Hace ya muchos años (esto fue en 1977), en pleno auge de la “era de los OVNIS”, contagiado de lo contemporáneo de aquel entonces, he escrito un libro sobre exobiología, alias Ciencia que estudia las posibilidades de vida fuera de la Tierra, titulado: Naves extraterrestres y humanoides, con el subtítulo: Alegato contra su existencia.
En aquella oportunidad, luego de refutar la supuesta visita a nuestro planeta de seres de otros mundos, en especial “humanoides”, he dejado la puerta abierta para concebir ciertas formas de vida alejadas de la figura humana, supuestamente existentes en nuestra propia galaxia.
Hoy, a muchos años de distancia de aquellas especulaciones, pienso algo distinto en base a mis nuevos cocimientos adquiridos acerca del proceso viviente.
Ahora prácticamente me veo obligado (hablando bien o mal) a “patear muy lejos” toda otra forma de vida además de la terráquea supuestamente instalada en nuestra Vía Láctea.
El impulso de la “patada”, obedece a la reflexión acerca de que, ciertas formas de vida muy alejadas de las conocidas en nuestra Tierra, sólo pueden ser posibles en lejanas galaxias de nuestro universo conocido. ¡Tan improbable es la repetición del ADN (como base biológica), que su reiteración casi raya en lo imposible!
No creo, en cierto aspecto, al famoso Carl Sagan, con sus libros best seller muy leídos en sus tiempos (eminente astrónomo y divulgador de conocimientos, quien imaginaba civilizaciones extraterrestres por doquier, tratando de contactar con ellas mediante naves espaciales y radiotelescopios).
Aún recuerdo nítidamente un pasaje de su maravilloso libro Cosmos, editado por Planeta, Barcelona, 7ª edición, página 301, donde expresa: “Las civilizaciones tardarían en nacer miles de millones de años de tortuosa evolución y luego se volatilizarían en un instante de imperdonable negligencia”.
Claro está que el notable Sagan vivió la era de la tensión Este-Oeste, es decir, la “guerra fría” entre los EE. UU. y la URSS, cuando estas dos superpotencias se hallaban a punto de embestirse empleando armas nucleares; por cuanto se vio motivado a extrapolar dicho posible evento hacia otros supuestos mundos con vida consciente.
En otro de sus afamados libros, titulado: Comunicación con inteligencias exraterrestres, luego de esgrimir una serie de cálculos matemáticos que nada tienen que ver con la realidad extra matemática, proclama solemnemente que puede haber nada menos que ¡un millón de civilizaciones técnicas extraterrestres tan sólo en nuestra Galaxia!
Si bien más adelante, luego de nuevas elucubraciones matemáticas (siempre tomando como referencia y extrapolando la belicosa naturaleza humana, hacia otras supuestas inteligencias del espacio exterior), llega a la existencia de una civilización por galaxia que, según mi óptica, se trata de una posición demasiado optimista, muy alejada de la realidad biológica.
Han transcurrido muchos años desde que se puso en marcha el proyecto CETI (Comunication with Exraterrestrial Intelligence), inventado por un grupo de entusiastas astrónomos, cosmólogos y exobiólogos, sin que hasta el presente se hayan escuchado voces o melodías extraterrestres algunas. Sólo el monótono crepitar de la radiación cósmica detectada por los radiotelescopios.
¿Será que las “melodías” de los alienígenas son el colmo de aburridas para el terráqueo y sus cantos tan cacofónicos que ni siquiera nos motivan para encontrar allí algún embeleso? ¿O más bien se trata del espacio exterior, como un sordomudo que no oye ni articula palabra alguna?
No, según mi hipótesis, Sagan estaba equivocado; tanto él como su cohorte de colaboradores. Esto fue debido a su falta de conocimientos biológicos profundos, pues no ha tenido en cuenta la tremenda improbabilidad de originarse nuevas formas de vida y la no menos remota posibilidad de repetirse su evolución hasta la formación de un cerebro como el humano.
Y no sólo estos y otros astrónomos creían esto, sino miríadas de personas bastante cultas que dominaban diversas otras materias.
Y no se crea que estoy cayendo aquí de bruces en creacionismo sobrenatural alguno. Por el contrario, ¡por favor!, no entra en mi mente, nutrida de ciencias, ningún supuesto creador sobrenatural, dados los tortuosos derroteros que han seguido todas las líneas evolutivas de los seres vivientes del planeta, en base a continuos yerros con pocos éxitos. Una superinteligencia sobrenatural creadora, no podría errar a cada paso. Esta es mi lógica. Si existe otra lógica ¡allá ella! No la conozco, pues jamás se ha dado a conocer.
