Suena a ridículo cuando alguien, aun en nuestros días, quiere reflotar el mito de los “humanoides” extraterrestres. Todas las hipótesis que se barajaron en el pasado reciente con respecto a la pretendida nueva ciencia denominada exobiología, en los libros sobre esta materia donde se hablaba de visitantes extraterrestres con figura humana o humanoide a nuestro Globo Terráqueo, suenan hoy a pura fantasía trasnochada.
También suenan a falso, las noticias periodísticas que dieron cuenta de relatos de presuntos testigos oculares que habrían tenido contactos con humanos o humanoides de otros mundos.
Esas supuestas visitas de planetícolas realizadas en hipotéticas naves espaciales, relatadas como hechos recopilados de presuntos o engañados testigos, han sido el fruto genuino de la más pura fantasía humana.
Mucha tinta ha corrido sobre el tema, principalmente a partir del año 1947 en adelante y durante unas tres décadas.
Si bien los autores de libros sobre el fenómeno OVNI (Objeto volador no identificado) toman ciertos datos de la antigüedad como presuntas pruebas para robustecer sus hipótesis, lo cierto es que el interés sobre estos “fenómenos” se despertó en el año 1947, cuando un piloto estadounidense que sobrevolaba el monte Rainier, creyó avistar una flotilla de objetos brillantes de forma discoidal, semejantes a dos platos juntos por su parte cóncava. (Véase de Antonio Ribera: El gran enigma de los platillos volantes, Barcelona, Plaza y Janés, 1975, pág. 64 y sigs.).
Luego, en los relatos de otros episodios concernientes a los OVNIS, se habló a borbotones de sus tripulantes de figura humana o humanoide.
El hombre no ha podido desprenderse, tampoco esta vez, de su natural antropocentrismo. Así como otrora, en el pasado, se imaginaba a sus dioses inventados con figura humana, también en este caso los tripulantes de fantasmagóricas naves, hipotéticamente provenientes de otros planetas, no podían presentar –siendo inteligentes- otra figura que la humana o ”humanoide”.
Incluso en ciertas pinturas rupestres se ha pretendido ver a astronautas de otros mundos, iguales o semejantes al hombre. No han faltado quienes avanzando aún más sobre el tema, imaginaron a ciertos personajes mitificados del pasado, como visitantes extraterrestres que venían a nuestro mundo para enseñarle al hombre diversas técnicas de agricultura, por ejemplo, o inculcarle consejos morales. También se ha intentado explicar como obras de extraterrestres o al menos dirigida su ejecución por ellos, la existencia de construcciones curiosas como los geoglifos de Nazca, Perú; la fortaleza de Sacsayhuaman que domina la ciudad de Cuzco, y la de Ollantaytambo sobre el “Valle sagrado de los Incas”; Machu Picchu, “la ciudad perdida de los Incas”; lugares todos que he tenido oportunidad de visitar sin comprobar allí otra cosa que la mano exclusiva del hombre terráqueo. También han sido atribuidas a extraterrestres, las ciclópeas esculturas de la isla de Pascua (denominados moais); las pirámides de Egipto, etc. que evidentemente son obras realizadas por el hombre sin lugar a dudas.
Lo han imaginado todo como obras de extraterrestres, sin tener en cuenta que el hombre que vivió hace 2000 o 6000 años atrás poseía la misma capacidad mental que el moderno. Son necesarias muchas decenas de miles de años para que se haga efectiva alguna marcada transformación evolutiva en una especie como la nuestra, que se reproduce lentamente.
En ninguna de las observaciones científicas, tanto paleontológicas como de los seres vivientes de la actualidad, es posible hallar tendencia alguna de los filumes hacia la forma humana o humanoide. Esto ocurrió una sola vez durante la historia evolutiva en la rama de los primates a la cual pertenecemos. El hombre y sus parientes más próximos los monos antropomorfos (orangután, gorila, chimpancé y gibón) fueron un caso único, puramente aleatorio, un accidente morfológico. Resulta imposible vislumbrar algún esbozo, alguna tendencia morfológica que apunte hacia otra futura “criatura” de forma semejante al hombre, tanto se trate de anfibios, reptiles o mamíferos. Con cuanta más razón debe ser esto imposible en otros mundos donde supuestas formas vivientes pueden haber seguido cursos de los más dispares comparados con las terráqueas. Ninguna ley cósmica que apunte hacia el ‘humanoide’ es posible de ser concebida con seriedad en el campo exobiológico. La forma humana debe ser irrepetible porque la posibilidad de variación de las formas vivientes es fabulosamente prolífera, como lo podemos observar aquí en la Tierra donde jamás se repiten las especies extinguidas.
Por consiguiente, el argumento contundente es: si aquí, en la Tierra, los filumes han seguido los más variados derroteros, originando las más dispares formas vivientes, es totalmente improbable que en otros mundos haya ocurrido una recapitulación de lo acaecido en nuestro planeta. Basta con echar una ojeada a los libros ilustrados de paleontología y zoología, para darse cuenta de la profusión de formas terráqueas ya extinguidas y las aún vivientes. Unicelulares, moluscos, gusanos, insectos, crustáceos, arácnidos y demás artrópodos; pulpos, poríferos, peces, anfibios, reptiles, aves y mamíferos, nos muestran un fabuloso e interminable mundo de formas dispares como huellas que ha dejado una ciega evolución de todas las especies que no obedeció a finalidad alguna, ni a dios creador alguno.
Ni aún teniendo en cuenta los ya mencionados casos de convergencia, es posible admitir alguna tendencia hacia determinada forma viviente. Es posible ver algunas pocas formas animales que no han seguido el mismo derrotero evolutivo, pero que por vivir en el mismo ambiente presentan adaptaciones de organización y funcionales, semejantes a otras (fenómeno de convergencia). Tenemos ejemplos de ello, en los cetáceos y los sirenios entre los mamíferos, y los ictiosaurios ya extinguidos, entre los reptiles, que en relación con el ambiente acuático, presentan todos, formas parecidas a las de los peces.
El parecido morfológico de un tiburón, un ictiosaurio y un delfín, por ejemplo, es notable. Otro caso es el aspecto vermiforme (de gusano) que presentan los linguatúlidos, que son artrópodos adaptados a la vida endoparasitaria parecidos a gusanos.
No obstante, éstos constituyen casos muy aislados en el contexto de la fauna total, tanto actual como extinguida, y no es posible vislumbrar ninguna ley biológica general de convergencia.
Luego, aquí, en materia de evolución, evidentemente no existen causas finales, como no las hay en ninguna parte, como supuestas obras de un demiurgo todopoderoso creador de todo lo existente, y vemos que la forma humana es un producto neto más del acaso.
Aunque exista la remota posibilidad de la aparición de inteligencias en otros microuniversos muy alejados del nuestro; si a pesar de todo aceptamos su existencia en algún lugar del vasto universo muy alejado del nuestro, si a pesar de ello aceptamos su existencia en “algún lugar”, las formas contenedoras de tal inteligencia deben hallarse muy lejos de parecerse a nosotros, es decir: humanos o humanoides.
Ladislao Vadas