“¡El titán no se abate! Es que el dolor enerva a los pigmeos. Y a los grandes infunde nuevos bríos”.
Si bien su obra es más extensa, no solo se ocupa del periodismo militante, deseo rescatar en este día su enfrentamiento con el centralismo porteño.
Sin conocerse, parece opinar como el lingüista francés Oswald Ducrot para quien el lenguaje nunca “describe” el mundo, sino que lo valora, aunque lo disfrace con “marcas” que simulen distancia, transparencia y lejanía.
Primero, es dable contextualizar la época en que el escritor brasileño —entrerriano por adopción— desarrolla su discurso crítico y mordaz.
El 4 de septiembre de 1852, Buenos Aires es un hervidero. A pesar de ello, el director provisorio de la Confederación, Justo José de Urquiza, viaja a Santa Fe para participar en el Congreso General Constituyente.
Aprovechando la ausencia del vencedor de Caseros, los partidarios de Bartolomé Mitre y Valentín Alsina conspiran contra el gobierno: una alianza rosista-mitrista da un golpe de estado el 11 de septiembre de 1852.
Alsina, jefe civil de la revolución, es elegido unilateralmente por los suyos como gobernador propietario.
Asimismo, se abrazan en el Teatro Coliseo dos íconos políticos opositores: el rosista Lorenzo Torres y el mitrista Valentín Alsina. La oligarquía porteña, formada por los comerciantes y ganaderos - todos antiurquicistas- cambia el nombre a la “Plaza de Mercado del Oeste”. Por decreto del 4 de octubre de 1853, pasa a denominarse: “Plaza Once de Septiembre”. Sí, la popular “Plaza Once”, que el 25 de noviembre de 1947, durante la administración del “segundo tirano” - por decreto 9.568- se denomina “Plaza de Miserere”.
Buenos Aires, gobernada por Pastor Obligado, se separa de la Confederación, se organiza como Estado y dicta una constitución sui generis el 11 de abril de 1854.
Olegario Víctor Andrade denuncia este golpe en un poema que titula “Once de septiembre”: “¿No veis?(…) sucumbe Buenos Aires, tu gloria, tu pujanza (…) La cuna de los libres, la patria de Belgrano,/ de Mayo el pueblo heroico, que con potente mano / trozara las cadenas de odiosa esclavitud, y en montes y llanuras su grito sacrosanto / de independencia o muerte como sublime canto / sacara de un letargo la América del Sud. / Hoy rueda como rama que el ábrego arrebata, bañando con su sangre las márgenes del Plata, / sufriendo de sus hijos la saña y ambición, / ¿Qué mano misteriosa grabó sobre su frente / con lágrimas y sangre la marca repelente, / que cubren los girones del patrio pabellón? (…) Yo vi caer mi padre, yo vi caer mi hermano / rodando bajo el hacha de bárbaro tirano, / y un grito de venganza lanzó mi corazón. / Por esa Buenos Aires valientes sucumbieron, / por ella las pasiones mi pecho estremecieron (…) Decidme si no puedo lanzar un anatema / de muerte y exterminio sobre el sangriento lema que elevan esos hombres con ímpetu fatal (…) Pero ¡ay! la ingratitud tendió sus alas cubriendo, Buenos Aires, tus blasones, /y la ambición al desplegar sus galas rodaron en el polvo tus pendones (…) Perdón si el estertor de tu agonía / perturbo con mis trémulos cantares, Buenos Aires, querida patria mía, / son ecos que revelan mis pesares. /Si al verte coronada de laureles / cantaba con orgullo tu destino, / hoy miro en esos falsos oropeles / la sangre que circunda tu camino (…) Y no responde nadie a tu gemido, y no consuela nadie tus dolores;/ ¿tus hijos dónde están, dónde se han ido? Pregúntalo a ese círculo de horrores. / Pregunta por qué en playas extranjeras mendigan una patria y un hogar, / por qué doblan sus frentes altaneras la hiel de tus destinos al libar! / Pregúntalo a ese círculo de horrores / que mira tus desgracias con valor, / dormido en el perfume de las flores / con sueños de grandeza y esplendor. / Pregunta qué se han hecho los blasones / que pisoteó su loca vanidad; pregunta dónde están esos pendones / que alzara proclamando Libertad. / En humo convertidas han volado / las tribus de la pampa al combatir, / y sólo en sus delirios te han dejado / las sombras de un obscuro porvenir”.
Si bien su pluma combativa ya molesta, se inicia como periodista en Gualeguaychú, en 1857, en “El Mercantil”, bisemanario del federal urquicista Isidoro de María. Luego, en comunión con los ideales de los federales de Nicolás Calvo, prueba suerte en Buenos Aires en el periódico "La Reforma Pacífica". Pero la intolerancia porteña lo obliga a desistir y retorna a Gualeguaychú, en donde escribe en: "El Federalista", "El Patriota", "La Fraternidad" y "El Paraná".
