Como esas parejas que sólo se animan a ventilar sus asuntos dramas privados de puertas hacia fuera, la presidente Cristina Kirchner, en un discurso histórico ayer describió su actual situación: es una rehén.
En otros de sus ataques de bipolaridad, con manejo de los tiempos, la impostación de voz y un histrionismo envidiable, sorprendió a propios y ajenos con la admisión lisa y llana de su extenuación, cansada de comandar a la banda de facinerosos enquistada en el poder gestado y alimentado, y hoy descontrolado, que nos supo conseguir el ausente con presunción de fallecimiento Néstor Carlos Kirchner, el ex “él” que volvió a ser mencionado con su nombre en esta nueva entrega presidencial.
Se impone la comparación con su antecesora en
Sabido es que la historia vuelve a repetirse, y nuestra ignorancia nos lleva, inexorable e inflexiblemente, a cometer los mismos errores. ¿Por qué el destino nos coloca, una vez más, bajo el furibundo mando de una viuda presidencial?
Sólo quienes no quieren admitir el encono que hay entre los K y algunos popes sindicales, en especial el titular de
Hoy Cristina Kirchner sólo quiere irse a disfrutar de los bienes mal habidos, paseando por el mundo con sus hijos. Sólo teme dejar el poder porque, si no se negocia correctamente, el recambio institucional podría ir presa junto con sus cómplices.
También sabe que la mentira del Indec y otras variables económicas sostenidas con alfileres harán que explote la situación económica y social. Cuando los lúmpenes que viven de los planes clientelares de este hipócrita gobierno se den cuenta que, aún rascando el fondo de la alcancía, ya no quedan fondos del estado a repartir, se volverán contra sus dadivosos amos cual perro del hortelano.
Quienes necesitan que CFK siga en el gobierno, y por eso le exigen se presente como candidata presidencial, son los miembros de la asociación ilícita que comanda pues temer perder sus posiciones de poder, desde las más humildes hasta las más encumbradas.
En especial temen que los jueces, ante un hipotético recambio presidencial, recobren su memoria y apliquen la ley, como corresponde, exigiéndoles rindan cuentas de sus acciones y omisiones criminales.
Si fuere el caso, meramente ilustrativo, cargarían en andas a la presidente tal como aconteciera con el Mío Cid, llevado como estandarte aún después de muerto.
Estas son las señales del poderoso tembladeral que se avecina.
Enrique Piragini