En las últimas horas trascendió como noticia que algunos de los funcionarios “ultra” del oficialismo comenzaron a impulsar el camino de reclutar “militantes” entre las filas carcelarias.
¿Qué es esto? Muy sencillo: el despechado Sergio Schoklender disparó en sus primeras horas de nueva libertad que las agrupaciones kirchneristas puras, como La Cámpora —y otros grupos y grupúsculos del enmarañado esquema punteril cristinista— estarían “enrolando” militancia y que esta adopataría el nombre —o sello de goma— de “Vatayón Militante”.
Todo a la medida del horror de las clases medias desentendidas y mercaderes mediaticos que hacen mercancía de estas noticias escandalosas, más escandalosas que trascendentes. De paso, le mandamos un saludo a todos los pseudo periodistas —ellos saben quiénes son—, militantes o simples prenseros, que ejercen como comerciantes en el día del comerciante.
Nada nuevo bajo el sol
La cárcel es tan sórdida que hasta tiene buena prensa, siempre que garantice su sordidez. Cuando hay una “batucada”, un incendio o una muerte, o cuando algún asesino “sale”, es noticia. Misma situación cuando vemos que los esquemas de poder están relacionados con el sistema carcelario, sus negocios, la policía, etc. Como pasa ahora.
Pero, ¿es nuevo esto? Para nada. Siempre, desde tiempos inmemoriales y también en nuestro país, la clase política se relacionó, no solo con elementos del hampa u otros elementos de inteligencia, desde el simple “buchón” de comisaría, como el reducidor de cosas robadas —para el ladrón y para el comisario que liberaba la zona—, también con el tiempo se desempeñó en las primeras hojas del diario, hasta los homicidios políticos —como el ocurrido en el Senado de la Nación, que segó la vida del Senador, elector Enzo Bodabehere— y todo el sistema de opresión política que supieron montar los conservadores, en especial en la Provincia de Buenos Aires —que todavía no era “Buenos Aires, La Provincia” pero pagaba los sueldos a tiempo—.
Así, las huestes de Barceló manejaban garitos y “casas de polacas”, todo bien coordinado con el esquema de comisarías que funcionaban como delegaciones territoriales en el vasto e inacabable territorio bonaerense. Reinaron de esta manera los conservadores y así es “La Provincia” hasta hoy en día.
Tema aparte fue el manejo de la tristermente famosa “Secretaría de Prensa y Difusión” en la época de Raúl Alejandro Apold, quizá el jalón más criticable del peronismo verdadero. A Apold se le endilgaba el manejo del comisariato político. En concreto, “marcar gente” y, en su caso, borrarla del Gobierno, a tal punto que hasta Hugo del Carril estuvo a punto de ser “raleado” del peronismo; y fue Eva Duarte la que tuvo que interceder ante su “purga” inminente.
Estas cosas parecían superadas, en especial, por el mensaje político de Juan Domingo Perón de los años setenta, en especial al haber echado a los “violentos” de la Plaza de Mayo el 1º de mayo de 1974, y también por las medianamente razonables relaciones políticas posteriores a 1983. Lamentablemente, el quebranto del país de 2001 no solo implicó un pasivo económico, sino una retrogradación a todo lo peor sufrido en este país.
El discurso cruzado de violencia de los años sesenta, en especial en los ´70, pero, esta vez motorizados desde el Estado mismo. Quizá este sea el verdadero balance a analizar y no tanto la anécdota de sí. Esta vez, son presos, deudores, villeros, desocupados, marginados, jóvenes ignorantes, u obreros no calificados los que son “atraídos” por los poderosos recursos del Estado Nacional. La Argentina sufre su circulo vicioso, no puede superarse, vieve enrosacada en discusiones que nunca se saldan.
En definitiva, el verdadero análisis es cuál es el esquema de construcción política oficial en los tiempos que corren y la mirada de los que participan, pero tambien de la enorme masa que no lo hace en absoluto. No participar es, en definitiva, una forma de hacerlo.
El juego que suma cero
Todo parece un gran ajedrez, más aún en las circunstancias de gran apatía actual, en donde el 99% de los habitantes —muchos no califican como ciudadanos, por abandono del ejercicio de tales— no realizan expresiones y/o participan de modo alguno de la cosa pública.
La República es, en definitiva, el modo de concepción del Estado que nos habilita a, desde dicho punto legal, construir una sociedad en donde todos nos sintamos parte de algo común —lo contrario es la monarquía absolutista en donde un monarca es dueño de los bienes que no son públicos, y la sociedad no guarda administración de ellos—
Junto con las instituciones públicas republicanas, están las reconocidas instituciones corporativas, reconocidas por las leyes y que forman y le dan cuerpo a la sociedad. Vemos cómo cobran relevancia siglas como CGT, CGE, UIA, CAME, Policía, etc., ante los inexistentes partidos políticos y fuerzas políticas, que mermadas en su representatividad, se han transformado en una corporación más, la que se soporta “por descarte” o como opción de administración “tolerada”; toda vez que cualquier posibilidad de “sacar de los pies del plato” implicaría reconocer que no creemos más en la democracia, último totem y religión que no vamos violando los argentinos.
Ahora bien, la “clase política” tiene secuestrada a la democracia. El sistema legal solo admite la presentación de ciudadanos “a travéz” de los partidos y es el Estado quien maneja la creación estos. Nuestra Constitución Nacional apenas reconoce algún método de democracia semi directa, que en la práctica nunca se aplica, y no reconoce la revocación de mandatos.