Si apareciera algo así por el estilo, como la vida terráquea con cualidades intelectuales semejantes, iguales o superiores a las humanas por un azar extraordinario, casi inconcebible, muy alejado de una supuesta tendencia hacia ese fin, entonces más que azar, esto constituiría (valga el contrasentido) en ¡otra singularidad! Cosa absurda, ya que, el término singularidad viene de singular, que significa: “sólo sin otro de su especie”.
¿Por qué esta tajante deducción? Se trata de la mal denominada materia-energía (según mi óptica: esencia subyacente) que en ausencia de todo ciclo perpetuo, todo lo que hoy detectamos es una singularidad (¡incluso encerrados ahí los ciclos, que son transitorios!).
Aclaración al margen: todo esto es una especie de filosofía, pero no fundamentada en puras especulaciones como suelen hacerlo los filósofos que desprecian a la ciencia en general, denominándola despectivamente “cientificismo” como simple teoría, sino basada en los descubrimientos de la Ciencia Experimental, único método que considero valedero para dar con la verdad.
El principal escollo que anula tanto la panvida (valga el neologismo, de pan: todo), como el panpsiquismo y la palingénesis (esta última entendida como el renacimiento del mundo después de un ciclo de vida, según los estoicos y el diccionario filosófico), ese detalle, repito, es el carácter perecedero del actual estado de cosas universal.
Hablando en términos cósmicos, nos hallamos al momento presente, formando parte de una asombrosa singularidad. Según mi teoría, es posible que este big bang en el que estamos viviendo sea único, lo mismo que los protones, neutrones, electrones, quarks… y también las formas de energía conocidas; y por ende también las denominadas leyes biológicas instaladas en nuestro planeta. Toda la biogenia entendida como la historia de la vida terrestre, sería un caso singular.
¿Cuál es el fundamento de esta teoría? La respuesta es obvia. No existe tendencia alguna por parte de los elementos químicos hacia la formación de un ser vivo. Todo ser viviente procede de otro ser viviente. Podemos mezclar infinidad de veces los 92 elementos químicos en miríadas de retortas y hacer incidir en ellos toda clase de radiaciones, sin que aparezca una sola célula viviente, ¡ni siquiera un ADN “suelto”! Aún simulando infinitas condiciones, radiaciones y ambientes.
La generación espontánea múltiple, después de muy largas y pacientes experiencias, ha quedado totalmente descartada. No puede existir, por lo tanto ninguna tendencia por parte de la materia-energía, hacia el estado viviente; ni aquí en la Tierra, ni en otro planeta, ni galaxia algunos, de modo que nuestro caso, el de la vida es singular, aunque sin clase alguna de un dios o dioses creadores, por supuesto.
Por su parte, la panspermia, doctrina que sostenía hallarse difundidos por todas partes, gérmenes de seres organizados, que no se desarrollan hasta tanto no encuentren circunstancias favorables para ello, fue un mito, y los meteoritos caídos en diversos lugares de nuestro planeta y estudiados a fondo, resultaron estar contaminados con microorganismos terráqueos, o se han visto sólo fantasmas de vida en ellos, y de ahí la creencia, y sólo creencia de que transportaban vida del espacio exterior.
Una sola célula viviente es tan, pero tan condenadamente compleja en su estructura y procesos, que resulta imposible crearla en laboratorio. Y de esto se deduce nuevamente y lo repito, que no existe tendencia alguna del material inorgánico hacia la formación de un ser vivo. Ni un virus y menos una pulga que ya es harto compleja en su anatomía y fisiología. Basta con fijarnos en la “maraña” de elementos químicos en interacción que constituyen en una sola célula viviente. Y no pensemos en la formación del complejísimo ADN sin la intervención de otro ADN anterior que se duplica. De modo que, no sólo debemos descartar una nueva generación de vida en nuestro planeta, sino también y casi con cierta seguridad en el resto del Universo.
Aquí me veo obligado a desechar una vez más la intervención de algún dios creador, porque no creo en los dioses.
En todo caso lo que nos queda como remanente (cuando mi pensamiento era algo distinto y poniendo al vuelo nuestra fantasía), son los pasajes de mi libro titulado Naves extraterrestres y humanoides, capítulo 7, los puntos referentes a posibles inteligencias cósmicas de otras lejanas galaxias que se habrían originado a partir de otros procesos físico-químicos, muy distintos de los telúricos. ¿Seres sin moral, quizás solidarios, o tal vez indiferentes, o agresivos o pusilánimes?
Siempre en el ámbito de la ficción, surge otra pregunta: ¿Es siempre necesaria una civilización, o es éste un concepto propio del antropomorfismo (tendencia a atribuir rasgos humanos a las cosas), o del antropocentrismo (doctrina que supone que el hombre es el centro de todas cosas)?