Son años sangrientos. El mitrismo se hace fuerte y somete al interior federal a sus designios.
El general Ángel Vicente Peñaloza, de 68 años, se atreve a enfrentarlos, pero es derrotado en Caucete. Se refugia en Olta y se rinde a Ricardo Vera. Un tiempo después, ya desarmado, Pablo Irazabal lo lancea y acribilla a tiros. Los feroces “pacificadores” lo degüellan y exhiben su cabeza en una picaen la Plaza de Olta. Sarmiento aplaude la medida. Mitre parece molestarse, pero en breve, asciende al asesino de “El Chacho” a coronel.
En 1864, Andrade funda “El porvenir”, en donde fustiga la agresiva política porteña y la impiedosa Guerra del Paraguay. Tan es así, que en 1865 escribe “Ay Paysandú”: “¡Sombra de Paysandú! ¡Sombra gigante /que velas los despojos de la gloria! ¡Urna de las reliquias del martirio, / espectro vengador! / ¡Sombra de Paysandú! ¡lecho de muerte,/ donde la libertad cayó violada! / ¡Altar de los supremos sacrificios, / santuario del valor! / ¡Sombra de Paysandú! ¡Muda y airada / como en las horas del sublime trance, / cuando azotaban con sañudo embate / tu soberbia cerviz! / Cuando formaban tu esplendente aureola las calientes señales del suplicio, — rojizos rastros de fecunda sangre de la ancha cicatriz! / ¡Calvario de la santa democracia! /¡Viuda del patriotismo y la nobleza! / ¡Tus vestidos de luto son tus ruinas, de eterna majestad! / Cuna de los guerreros de alma grande,/ de las hembras de pecho varonil, / semillero de gloria y heroísmo, / paz en tu soledad! / ¡Paz a los que cayeron batallando /allá en los días de la lid tremenda! /¡Paz a los que tuvieron por mortaja / los techos de su hogar! / ¡Sombra de Paysandú! ¡Templo de gloria /a cuyas aras se prosterna un mundo! / ¡Visión de los supremos sacrificios, / yo te vengo a evocar! (…) Al fuego de las iras / relampagueó en sus ojos, lanzóse al remolino / del humo del cañón; / y en pedestal soberbio de muertos y despojos, / apareció flameando / su blanco pabellón! / Las naves descargaron / sus bronces colosales, / revoloteó la muerte blandiendo su segur; / graznaron de alegría / los cuervos imperiales, gritaron los esclavos:
"¡Ya es nuestro Paysandú!" / Rasgó la nube inmensa/ que fuego y muerte brota, / un rayo bendecido / de diamantina luz; /y la amazona entonces / sobre la almena rota, gritóle a los esclavos : "¡No es vuestro Paysandú!" / Las bombas estallaron con hórrido estampido, /dejando tras sus huellas /sangrienta claridad; el polvo de las ruinas /se eleva enrojecido, /y gritan los esclavos: "¡Viva Su Majestad!" El invisible aliento / del Dios de la victoria llevó sobre sus alas / la densa obscuridad; /y la amazona entonces en hombros de la gloria, / gritóle a los esclavos: /"¡Viva la libertad!"
(…) ¡Allá van las famélicas legiones / como la inerme tropa al matadero!
(…) ¡Allá van! ¡Como turbia marejada / que el tremendo huracán aguijonea!
La turba se aproxima alborotada, /y en vez de su bandera mancillada se destaca el color de su librea! / ¡Ya llegan! ¡al asalto! ¡a la matanza!
¡Ay de los héroes del empuje rudo! / ¡Paysandú va a caer, no hay esperanza! / ¡Saltó en astillas la tremenda lanza! (…) Sacia la muerte sus enojos fieros,/ y los pendones de color de gualda / bordados de girones y agujeros, /alfombra son al pie de los guerreros /que hieren a los siervos por la espalda (…) ¡Inútil batallar! ¡Dios los ayuda! / ¡Dios protege a los ínclitos campeones! / La libertad de un mundo los escuda. / Y sobre Paynsandú la noche muda / desplega sus sombríos pabellones! (…) Paysandú está de pie, como en otrora / al sublime tronar de los cañones ; / su sudario de escombros y tizones (…) ¡Paysandú! ¡epitafio sacrosanto / escrito con la sangre de los libres! / ¡Altar de los supremos sacrificios, / a tus cenizas, paz! / ¡Paysandú! ¡el gran día de justicia / alborea en el cielo americano, y, Lázaro, del fondo de tu tumba / tú te levantarás!”.
Andrade no exagera. El 2 de enero de 1865, cae Paysandú, masacrada.
