La tarde-noche del 22 de febrero del 2013 será recordada con emoción y tristeza. La valentía de los familiares de alguna de las 52 víctimas fatales de la masacre de Once o alguno de los más de 700 sobrevivientes que vencieron a su propia tristeza para subirse al escenario, los halló acompañados por una masa uniforme en el reclamo de justicia.
El término va a contramano de la impunidad, el problema más grave que afronta la Argentina desde hace 40 años. Los últimos gobiernos democráticos con sus “asesinos de escritorio” demostraron que no es necesario sentenciar la muerte, implícitamente, para matar a alguien. Decisiones apresuradas, nueve años de hacer plata a costa de los contribuyentes para afianzar un proyecto que se disfraza de colectivo con el único destino de la ambición de perpetuación personal.
“El cinismo al más alto nivel suele dar la sensación de solvencia” (Alberto Cortez).
La bronca contra la Presidenta no comenzó anoche. Tampoco el jueves 21 de febrero cuando los pequeños nuevos burgueses, tuvieron su cita de supuesta gloria en Tecnópolis para celebrar la creación de un canal de deportes con el slogan de TyC Sports y la frivolidad de los magazines de Fox Sports. El cristinismo mezcló a deportistas famosos, vedettes, el relato de las mil oportunidades —eso sí, para los mismos de siempre— y a la Reina de Corazones.
Esta vez, no pidió cortarle la cabeza a nadie, es más, protestó largamente de los árboles mutilados por el jefe de gobierno porteño, un mediocre político que, a esta altura, cabría preguntarse si no es un producto confeccionado por maestría desde las usinas de pensamiento cristinistas. Alberto Cortez cantó con destreza aquello del pequeño burgués, cuando decidió dar sus instrucciones primarias que la Reina de Corazones cumple a rajatabla desde que se fue Él, o al menos, desde ese instante lo hizo en público: algunas palabras en inglés, liberal por supuesto hay que ser, una leve tendencia izquierdosa y aquello de que, con el tiempo, aprenderá a cambiar de camisa.
Lo que Cortez no llegó a explicar es cómo debería pararse el estereotipo ante la tragedia. Y Cristina quedó en offside como nunca antes cuando la noche del día siguiente, cayó sobre Ella. Elegir a Estela de Carlotto como interlocutora ideal para hablar de los 35 años que tuvo que esperar por justicia, fue una de esas frases de antología que la sociedad recordará como aquella de la estratósfera del ex Presidente, Carlos Saúl Menem.
Pero, a diferencia del riojano, en estos tiempos, el humor ha muerto y nadie se reirá de la ocurrencia de una Presidenta que decidió sincerar o inventar la impunidad que reinó durante el gobierno de su difunto esposo y del suyo también. ¿Qué calculadora utilizó Cristina Fernández de Kirchner para hablar de 35 años? Es sabido que Estela de Carlotto perdió a su hija que estaba embarazada durante la última dictadura militar. Casualidades del destino, Marcelo Edwin Ojeda anoche se paró arriba del escenario, lloró la muerte de su esposa y pidió que Huma sea tenida en cuenta como la víctima 52. Su mujer, como la hija de Estela, también estaba embarazada, en este caso de seis meses, cuando la corrupción la mató. Edwin Ojeda gritó por justicia, lloró y aún no puede olvidar su encuentro con la Presidenta quien comparó la pérdida de su esposo, por una enfermedad, con la del crimen social en la que su gobierno fue, al menos, responsable.
Hoy el grueso del periodismo y los medios nacionales tuvieron que escucharlos, visibilizarlos. Meses atrás, pocos lo hacían. Solo algunos medios independientes, el Grupo Clarín —por razones obvias— y un puñado de políticos opositores. Éstos tuvieron su revancha cuando leyeron sus adhesiones y fueron ovacionados. Fueron pocos. Pero la atención del grueso de la opinión pública significó otro triunfo de este grupo de familiares que pudieron superar mil contradicciones internas y encarar una lucha que, inexorablemente, tendrá consecuencias positivas para nuestro país. Su triunfo fue no moverse ni un instante de la exigencia pacífica y no caer en provocaciones de forma violenta, pecado que sí cometieron años atrás, los familiares de la tragedia de Cromañon.