No. Si existe algo inteligente allá lejos, entre (las por ahora contadas o supuestas) alrededor de miles de millones de galaxias en “nuestro” universo, debería ser tan distante de nuestro cerebro como la galaxia más lejana. Y me desternillo de risa cuando me hablan de “humanoides” extraterrestres (supuestos seres semejantes al hombre).
Esos hipotéticos seres distantes miles de millones de años luz, poseerían unas formas de captación del mundo y conceptos totalmente dispares a los nuestros. Podemos imaginar que estarían capacitados para captar las ondas hertzianas; ver sólo con radiaciones calóricas; percibir los olores como si fuesen sonidos y viceversa, los sonidos como olores, incluidos los ultrasonidos; palpar la luz infrarroja y ultravioleta y “mil” cosas más mediante sistemas sensibles totalmente distanciados de nuestros actuales sentidos para la percepción del mundo que nos rodea. Y por ende, tampoco sus conceptos acerca del mundo (de su mundo) coincidirían con los nuestros.
Allí todo puede ser diferente: el concepto de la solidaridad, un mito, porque ésta se daría de suyo en esa “sociedad” (si es que la podemos denominar así ya que, es posible concebir seres aislados), es decir por naturaleza, propiamente, sin sugestión o ayuda ajena. La agresión, la guerra, imposibles, porque ninguno de estos supuestos seres podría imaginarse siquiera semejante aberración. Lo mismo el robo, el hurto, el engaño, el asesinato, las masacres, las infinitas lacras que manchan al ser humano. Debo señalar que no creo en los extraterrestres, pero si existieran, no tendrían por qué ser semejantes al hombre.
De modo que, podemos imaginar también que en esos lares, carece de sentido el afán de lograr todas las virtudes a las que aspira el hombre, precisamente por ser allí imposibles las antivirtudes.
Con esta filosofía de carácter extraterrestre, podemos barrer también con cárceles, reformatorios, policía, ejércitos, arsenales de guerra, rejas, candados, cadenas, esposas, llaves, guardianes, custodios y. la mar de precauciones y funestas consecuencias que presupone la existencia de todas estas cosas negativas.
Los “ángeles buenos” pueden existir en el espacio exterior, pero no como entes espirituales según los imagina la mística humana; quizás tampoco de “carne y hueso” como nosotros, sino de otro material desconocido formado por la esencia energética del universo.
Y más cuando carecemos de pruebas de que la vida obedece a ciertas supuestas leyes universales.
Estas presuntas “leyes biológicas”, pueden muy bien tratarse de creaciones de nuestra fantasía y tendencia a extrapolar. Lo singular en materia de proceso viviente, difícilmente entra en nuestra razón. No obstante, nadie ni nada puede garantizarnos que nuestro raciocinio no padezca del defecto de generalizar lo singular. Lo ocurrido en el seno de nuestra galaxia, en un puntito de la misma que denominamos Tierra, no tiene por qué estar repetido en otras galaxias, porque tampoco tienen por qué existir las mismas leyes biológicas en el resto del Universo,
Muchas cosas que tomamos como realidades nacen de nuestra mente. Nuestras neuronas imaginan cosas, luego creemos en ellas. Así es como extrapolamos lo ocurrido en nuestro planeta madre, hacia otros planetas, y no sólo a los cercanos Mercurio, Venus, Marte, Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno y Plutón, que acompañan con nuestra Tierra al Sol, sino también a cuerpos planetarios de lejanas galaxias.
¿Quién les dijo a los astrónomos que existen leyes biológicas panuniversales? (de pan: todo; valga el neologismo).
Y no sólo eso; ¿Quién señaló a los biólogos que pueda existir un panpsiquismo en el sentido materialista (según así reza el diccionario de Filosofía) y descartado por mi todo espiritualismo?
¿De dónde, cómo y cuándo sacaron los biólogos algún atisbo de cierta ley biogeneradora (valga el neologismo) desparramada por todo el universo de galaxias?
Es palpable que se trata tan sólo de una extrapolación de nuestra biología terráquea.
Aquí, en este punto, es donde erraron todos los exobiólogos y todos aquellos astrónomos adheridos a esta disciplina, quienes soñaron con miríadas de civilizaciones (nada más ni nada menos que “civilizaciones”) poblando el espacio extraterrestre hasta los confines del Universo.
Según mi hipótesis, no existe ninguna ley universal de la vida (y menos de “civilizaciones”). Mal podemos poblar entonces todo el universo de seres vivientes, máxime cuando (prosiguiendo con mi teoría) no acepto siquiera la eternidad de las leyes físico-químicas.
Ladislao Vadas