Durante el fin de semana fueron escrachados Boudou en un acto público, y Kicillof mientras volvía en Buquebus desde Uruguay.
En rigor, no sé si la palabra “escrache” está bien utilizada. En la Argentina su usa la palabra “escrache”, me parece, cuando un grupo de gente va a la casa de alguien a repudiarlo por alguna actitud, lo cual, a mi juicio, está pésimo. Pero no fueron los casos de Boudou y Kicillof, porque la gente no fue a sus casas a hostigarlos, en todo caso los insultaron o abuchearon; en un caso en un acto público, y en el otro en un viaje en Buquebus.
El caso de Kicillof fue el más debatido, porque al estar con sus hijos presentes algunos consideran que estuvo mal insultarlo.
Obviamente que la escalada de agresiones, por ahora verbales, no es lo que uno espera para su país, pero me parece que las reacciones de la gente hay que ponerlas en contexto.
En primer lugar la gente no lo insultó a Kicillof por lo que piensa, sino por lo que hace. El mismo Kicillof, justificando el cepo cambiario, dijo que los dólares no eran para gastar en lujos, pero apoya que se le pongan trabas a la gente para viajar al exterior mientras él venía de vacaciones de Colonia con su familia.
Es ese comportamiento de Kicillof lo que enoja a la gente porque es un insulto a la población negarle la posibilidad de comprar dólares para viajar, y los mismos funcionarios que están a favor de esa prohibición, resulta que terminan viajando al exterior en sus vacaciones.
Es cierto que sus hijos deben haber pasado un momento desagradable mientras insultaban a su padre, algo que como padre comprendo muy bien, pero quiero contar un par de casos personales. Un día viene uno de mis hijos y me dice: papá, en el programa de Tognetti te dicen “Chantanosky”, y me mostró el video por Internet que le había pasado un amigo. Mis hijos se pusieron mal porque en el ultrakirchnerista programa de Tognetti me decían “Chantanosky”, y se reían de mí por algo que había escrito en La Nación.
También recibí cuatro inspecciones de la AFIP en 5 años y mi familia no la pasó bien. Quisiera saber cuántos contribuyentes tienen tantas inspecciones en tan poco tiempo.
Salgo de mi caso particular y voy a uno peor. Cristina Fernández denunció públicamente a un empleado de una inmobiliaria por no haber presentado su declaración jurada por haber dicho que la actividad inmobiliaria estaba cayendo, lo cual, por cierto, era y es verdad. ¿Cómo se pudo sentir la familia de ese empleado de la inmobiliaria al ser denunciado en cadena? La familia de ese señor no tiene los mismos derechos que los hijos de Kicillof. Sin embargo Kicillof no salió a repudiar el escrache público de Cristina Fernández al empleado de la inmobiliaria. Como tampoco salió ningún funcionario público a solidarizarse con la familia de Graciela Bevacqua cuando fue expulsada del INDEC por negarse a truchar los datos del IPC.
¿Qué funcionario público salió a repudiar los dichos de Hebe de Bonafini cuando dijo que los miembros de la Corte eran una corte de mierda y unos turros? Por el contrario, a pesar de agraviar a los miembros del tribunal, Cristina Fernández sigue sentando a Bonafini en primera fila en sus discursos en cadena y se dirige a ella con afecto. Como si semejante ataque a las instituciones no tuvieran importancia.
Justamente, una de las típicas tácticas de la Presidente es tirarle algunos dardos a alguien que considera su enemigo pero sin nombrarlo. Acto seguido, la infaltable barra de La Cámpora comienza con sus cánticos descalificadores hacia quién la presidente tiró los dardos y ella, inmediatamente, jugando el papel de contemporizadora, pide que no se insulte. Ese truco ya lo vi varias veces por televisión y está demasiado trillado para ser creíble su actitud de contemporizadora.
La agresión, la descalificación y el atropello son una constante en este gobierno. Pero ellos descalifican, agreden y atropellan por lo que la gente piensa, no por lo que la gente hace. Por algo pedí en La Nación que se bloqueen los comentarios. Estaba harto que mis hijos me dijeran los insultos de los ciberk que me dedicaban. En el caso de Kicilllof no fue agredido por su pensamiento, sino por lo que le hace a la gente el gobierno al que pertenece. En todo caso, es más grave utilizar el monopolio de la fuerza del Estado para agredir, perseguir y descalificar, que los insultos que pudo recibir Kicillof en el barco por lo que hace y no por lo que piensa.
Seguramente no se pueda justificar que Kicillof haya sido insultado delante de sus hijos, pero si se puede explicar. La diferencia está en que las cosas no ocurren porque sí, tienen una explicación. Analizarlas fuera de contexto es lo mismo que analizar la historia fuera de contexto. La gente, justifica o injustificadamente, reacciona cuando es empujada, maltratada, descalificada, agredida de palabra. Cuando se le miente en la cara con los datos de la economía. Cuando se le quitan libertades.
Tal vez Kicillof, antes de subir al barco con sus hijos, debería haber pensado si su actitud de subir al Buquebus no era un acto de agresión a todos aquellos que, con el fruto de su trabajo, encuentran mil trabas para viajar al exterior.
Por último, y comprendiendo lo que pudieron haber sufrido los hijos de Kicillof al ver que su padre era insultado (ellos no son culpables de lo que hace el padre), pienso si Kicillof no debería pensar también en los hijos de tantas personas que la están pasando muy mal en Argentina por los actos del gobierno, unos perseguidos directamente y otros indirectamente con los horrores económicos que comenten.
Los hijos de Kicillof deben ser intocables. Nadie puede hacerlos sufrir. Pero los hijos de tantos argentinos que sufren por lo que les ocurre a sus padres merecen el mismo respeto que se reclama por los inocentes hijos de Kicillof.
Y, para finalizar, los hijos de muchos argentinos tendrán que sufrir las consecuencias del destrozo económico institucional que están cometiendo con la Argentina, que requerirá el sacrificio de varias generaciones para recuperar un país que están hundiendo sin piedad.