, en apariencia, parece hallarse más acertado (aunque según mi óptica, sólo en apariencia) cuando dice: “El concepto de determinismo es antiquísimo y muy difundido, por ser aceptado por todas las filosofías que de algún modo admiten un orden necesario del mundo”.
Sin embargo, si leemos atentamente esta definición y la confrontamos con la realidad, vamos a hallar en ella una evidente petición de principio. ¿Cuál es ella? Simplemente, y otra vez en suponer que existe un orden necesario en el mundo y, ¡aquí se halla el error!
Saliendo del supuesto saber sin supuestos, alias: la filosofía, vemos que la mayoría de las personas sin saber absolutamente nada de esta disciplina, acepta de buenas a primeras el destino. (¡Qué lo digan si no los astrólogos y augures!). “Todos estamos predestinados”; “es el destino de cada uno”; “tuvo que suceder así porque es el destino”, se dice.
Destino y fatalismo van de la mano, y esto último también se halla como doctrina, según la cual, todo sucede por las determinaciones ineludibles del hado, o fuerza oculta que rige los destinos del mundo.
¿Es así? ¿Podemos confiar en un hado como fuerza desconocida que obra sobre los hombres y los sucesos, y esperar sentados que todo nos vaya viento en popa por una de esas casualidades si somos los privilegiados?
Más bien me inclino a creer que somos nosotros quienes por nuestra propia cuenta debemos tratar de forjar nuestro futuro.
Si a pesar de todo nos va mal, bueno, haremos otros planes, pero nunca debemos dejarnos estar en manos de algún ignoto destino.
Pero no es sólo este razonamiento el que niega la existencia del señor Hado, sino que la flecha mortal contra él parte de un ámbito quizás inesperado.
¿De dónde surge este señor Demoledor del señor Destino? De la física cuántica amigos lectores.
¿Física cuántica? ¿Qué diablos es esto?, preguntarán algunos que desconocen esta materia. Respuesta: es la que estudia los fenómenos físicos pertenecientes al campo atómico y subatómico.
¿Qué puede decirnos esa cosa acerca del destino fatal? (interrogarán a continuación)
Simplemente que, por ejemplo, un rayo cósmico, que se dirigiera hacia la Tierra, al chocar con un átomo de nuestra atmósfera, produce un chubasco de subpartículas dispersadas en todo sentido rompiendo una secuencia. Aquí desaparece como por encanto la linealidad de los hechos físicos, pues se producen nuevas secuencias en distintas direcciones, por lo cual se interrumpe el encadenamiento de los sucesos.
Esto en el ámbito físico natural, más en el campo de los colosales aceleradores de partículas ocurre otro tanto.
¡Demonios! ¿Qué es un acelerador de partículas? (Interrogarán los legos en el tema). Se trata de una máquina que imprime gran velocidad a partículas elementales cargadas de electricidad, con lo que adquiere elevada energía cinética y capacidad de producir reacciones nucleares o estrellas pi mesónicas, formadas de partículas dispersadas en todo sentido como en el caso del rayo cósmico.
Es decir, que tanto en el espacio, en forma natural, como en los experimentos en física, es posible comprobar la ruptura de la cadena de hechos.
Consecuencia: si todos nosotros, con nuestro entorno, estamos hechos de átomos, es imposible aceptar un destino fatal, ya que “este señor” se trunca a cada instante en forma natural por causa de las múltiples radiaciones que nos rodean en todo el planeta, generando hechos (secuencias) totalmente desconectadas del estado anterior de cosas.
Las mutaciones genéticas producidas por la incidencia de ciertos rayos, son un fiel testimonio de las mutaciones ciegas que cambian los rumbos biológicos, de modo que jamás se pueden predecir a ciencia cierta, de antemano, las mutaciones biológicas.
La cadena es larga, los accidentes físicos, químicos y biológicos son constantes, y si a los estudiosos sobre el tema les cuesta un triunfo predecir el comportamiento futuro de procesos físico, químico biológicos ante la acción de los rayos cósmicos, (por ejemplo) mal pueden entonces, los señores augures, predecir el destino de las personas, naciones o del Globo Terráqueo entero navegando por un espacio pleno de radiaciones como los rayos cósmicos, y el comportamiento de aerolitos que caen encima de nuestro planeta sin pedir permiso a dios alguno.
Estamos desprotegidos como el que más, y nadie ningún augur “por más ducho que pretenda ser” puede predecir la caída de un bólido sobre nuestro obelisco sito en plena Avenida 9 de Julio y hacer estragos en nuestra querida, para muchos malquerida ciudad de Buenos Aires o en otros lugares del orbe.
El destino, la predestinación, son mitos, pues la física cuántica lo certifica y todos los augures, adivinos, agoreros y magos, sólo pueden ser concebidos como meros jugadores al azar, a la nada o simples ofrecedores de entretenimientos para acompañar el ocio.
Ladislao Vadas