Tras el accidente que involucró a su hijo, quien atropelló y mató a un ciclista en Panamericana, el periodista y locutor Eduardo Aliverti volvió a su programa “Marca de radio”, por la Red AM 910 y realizó su primer descargo formal —en un mensaje grabado— ante las repercusiones de lo acontecido. Antes había dejado sus primeras palabras en la página en Facebook del ciclo.
Afectado en su estado anímico por el difícil momento, Aliverti se explayó sobre conceptos que refieren a la práctica profesional del periodismo, y pidió que “ojalá se abra un debate sobre la ética periodística más allá de la suerte judicial que sufra mi hijo”.
Posteriormente contó un episodio sobre una guardia periodística que había montado el diario Perfil en frente de su domicilio, y cómo él insultó a la periodista que intentaba tomarle una fotografía. A la agresión verbal de “hija de puta, por qué me hacés esto”, relatado por el mismo locutor, se sumó algo más: “Ponete un límite, buscá un trabajo en dónde no tengas que hacer esto”, fustigó el periodista a la fotógrafa.
Se podría decir mucho de ese breve cruce y de su descargo. Aliverti, dueño de una voz excepcional y una claridad conceptual, perdió una posibilidad de profundizar sobre diferentes problemáticas sociales que escapan a la ética del periodismo.
Es duro, acaso, decirlo: ¿Cuál es el límite que tuvo su hijo, Pablo García, triplicando el nivel de alcohol en sangre, al embestir y apagar la vida de Reinaldo Rodas?
Pero no es sólo eso, aunque Aliverti mismo haya expuesto la palabra “límite”. Se podría agregar ante esto: es cierto que Pablo García es un adulto y escapa a una concientización que pueda impartirle su padre. Sin embargo, más allá del pedido a la fotógrafa de cambiar de trabajo, también podría recordar lo difícil que es el sector laboral periodístico en la Argentina, más aún cuando la pauta publicitaria se distribuye a discreción y muchos medios quedan marginados. Con lo cual, la fotógrafa estaba trabajando y, de más está decir, no puede conseguir otro empleo de un día para el otro. Pero tampoco sería el eje de esta cuestión.
Aliverti además de periodista es docente. ¿Por qué, en vez de pedir un debate, tal vez necesario, sobre la ética periodística, no pidió uno sobre el alcohol en los jóvenes y la educación vial? ¿Por qué no pide una concientización a la hora de conducir? ¿Por qué no ayuda a los jóvenes perdidos en el alcoholismo, por qué no reflexionó sobre eso?
Pero no, el periodismo aparece como el verdugo que lo fusila. El periodismo, aunque suene duro nuevamente, no llenó las copas de Pablo García. Es carroñero, ácido, amarillo, seguramente. Pero hay problemas más serios para debatir, y que un hombre inteligente como Aliverti debe advertir y que, esta vez, no pudo identificar.
Cuando el locutor pueda reponerse, debería señalar que en los últimos años se duplicó el número de menores de 20 años que llegan a las guardias, intoxicados con niveles crecientes de alcohol en sangre. O que en la Argentina mueren miles de personas al año en accidentes de tránsito, producto de la negligencia e irresponsabilidad al conducir, sumado a la complejidad del tránsito generada por una ciudad en la que las obras llegan mucho más tarde que la explosión demográfica y la cantidad creciente de vehículos.
Sin embargo, eligió pegarle a los periodistas. Lamentablemente, muchas veces somos nosotros mismos los que nos fusilamos y nos dañamos, como lo hizo Pablo García cuando tomó el volante y mató a Reinaldo Rodas, en ese preciso segundo en el que los límites que tanto pide Aliverti habían sido vulnerados para siempre.
Sebastián Turtora
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