Luego de haber sido condenada a 4 años de prisión y 8 de inhabilitación para ejercer cargos públicos, por haber cometido los delitos de "encubrimiento, receptación de cosas" y "sustracción y destrucción" de documentos públicos, la ex funcionaria Felisa Miceli incurrió en una serie de “sincericidios” y actos fallidos que nos sorprendieron en demasía a los mortales comunes.
Sus declaraciones tuvieron momentos culmines, como cuando expresó que fue sentenciada “además por sólo 100.000”, o que “tampoco es tan grave”, refiriéndose a la condena. Aclaró que estaba “muy tranquila” y que le pasa por “no contar con una estructura de poder”.
Una posible traducción de estas palabras podría ser: “Al lado de lo que se roban todos los días los del gobierno 100.000 son apenas un vuelto. Tengo la conciencia tranquila de que robé muy por debajo de la media y muchos deberían ir presos antes que yo. La única diferencia es que no cuento con un armado político propio suficiente como para garantizarme impunidad. Igualmente creo que no la voy a pasar tan mal en la cárcel. Será cuestión de aguantar unos años y después podré seguir tranquila porque en algo se van a apiadar de mí luego de haberme soltado la mano para buscar un chivo expiatorio”.
¿Es posible acaso que los niveles de corrupción alcanzados por este gobierno sean tales que la tranquilidad de Felisa sea auténtica a pesar de haber incurrido en el delito por la cual se la condenó?
¿Puede el fanatismo revolucionario llegar a tal punto de convencer a las personas de que robar no tiene nada malo sino que es un instrumento más de la política? ¿Estarán convencidos en serio o se convencerán de estar convencidos para poder juntar fuerzas a los efectos de arrastrar su conciencia?
Rafael Micheletti
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