En 1866, publica el folleto “Las dos políticas: consideraciones de actualidad”, donde precisa los atropellos porteños:
“Entre la humareda de Pavón, un hombre, Mitre, recogió del suelo la victoria, (…) El enano pudo levantar la masa del gigante y calzarse sus botas para remedar su estatua. El enano se empinó en medio del incendio que chispeaba en todos los confines de la República (…) Entonces escribió su programa con la sangre de Cañada de Gómez. Allí cayeron cuatrocientos argentinos mártires de la libertad en aras de su fe política: cayeron asesinados en una sorpresa innoble, una emboscada traidora (…) El vencedor de Pavón, lanzó a las provincias sus legiones mercenarias pasando sobre los troncos mutilados del holocausto de Cañada de Gómez (…) Durante dos años, solo se vieron los fogonazos de las batallas como los relámpagos de una pavorosa tempestad. En los Molinos de Alvarez, fue conquistada Córdoba, al precio de la sangre de sus hijos. En el Gigante, fue quebrada la resistencia de San Luis. Sobre las ruinas de Mendoza, amontonó Rivas otras ruinas, eran ruinas de hombres, despojos de una inmolación sacrílega ejecutada sobre el ancho sepulcro de la ciudad mártir. En las Piedras Blancas, sucumbe la libertad de Catamarca. En las costas del Río Colorado, cae Tucumán a los pies de los conquistadores.
En Caucete, ejecutó a lanzazos a los prisioneros tomados, y en el Valle Fértil, Sarmiento realiza sus venganzas de demencia y barbarie. En la Punta de Agua, en las Lomas Blancas, en el Bajo Hondo, en los Pozos de Valdez, en cien lugares de sangrienta recordación, Sandes -el bárbaro Sandes, ese gaucho salvaje que parecía haber mamado en los pechos de una tigra- pasa a cuchillo centenares de argentinos y se goza en su suplicio yen su muerte. ¡En dos años más de cincuenta combates! ¡En dos años, más de cinco mil víctimas! Los extranjeros como Sandes, como Rivas, como Paunero, revuelven el cuchillo en las heridas de las provincias que les demandan merced. Peñaloza (…) perseguido como una fiera por los cazadores de presas humanas, forma sus diezmadas legiones en las Playas de Córdoba, y allí, vencido por el número, deja en poder de sus enemigos más de cuatrocientos prisioneros. ¡Preguntad a Córdoba qué se hizo con ellos!
(…)De ahí siguieron nuevas persecuciones, nuevos combates. El héroe riojano se retiraba hacia sus serranías combatiendo palmo a palmo como el león herido. ¡En Olta estaba su calvario! ¡Allí la traición consumó el más horrendo de los crímenes! Tal es la historia de la dominación del partido que hoy gobierna la República. ¡Ni un solo día de paz! (...) Acúsennos de llamar apóstatas de la democracia, Judas del dogma de la igualdad republicana, tránsfugas de las filas que vieron caer a nuestros padres como buenos y como leales, a los hombres funestos que trafican con el porvenir de las jóvenes nacionalidades del Plata y soplan el voraz incendio que consume a la República Oriental, nuestra hermana en Dios y en la libertad! Acúsennos de haber dicho que Mitre ha instigado a Flores, le ha enviado refuerzos, dado aliento cuando flaqueaba, y envía hoy mismo hasta a los soldados de línea que guarnecen las fronteras de la República, como ha hecho, no hace dos semanas, con los infantes que trajo de Bahía Blanca el comandante Gómez, segundo jefe del extinguido regimiento de Saldes. Acúsennos de haber dicho que los buques de la escuadra nacional son los alcahuetes de la revolución salvaje que aniquila al país vecino. Acúsennos de haber dicho que la República Argentina no ha tenido un gobierno más funesto, que le haya costado más lágrima!, ni haya vertido más sangre para saciar su fiebre satánica de dominación. (...) Cuando estas acusaciones se entablen, nosotros sabremos defendemos teniendo a un pueblo por auditorio y a Dios por juez de la verdad de nuestras palabras. Pero no nos acusarán. ¿Por qué? Según ellos, porque no merecemos el honor de ser juzgados. Según nosotros, porque tiemblan de su propia sombra y saben que no son dos oscuros jóvenes los que van a asistir a la barra, sino la libertad misma que va a presentarse ante el pueblo con las señales sangrientas de su martirio, y puede que entonces despierte el enojo de los pueblos, terrible, imperturbable como la tempestad, que sólo obedece al mandato de Dios."
Andrade se torna insoportable y en 1867, "El Porvenir" es clausurado por orden de Mitre, para quien ese medio no es “una tribuna de doctrina", como reza el lema de su porteña publicación.
