Lo normal para el hombre, es tomarse a sí mismo como algo acabado, fijo, producto final de una “creación” divina.
Aunque muchos aceptan la evolución de las especies, también admiten tácitamente la forma humana actual, en su aspecto somático y psíquico, como un corolario de la creación evolutiva, un tope, un ser consumado que ya no admite enmiendas radicales en su naturaleza salvo en lo que pueden hacer la medicina por el cuerpo, la psiquiatría por la mente, la cultura por su civilización, y difusión de las reglas morales por su conciencia y conducta ante el prójimo.
Incluso grandes pensadores que han buceado en las profundidades antrópicas, toman inconscientemente a todas las manifestaciones humanas, como un producto de un ser ya estanco en cuanto a sus posibilidades transformativas, tanto somáticas como psíquicas, en el aspecto de su capacidad intelectual y de las tendencias innatas.
¿Qué es esto que puede parecer oscuro? Simplemente que el hombre quizás influenciado aún por viejos mitos creacionistas, se ve a si mismo como detenido en sus mutaciones genéticas. Es como si mirara un retrato de sí mismo, como una figura captada y detenida en el tiempo.
Nada más equivocado sobre este aspecto. Si hoy existe una mezcolanza continua de genes de todas las “razas” en los países liberales, y por causa de las facilidades y progreso del transporte, los genes continúan mutando y transformando a la humanidad. Somos en la actualidad sólo una etapa de nuestra continua transformación, tanto para el bien como para el mal.
Para que sea notable una transformación genética natural, son necesarios muchos milenios. El proceso mutacional viene desde el principio de la vida sobre nuestro planeta, se continúa en el presente y no se detendrá en el futuro.
Pero no se crea que el género humano mejorará física y síquicamente mediante este mecanismo natural. Nada compele hacia ello. No existe ley alguna, ni principio “misterioso” que obre en el sentido de que el Homo, en el futuro, sea de físico más esbelto, inmune a todas las enfermedades, más longevo e inteligente. Por el contrario, a causa de la miscelánea de los genes en virtud del cruzamiento de las diversas “razas” del planeta, y por motivos de conservación de genes negativos heredables que se manifiestan somatopsíquicamente con diversas patologías y deficiencias paliadas o corregidas por la ciencia médica, más bien conduce todo esto a una degeneración de la humanidad. Lo que se ha detenido, es la selección natural. Si a ello añadimos los nuevos genes perniciosos mutados que se irán acumulando, el panorama para el futuro no es prometedor, salvo que se tomen medidas biológicas de control genético. Pero lo cierto, lo que no ofrece duda alguna, es que nos estamos transformando continuamente y que no seremos tal como nos vemos en la actualidad, dentro de varias decenas de milenios, si es que no nos autodestruimos antes.
Somos un episodio más del proceso universal; un episodio reciente y de transición.
Únicamente la ciencia genética del futuro, podrá perfeccionar a la humanidad si es que se dan las circunstancias para ello. Y esto no es ciencia ficción alguna, como se podría interpretar a la ligera, ni una mera pseudociencia, sino una posibilidad para un futuro fantástico de la mano de la sana ciencia.
A propósito del tema, cabe aquí mencionar uno de mis últimos libros, titulado El Homo sublimis. Se trata de un ensayo de corte futurista, no con fines de lucro, sino como un escrito que viene al caso para este presente artículo.
Ladislao Vadas