El reciente fallo de la Corte Suprema, declarando inconstitucional la reforma al Consejo de la Magistratura, ha salvado la República. Sin embargo, los agravios presidenciales a la Corte y la advertencia de que se mantendrá por poco tiempo lo decidido, con carácter definitivo, por el alto tribunal, nos pone en la antesala del caos.
El discurso oficialista es peligrosamente violento y permite anticipar un grave daño para el orden constitucional. Si es cierto –como dice Cristina- que la Justicia es una corporación que atenta contra la voluntad del pueblo, y si es cierto que la Corte es “destituyente”, cabe preguntarse cuáles son los “remedios” aludidos por la presidente para neutralizar ambas amenazas. En efecto, dado que el oficialismo carece de las mayorías necesarias para habilitar una reforma, o bien para remover a la Corte y designar amigos en su lugar, o en lugares creados por una eventual ampliación del órgano, pareciera que las soluciones en las que piensa Cristina transitan por fuera del orden constitucional.
No contando con los votos parlamentarios para convocar a una reforma de la carta magna, puede que el cristinismo haya pensado, tiempo atrás, en obtener de la Corte una permisiva interpretación constitucional para aspirar a un tercer mandato o, inclusive, para habilitar una reforma. Con la actual composición del máximo tribunal, esto parece imposible. Pero sabe Cristina que una salida normal del poder, con entrega de banda, abrazo y foto, le augura un destino carcelario. Destino que no podrá torcer, aun cuando alegue demencia con exhibición del video que la muestra bailando el Himno Nacional.
En los próximos días, el “remedio” K será la denuncia del golpe en marcha y la convocatoria a la resistencia, tal como lo insinuó Diana Conti. En definitiva, se tratará de provocar el conflicto de poderes para lograr el caos, con grave riesgo para el proceso electoral que se avecina. Desde ya que un final caótico alejaría a Cristina de toda posibilidad de reforma constitucional y reelección, pero en la lógica cristinista quizá se pretenda negociar caos por impunidad.
José Lucas Magioncalda
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