La sucesión de los familiares de las víctimas fatales fue un shock emotivo que no puede ni debe olvidarse. Unos tras otros, dirigiendo la palabra, mitad a la concurrencia, mitad al cielo, consiguieron crear, descarnadamente, brutal conciencia de lo solos que estamos. Desprotegidos. Obliterados. Ignorados. A la buena de Dios.
No se merecían esas familias tanto dolor cínicamente infligido. No se merece este pueblo tener que vivir en estas condiciones de orfandad institucional.
Los reclamos de Justicia se multiplicaban como un mandato, desde los que más derecho tienen a exigirlo.
Fue la noche de un día tan devastador para amigos y familiares como el mismo día, pero de hace un año atrás. Desde las 8:32 y las sirenas, una jornada atroz.
La muerte siempre consterna, no cabe duda, pero mucho más cuando se habla de muertos que no debieron morir. No en ese día, no en ese tren. No de esa forma.
No hay exageración al afirmar que el gobierno kirchnerista, hace un año cometió un asesinato en masa. No es nada nuevo para nadie.
Los muertos de Once, fueron, anoche, descolectivizados. Se puso cada nombre y cada apellido, se puso cada rostro y se habló de quiénes fueron. Actitud necesaria para volver a indignarnos, para entender mejor. Para dejar de referir a las víctimas con un sustantivo colectivo, para dejar estampado en la historia que son 52 personas, y que justicia merecen. Justicia exigen.
Cachetazos de verdad
Varias veces se ha dicho que Cristina Fernández no tiene alma. Lo viene demostrando de manera casi cotidiana. Pero lo patentizó el día anterior, cuando intentó dar un mensaje presuntamente solidario y, como era de esperarse, no le salió.
No le salió porque no lo siente. Porque fue un incómodo formulismo. Porque necesitaba sacarse de encima el tema lo antes posible para poder hablar de los arbolitos. Y como no lo siente, y como no tiene alma, lo que dijo indignó antes que reconfortar.
Ejemplificó con las madres que esperaron 35 años. Siniestro ejemplo, miserable. Solo le faltó decir: "Y menos mal que vinimos nosotros". Juro que no hubiera llamado la atención de haberlo dicho.
Probablemente nunca, en esta década, el absurdo gobierno kirchnerista fue expuesto tan crudamente como anoche, en Plaza de Mayo.
El documento leído por los Menghini Rey corrió de un tirón y desde la voz cortada por el llanto, el disfraz del personaje presidencial. La mostró desnuda. La mostró real.
Esa madre, firme y clara, dijo lo que todos sabemos, pero pocos se animan a gritar. Que la corrupción mata y que la corrupción es de ellos. Que la Presidenta habló para insultarlos más.
Desde la dignidad abolió cualquier falso relato. Abolió las excusas adolescentes, le dio un baño de removedor que no dejó rastros de su burda pintura.
Paolo sinceró la revolución ferroviaria de Randazzo: humo, vergonzante humo.
No solo las mentiras del Gobierno quedaron crudamente expuestas en la plaza., sino también las miserias de sus funcionarios. Son demasiado miserables.
Nunca más
El kirchnerismo es el gobierno más corrupto de la historia de la Argentina moderna, hace tiempo se menciona esto. Anoche, en Plaza de Mayo la afirmación fue avalada con ejemplos contundentes, y con 52 testimonios claves, gritando desde el cielo.
Sea quien fuere el próximo gobernante de este país, deberá tomar sobrada nota de lo que anoche ocurrió en la plaza. Se abrieron definitivamente las puertas para el impostergable "Nunca Más" de la corrupción en democracia.
Ya no hay forma de hacerse los distraídos. Ya no queda margen para pactos de impunidad. Esta gente no solamente se robó el país, sino que también mata.
El que quiera ser presidente y se precie de serio, deberá asumir, ordenar alerta en las fronteras y mandarlos a la Justicia. Como para empezar. De otra forma, la corrupción seguirá siendo, como hoy, la madre de todos los males de este país. Y no habremos comprendido absolutamente nada.
Fabián Ferrante
Seguir a @FabianFerrante