La economía argentina provoca situaciones paradójicas. Familias que no saben cómo proteger sus ahorros y empresas que carecen del capital necesario para proyectar sus negocios. Aunque hoy parezcan puntos distantes en un plano, los intereses del gobierno, las empresas y las familias pueden converger a partir de soluciones parciales para este descalce entre ahorro e inversión.
La variable central de la ecuación es la política económica. Los dólares oficiales van a ser cada vez más escasos para otros fines que no sean sostener las importaciones y cumplir con las obligaciones externas. Siguiendo este razonamiento, financiar con reservas el atesoramiento privado es un lujo de otros tiempos. Para los obsesionados con el dólar, la opción es convalidar una pérdida de 30% en el mercado paralelo. Sin la liquidez de los dólares oficiales y con los sobrecostos del dólar “blue”, también se frenaron las operaciones en el mercado inmobiliario.
El gobierno tampoco piensa estimular la especulación financiera mediante tasas de interés elevadas. Todo lo contrario,cuanto más bajas, mejor. Así, el rendimiento por un depósito a plazo (en torno de 12% anual) sólo cubre la mitad de la suba en el costo de vida. La teoría indica que nadie debería ahorrar si al retirar su depósito puede comprar menos bienes que en el momento que lo realizó. Sin embargo, las colocaciones siguen creciendo.
Es lógico, no hay alternativas a la vista. Los dólares son muy caros, los ladrillos inciertos y el plazo fijo no protege, piensa un ahorrista promedio. El mercado de capitales (acciones y bonos) es percibido como una opción muy sofisticada y riesgosa.
Las empresas tienen sus propios desafíos. El ciclo que se inició en 2003 está caracterizado por un rol muy activo de firmas pequeñas y medianas que se han expandido, básicamente, reinvirtiendo utilidades. Los elevados márgenes de rentabilidad durante los primeros años de crecimiento les han posibilitado progresar, sin recurrir al financiamiento de terceros. Pero los tiempos de abundancia ya pasaron.
Hoy los márgenes de rentabilidad son mucho más acotados, por lo que se hace inviable sostener la marcha sin recurrir a financiamiento de terceros. Hay oportunidades de negocios y bajo nivel de endeudamiento en la estructura de capital, pero problemas evidentes para captar la liquidez excedente.
En las empresas, muchas veces hay desconocimiento y escepticismo respecto de los instrumentos disponibles en el mercado de capitales local. Aunque crece la difusión de las obligaciones negociables para pymes, los fideicomisos, las sociedades de garantías, entre otras opciones, estos mercados son todavía muy reducidos. De hecho, la ANSES cuenta con abundantes fondos disponibles para ser aplicados en este tipo de fondeo.
Exceptuando algunos bancos públicos, el sistema financiero no constituye un nexo entre el ahorro de las familias y la inversión. Se concentra en el crédito al consumo que es más lucrativo y menos riesgoso. No es atractivo atender las necesidades de las Pymes.
Con este diagnóstico sobre la mesa hay mucho espacio para conciliar intereses. Para sostener el “modelo” la inversión debe seguir creciendo. A su vez, las familias necesitan alternativas de inversión que compensen la pérdida de poder adquisitivo que genera la inflación. Y, precisamente, las empresas y los proyectos productivos ofrecen esa posibilidad. Mediante el financiamiento de capital de trabajo pueden acceder a una rentabilidad que sería imposible mediante los instrumentos tradicionales.
Por ejemplo, no es una postura optimista proyectar retornos en pesos superiores al 20% en un feet lot ganadero. El dueño de un campo que tuvo que liquidar su hacienda en 2009, necesita un socio que le aporte los pesos necesarios para recomponer su stock de cabezas. Esta lógica también se puede mantener para un pool de siembra.
De igual forma se puede pensar en el rubro textil. Firmas locales que necesitan recursos para capitalizar el vacío que genera el cierre de importaciones en la oferta doméstica. O, por caso, un emprendimiento gastronómico o turístico que apunte al mercado nacional. La oportunidad también se abre en sectores que seguramente serán muy dinámicos en los próximos años como la minería o la energía.
Otro dato que contribuye a unir puntas es que, luego de las sucesivas crisis tanto locales como internacionales, los ahorristas tienden a preferir las inversiones que terminan en un bien tangible. Un lote, una casa, un fideicomiso inmobiliario o hasta un auto son percibidos como buenas formas de protección.
Lógicamente, no todos los negocios son rentables. De lo contrario, no se estarían produciendo despidos y suspensiones de trabajadores en distintos puntos del país. Pero tampoco es sensato extrapolar la negatividad a toda la economía. Siempre existen oportunidades de negocio.
Es cierto que los focos de incertidumbre se multiplican y todas las decisiones de inversión tienen riesgos asociados. Es por ello que la teoría económica señala a la pasividad como la opción adecuada en estas circunstancias. Desensillar hasta que aclare. Pero en la coyuntura argentina, optar por la liquidez tiene costos. El más obvio es la descapitalización por el efecto de la inflación. Hundir recursos en un proyecto tiene riesgos, pero no hacer nada también.
El desafío, entonces, pasa por construir los puentes necesarios para asociar a los ahorristas con la inversión. Los fideicomisos han mostrado ser muy buenos instrumentos en este sentido, aunque se han popularizado sólo los de construcción. Los bancos no van a ocupar este vacío. Todo lo contrario, lo explotan. La creatividad tiene que venir por el lado de los privados, los fondos de inversión, los empresarios y los propios ahorristas. Las soluciones están mucho más cerca de lo que parece.