El fallecimiento de Hugo Chávez ha estremecido las energías y los pensamientos en Latinoamérica y en el mundo. La muerte, en sí misma, es algo que conmueve a los seres humanos. Los pone cara a cara con el misterio de la vida y con la debilidad de la condición humana. Y esta muerte chocó a todos a través de los medios de comunicación.
Nunca es correcto festejar una muerte, ya que equivaldría a jugar con algo tan sagrado como la vida misma, más allá de que necesariamente se la lamente en distinto grado debido al diverso nivel de conocimiento o estima de la persona. Así lo entendió la oposición en Venezuela, que a través de su principal vocero siempre le deseó una pronta recuperación al presidente de su país. Por mucho que alguien se haga odiar, el odio nunca sirve para construir.
Chávez despierta fuertes adhesiones y rechazos en Venezuela y en Latinoamérica, y es lógico que así sea. Pero ni las adhesiones deben convertirse en fanatismo o idolatría, ni los rechazos deben trasuntarse en odio. En cualquiera de los dos casos, el impulso emocional termina bloqueando la razón y lleva a adoptar un comportamiento inadecuado.
Si la oposición en Venezuela no hubiera mostrado respeto por la figura de Chávez ni hubiera enviado condolencias a sus familiares y allegados, no sólo se hubiera ganado la antipatía de una buena parte de la población, sino que habría sido mediáticamente destrozada por el aparato propagandístico del régimen, y con razón. Lo llamativo es la licencia que se dan los propios chavistas para usar y abusar políticamente de la figura de su líder, en vez de dejar tranquilo al muerto.
Inmediatamente luego del deceso del bolivariano, su sucesor, Nicolás Maduro, intentó victimizarlo sin fundamento. Afirmó públicamente, sin ninguna prueba, indicio ni asidero científico, que se investigaría la posible “inoculación intencionada” del cáncer de Chávez. Estaba claramente fagocitando las emociones del pueblo, quizás para ayudar a mantener altas las llamas de las emociones humanas hasta el día en que se realicen las elecciones y él deba revalidar su título de sucesor.
Pero el uso político de Chávez por parte de sus sucesores políticos no quedó ahí. Sorpresivamente, Maduro agregó que “el comandante garantizaba la paz y la estabilidad de este pueblo que ruge”, en clara alusión a la posibilidad latente de disturbios y violencia a través de la cual el chavismo sistemáticamente intenta amedrentar a la oposición. Finalmente, anunció que los restos mortales de Chávez serán exhibidos durante siete días más y luego para siempre “en una urna de cristal” tras ser embalsamado.
En fin, no es necesario analizar ni mucho menos juzgar la forma en que se vela al dirigente bolivariano. Lo que parece inadecuado, contradictorio con la demanda de respeto del propio chavismo e inhumano, es el uso y abuso político que sistemáticamente se está haciendo de un ser fallecido.
La idolatría, victimización y mitificación de la figura de Chávez, así como el uso extorsivo de su ausencia en contra de la oposición, no sólo son actitudes antidemocráticas e inhumanas, sino que no sirven para guardar en la memoria a alguien, más sólo para borrarlo suplantándolo por un fetiche.
Rafael Micheletti