La institución del Papado es, desde el punto de vista jurídico, una monarquía electiva y teocrática.
Despierta sorpresa y gran interés que el Papa Francisco haya adoptado conductas de características republicanas, enarbolando principios como la igualdad, la humildad y la austeridad. Y más interesante, aún, resulta ver el contraste entre aquel que pudiendo ser un monarca pleno, se autolimita, y aquellos que siendo presidentes republicanos pretenden ser reyes.
El estilo republicano del Papa Francisco no requiere levantar el dedo acusador para denunciar a los líderes autoritarios y corruptos. La denuncia hoy queda expuesta por el mero contraste de su ejemplo respecto del de otros líderes. Contraste que se ve amplificado y multiplicado en razón del reconocimiento masivo y mundial del que goza todo Pontífice. Este contraste es, también, un llamado de atención para aquellos ciudadanos que no se hacen cargo de su ciudadanía. Para aquellos que se avienen a sostener, cómodamente, que para gobernar hay que ser corrupto y autoritario. ¿Seguirán pensando lo mismo luego de este inconmensurable contraejemplo?
Lo cierto es que, desde ahora, uno de los Estados más influyentes del Planeta será conducido por alguien que, nacido y educado en la sociedad argentina, exhibe condiciones y valores públicos opuestos a la gran mayoría de los hombres que nos han gobernado; y desde ya, a la dama que gobierna actualmente.
Ahora, el mundo será testigo de tan curioso contraste, y la lupa de la humanidad se posará sobre la Argentina. Frente a esto, con el mundo entero mirando hacia el país y su delirante vida institucional, es esperable que el ejemplo de Francisco importe un mayor grado de exigencia por parte de la ciudadanía hacia sus líderes políticos y de toda índole. De ahí, a mejorar sensiblemente la calidad de nuestras instituciones republicanas y democráticas, hay sólo un paso.