Andrade no se achica. Le responde con un nuevo medio: "La Regeneración".
En esa línea de combate, tres años después, publica un canto “Al general Peñaloza": “Mártir del pueblo! tu gigante talla / Más grande y majestuosa se levanta/ Que entre el solemne horror de la batalla, / Cuando de fierro la sangrienta valla / Servía de pedestal para tu planta. / ¡Mártir del pueblo! víctima expiatoria / Inmolada en el ara de una idea, / te has dormido en los brazos de la historia / Con la inmortal diadema de la gloria / Que del genio un relámpago clarea. / ¡Mártir del pueblo! apóstol del derecho, / Tu sangre es lluvia de fecundo riego, / y el postrimer aliento de tu pecho, / que era a la fe de tu creencia estrecho,/ será más tarde un vendaval de fuego. /¡Mártir del pueblo! tu cadáver yerto, / Como el ombú que el huracán desgaja, / Tiene su tumba digna en el desierto, / Sus grandes armonías por concierto / Y el cielo de la patria por mortaja./ ¿Qué importa que en las sombras de occidente,
Del desencanto el doloroso emblema, / Como una virgen, que morir se siente, / Incline el sol la enardecida frente, / De los mundos magnífica diadema? / ¿Qué importa que se melle en las gargantas / El cuchillo del déspota porteño [N.R. Mitre], / Y ponga de escabel, bajo sus plantas, / Del patriotismo las enseñas santas / Con que iba un héroe a perturbar su sueño? / ¿Qué importa que sucumban los campeones / Y caigan los aceros de sus manos,/Si no muere la fe en sus corazones, / Y del pendón del libre, los jirones / Sirven para amarrar a los tiranos? / ¿Qué importa, si esa sangre que gotea / En principio de vida se convierte, / Y el humo funeral de la pelea / Lleva sobre sus alas una idea / Que triunfa de la saña de la muerte? / ¿Qué importa que la tierra dolorida / Solloce con las fuentes y las brisas, / Si no ha de ser eterna la partida, / Si con nuevo vigor, con nueva vida, / Más grande ha de brotar de sus cenizas? / ¡Mártir! Al borde de la tumba helada
La gloria velará tu polvo inerte, / Y, al resplandor rojizo de tu espada,
Caerá de hinojos esa turba airada / Que disputa sus presas a la muerte. / Y cuando tiña el horizonte oscuro, / Del porvenir la llamarada inmensa / Y se desplome el carcomido muro, / Que tiembla como el álamo inseguro / Ante las nubes que el dolor condensa, / Entonces los proscriptos, los hermanos, Irán ante tu fosa, reverentes,/ A orar a Dios, con suplicantes manos, para saber domar a los tiranos, / O morir como mueren los valientes”.
Aunque cueste creerlo, Héctor Varela, hijo del publicista unitario Florencio Varela, lo imprime en Buenos Aires con el título cambiado, dedicándolo “Al general Lavalle”.
Andrade no teme atacar a “la prensa libre”, a “la prensa civilizada”. Es de los pocos que se le anima a “La Tribuna” de los hermanos Varela y a “La Nación” de Bartolomé Mitre.
Le grita a los “diarios serios de Buenos Aires”: “Vuelve la explotación y el abuso de los anatemas del terror. Vuelve la prensa que se apellida libre, ilustrada, poseedora del testamento de los principios que regeneran la vida de los pueblos, a pedir la mordaza para la palabra, la cárcel para la idea, el socorro de la fuerza bruta para ahogar la expansión del sentimiento ingenuo de un partido político”.
Les vocifera: “Piden que el gobierno nos acuse. Que se nos juzgue como criminales vulgares. Que purguemos en un calabozo por no pensar como ellos. Delito bien monstruoso por cierto, porque convertimos la imprudencia de hablar bajo el imperio de la Mazorca, porque nos atrevemos a protestar contra el vilipendio, porque tenemos el orgullo legítimo y la dignidad de los hombres libres, aquí donde los gobiernos pactan con el oprobio y comercian la suerte de los pueblos, aquí donde una nación civil duerme amarrada a los pies del despotismo de un partido que ha mendigado dos veces el auxilio del extranjero para restaurar su señorío sobre las ruinas de la patria. ¡Ese delito bien merece castigo! Que se nos castigue pues”.
No estaría de más que algunos colegas contemporáneos, que se presentan como “neutrales, “independientes ”y “objetivos” lean la composición mayor “Prometeo”, mensaje plagado de ideología a la que tanto parecen temer: “Así en la larga noche de la historia/ bajan a escarnecer el pensamiento,/ a apagar las centellas de su gloria con asqueroso aliento,/odios, supersticiones, fanatismos; y con ira villana,/el buitre del error clava sus garras en la conciencia humana!”.
Néstor Genta