“Ningún gobierno del mundo supera una masacre de esta envergadura” me dijo Jorge Altamira al referirse al futuro del gobierno de Cristina. “Hubiera sido mejor el silencio” expresaron María Luján Rey y Paolo Menghini en un documento que demostró que muchos de los familiares de Once son más inteligentes que gran parte de la clase política argentina. La distinción entre política partidaria y hecho político, la claridad de sus conceptos y la apelación al “Nunca Más” y al “Ni olvido ni perdón” que parecían slogans apropiados por los organismos de derechos humanos y, en concordancia, con el gobierno “nacional y popular”, fue otro acierto. Paolo Menghini es un líder nato, un hombre que se reinventó tras el drama personal y encauzó la causa por justicia de muchos familiares que estuvieron a punto de irse callados a sus casas sin ganas de nada. Vanesa Toledo perdió a su madre y lloró desconsoladamente anoche. Eso no le impidió expresar algunas de las ideas más fuertes de la noche: la corrupción mata y, de ahora en más, nada será igual. La soleada tarde del 22 de diciembre, cuando estaba llegando a Plaza de Mayo para recordar a su madre en el marco de las vísperas de Navidad, un atorrante le robó a Toledo su celular donde conservaba grabaciones de la voz de su madre. Otros familiares aún no salen de su asombro de cómo en la morgue judicial les quitaron las pertenencias de sus hijos, hermanos o padres, recién fallecidos. Luciano Cerrichio, hincha fanático de River Plate, denunció a la AFA y al club de sus amores por no permitir que ingresen banderas conmemorativas, recordando la tragedia, a las canchas del prostituido fútbol argentino. ¿En qué escritorio pidieron esa solicitud las barras de River y Boca para ingresar las banderas de “Clarín Miente” cuando las transmisiones deportivas se estatizaron? La fuerza de su presión, en nuestro programa de radio, cambió el destino. Anoche recordó otro nefasto discurso presidencial al decir que “es un terrible error decir que alguien tiene que morir por ir a trabajar”. Elisa Ojeda es la tía de Carlos Garbuio. Lo será siempre y con su entereza marcó la cancha de los reclamos en 365 días de película. Su hermana Zulma tuvo un encuentro olvidable con la Presidenta luego de declarar en un programa televisivo que le pedía a Cristina que “solo por un instante imagine qué haría si en el tren viajaba su hijo Máximo”.
Zulma fue fiel a su Presidenta hasta ese encuentro. La defensa de Cristina del “buen muchacho” de Juampi Schiavi y hablar de “su” dolor en lugar del de los otros, la alejó para siempre. No fue la única. Otros familiares buscaron este año, en el pedido de las 500.000 caras por justicia, un gesto de solidaridad. Hubo usuarios que les dieron vuelta la cara. “Vayan a hacer política a otro lado” le llegaron a contestar a uno de los niños que se concientizó más que millones de adultos que al país lo cambian ellos mismos o no lo cambia nadie. Increíblemente, esos imbéciles estaban a punto de tomarse el mismo tren Sarmiento que nunca devolverá a “sus” 52 vidas.
Poco importa si hubo 2.000 personas como informó la Policía Metropolitana, 10.000 o 30.000 personas. Cada uno de los allí presente representó a miles más y el que no se conmovió anoche, o vive en otro planeta o es un mal nacido.
El 22 de febrero del 2013, será recordado como el día en que, gran parte de la sociedad, se dio cuenta de que no son solo “los muertos de los familiares” sino que son “nuestros” y que merecen la justicia de Todos. Es una responsabilidad enorme. Aún más, un grito de esperanza en el helado rostro del cinismo gobernante.
Luis Gasulla
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