Tras cartón, durante el año 2010 el oficialismo cristinista se aseguró de ponerle un cierre definitivo a los moribundos partidos, a través de la instauración de un mecanismo nuevo —restrictivo— de cración de partidos, limitación en la creación de nuevos y restricciónes aún más gravosas en los partidos nacionales —quedaron 6 únicamente, Pino Solanas quedó afuera—.
En este marco, la democracia argentina no es ni representativa ni abierta a nuevas expresiones, ni se ha abierto la posibilidad de revocación de mandatos —por ejemplo, el vicepresidente Boudou ya debería haber sufrido un plesbicito revocatorio, al estar implicado e imputado de los delitos que se le achacan—
Ni soñar con sistemas de representación semidirecta, o aún más, esquemas de representación directa a nivel municipal o comunal. Todo esto está vedado, le pasaron la cadena 20 vivos que se ”llevaron” las instituciones a la casa, por qué no decir, a La Patagonia.
La clase política argentina es, en definitiva, una gavilla de delincuentes que, salvo honrosas excepciones, están todos implicados en el default del 2001, o fueron sus autores, o están relacionados a la corrupción que destruyó el país en los 90. Si zafan de esos hechos, es porque están involucrados en el actual proceso político, no solo tan corrupto como el anterior, sino que ha sabido cerrar muy bien la puerta mediante el mecanismo de “suma cero”: nadie entra, nadie sale —si el poder no quiere— y todo se reparte y se calla. Sí, la “Ormetá”, el pacto sagrado de la mafia.
El kirchnerismo ha sabido desarticular a la mermada “clase política” porque, sencillamente, esta clase burorática se debe inclinar y arrodillar ante los nuevos amos del poder y a su representante mayor Cristina Elisabet Wilhelm, quien ejerce el poder como una Califa, o una Marajá, en su castillo e imperio de El Calafate, desde donde la traen o llevan 3 aviones y 5 helicópteros. Todo ello ante la mirada impávida de una sociedad indolente, hasta hoy.
El kirchnerismo ha logrado “desarticular” a quienes no se han inclinado a besar manos y pies, simplemente porque ha quedado muy poco. En consecuencia, solo se han dedicado a cooptarlo y a destruir a todo opositor. Aún hasta el PJ, que hasta el segundo mandato de la actual mandataria parecía no solo perenne, sino, intocable y no desplazable, hoy, esta siendo hackeado.
Así las cosas, siendo el universo de participación infinitamente paupérrimo, las clases medianamente pensantes, las clases medias, trabajadores y obreras, han sido expulsadas, de iure y de hecho, no solo de la participación, sino de todo atisbo de aspirar al poder. La imagen que da Argentina hoy es el Paraguay de Stroessner de los años 60 y 70, un rey con dos partidos “de oposición” que hacen de peleles a sueldo —¿FAP Y UCR?—.
El número paupérrimo de la burocracia política, que no debe superar el algunos miles, es el producto de acumulación de desentanto manifiesto y el asco social que 30 años de democracia fracasada han producido, habilitan a algunos a mantenerse en la participación política, pero, son insignificantes.
¡A 30 años de tamaño fracaso, que se cumplirá el 10 de diciembre de 2012, no hay un solo político que haga un balance descarnado de semejante desaguisado!
En ese marco, es muy normal ver que el señor Gabriel Mariotto, quizá un Raúl Apold de estos días, vaya a las cárceles a buscar participantes para la política, esa parodia que supieron conseguir. Hace años buscaban en las universidades y colegios secundarios, guetos que hoy todavía le sirve como cantera, pero más mermadas: los jovenes no están dispuestos a que los traten como manada… tratan de buscar un horizonte en una profesión y una vida y así son los “representantes” estudiantiles, por lo general chicos que nunca se reciben y ven en ser lacayos del poder como una salida laboral. Hoy vemos cómo toman un colegio para “copar” el bar del mismo… debería darles vergüenza.
Así, en el juego de “suma cero” y siendo poquito el 100%, con pocos, unos marginales, algunos sindicalistos obtusos, obesos y aviesos, villeros y desocupados de los margenes, se va construyendo el “Frente para la Victoria”, se va tomando todo el “sabor”.
Lástima la “nave de locos” que han armado. Hundieron la Argentina, un país que supo ser próspero, educado, con movilidad social, envídia de los vecinos, con excelencia en ciencias, cinco premios Nobel. Ni docentes quedan, y nosotros pretendemos que los “chicos sean el futuro”.
Solo basta con ver cómo Néstor Kirchner llegó a ser intendente —con apagones y patadas y matones— y gobernador para darse cuenta de la habilidad de estos sátrapas para apropiarse de toda la clase política de un país, esterilizándola, para simplemente hundir lo que tocan; ayer Santa Cruz, hoy la Argentina.
Mientras tanto, por ahora, la sociedad argentina espera, mira para otro lado. Varias generaciones se han “abierto” descreídas de la política y sus bandas de criminales.
El argentino, el hombre de “Corrientes y Esmeralda” esta solo y espera, como diría Raúl Scalabrini Ortíz, quien pintaba una sociedad —la de la década infame del 30— muy similar a la actual.
Pero todo cambia, solo falta que las masas salgan a la cancha: ahí no habrá “compra” ni dinero que alcance… y los infames serán expulsados de esta hermosa tierra.
José Terenzio