Habrá que reconocerle a Felipe Solá no haberse ensañado con su sucesor, Daniel Scioli. Por el contrario, mantuvo su promesa de no opinar de la gestión del gobernador bonaerense durante el primer año, pero luego extendió ese período de gracia en el tiempo. Es de presumir que además de una relación cordial, existía el interés del actual diputado nacional de un trabajo conjunto futuro, que estuvo cerca de darse cuando el gobernador atravesó el peor momento de su relación con el kirchnerismo, cuando el año pasado la relación con Cristina Kirchner se hizo casi insostenible por la falta de fondos nacionales. Pero al cabo la ruptura no sobrevino. Ni entonces, cuando la asistencia financiera finalmente llegó, ni después, de cara a las primarias, a pesar de que meses antes el sciolismo había conformado La Juan Domingo y la DOS con la presumible intención de darle pelea este año al Frente para la Victoria.
Hábil de cintura, el diputado Solá debe haber percibido a tiempo que quien sí estaba decidido a confrontar era el intendente de Tigre y dejó de lado su acercamiento original al gobernador, para alinearse firmemente junto a Sergio Massa, cuya lista legislativa hoy integra.
Días pasados, le preguntaron a Felipe si el ganador bonaerense de las PASO iría por la presidencia en 2015, o moderaría sus intenciones compitiendo por la gobernación. Si bien la respuesta sincera estaba cantada, los dirigentes suelen ser mezquinos a la hora de responder ese tipo de interrogantes; no es el caso de Solá, quien en la respuesta habló desde su experiencia como gobernador, señalando que a su juicio Massa debe buscar en 2015 la presidencia de la Nación, pues la gobernación bonaerense “hoy no es viable”, si no se cuenta con un proyecto integral con el Gobierno central y la consiguiente asistencia del mismo.
La pregunta que surge entonces a partir de la experiencia que claramente se vio con Daniel Scioli es qué probabilidades de supervivencia podría llegar a tener un gobernador bonaerense de signo contrario al presidente de la Nación.
Planteado ese interrogante, vayamos al eje central de este artículo nacido de una fuente muy bien informada que planteó ante Parlamentario el que podía ser el destino de Cristina Fernández de Kirchner una vez que deje la Casa Rosada, en 2015.
Convengamos que si bien todo indicaba que la prolongada estadía del kirchnerismo en el poder central tenía un plazo fijo precisamente establecido, propios y extraños especularon -sin mayores datos precisos- con la continuidad allende 2015, hasta que esa posibilidad hipotética se dio de bruces contra los resultados de las primarias. Ese día quedó claro que el proyecto reeleccionista no tenía destino, y a partir de entonces muchos comenzaron a imaginar otro tipo de alquimias electorales para auscultar la posibilidad de continuidad.
Si bien el kirchnerismo se planteó siempre como un proyecto decidido a perpetuarse en el tiempo, ese objetivo chocó siempre con su propia esencia, que no dejaba crecer figuras más allá del matrimonio K. Desaparecido Néstor Kirchner y muerta así la estrategia de la alternancia matrimonial, la continuidad quedó acotada a una sola persona y la misma atada a los límites constitucionales.
Es de imaginar que oficialmente desde el 11 de agosto los estrategas kirchneristas se encuentran abocados a la búsqueda de la figura sucesoria. Que no es hoy Daniel Scioli, más allá de los méritos que haya hecho y haga, de su imagen incombustible y de las innumerables muestras de “lealtad” que ha brindado. No les convence, no lo consideran confiable y buscarán hasta el final una alternativa para contraponerle.
Hoy la figura que buscan está encarnada en el gobernador entrerriano Sergio Urribarri. El entrerriano es de los pocos gobernadores kirchneristas que pudieron celebrar victorias sin pérdida de votos en sus distritos en las PASO, y su vuelo propio no parece ser una amenaza futura para CFK. Si bien no es demasiado conocido a nivel nacional, el kirchnerismo confía en que con el nucleo duro que mantienen fiel, podrán confrontar con una constelación de candidatos opositores que se parecen mucho entre sí y que se restarán votos.
El heredero hasta podría haber sido Martín Insaurralde, si le hubiera ido bien en el principal distrito, pero generalmente la política no brinda segundas oportunidades.
Con todo, el candidato elegido para “la continuidad del modelo” deberá contar con el fundamental respaldo de Cristina Fernández de Kirchner, pero lamentablemente para el kirchnerismo acaba de comprobar que eso no es suficiente si la hoy presidenta no es candidata.
De ahí que muchos sectores kirchneristas sostengan que “Cristina tiene que ser candidata sí o sí en 2015”. ¿Candidata a qué?, es la pregunta. No puede postularse para senadora, pues ni Santa Cruz, ni Buenos Aires, los distritos donde ha competido, renuevan en 2015. Por el contrario, en ambos se votó para senador en 2011 y por lo tanto sus representantes tienen mandato hasta 2017. Ni pensar que vaya a encabezar la lista de candidatos a diputados de la provincia de Buenos Aires, pues si bien su figura arrastraría votos, la Cámara baja no es el ámbito que más seduce a la hoy presidenta. Estuvo en Diputados entre 1997 y 2001, y ese no es el período legislativo que más le guste recordar a Cristina, que pasó de una gran exposición en el Senado hasta el 97 -cuando fue elegida Premio Parlamentario-, a ser una más entre 257. Su lugar en el mundo de la política legislativa, si alguna vez quisiera volver al Parlamento, será siempre el Senado.
¿Candidata a qué?, sigue siendo entonces la pregunta. Gobernadora de la provincia de Buenos Aires…
Cristina 2015
La posibilidad, ya adelantada por Semanario Parlamentario en su edición de la semana pasada en la sección “Pasos Perdidos”, fue deslizada por una fuente muy bien informada, que precisó que la presidenta de la Nación podría aceptar ser candidata a gobernadora de la provincia de Buenos Aires por múltiples razones. La primera -mas no la más importante-, por lo que podría aportarle a quien fuera el candidato presidencial K en octubre de 2015. La segunda, pues la idea del hoy oficialismo sería hacerse fuerte ya fuera del poder en un distrito de extensión oceánica.
¿Por qué la posibilidad de apuntalar a un candidato presidencial kirchnerista no sería lo más importante? Porque el kirchnerismo sabe de sus limitaciones, aunque jamás las vaya a admitir públicamente. Sucede que un candidato sin peso propio bien podría llegar al balotaje con el apuntalamiento fundamental de Cristina, así ella no fuera candidata. Están seguros de ello. Pero admiten por lo bajo que en segunda vuelta el rival, cualquiera fuese, lo vencería.
Sostienen los kirchneristas que Cristina candidata se impondría con holgura en su rubro –lo dan por descontado-, pero no estaría en las boletas de un balotaje presidencial. Abandonado a su suerte, al delfín K le pasaría como a Carlos Menem en 2003, con las diferencias del caso.
¿Y si el candidato kirchnerista terminara siendo Daniel Scioli? El cristinismo no lo descarta, pero es vox populi que no lo desea. Y si así terminara siendo, y finalmente Scioli se convirtiera en presidente, repetiremos nuevamente que el kirchnerismo no lo considera propio. No lo ve dispuesto a dejar su lugar en 2019 para que Cristina Kirchner, con 66 años, pretendiera retornar por un nuevo mandato.
Volvemos ahora al principio, a la dependencia del gobernador bonaerense de turno hacia el Gobierno central. ¿Por qué razón Cristina se arriesgaría a asumir un cargo en el que tuviera oficiar de actriz de reparto, después de haber sido protagonista central durante más de una década? Tras haberlo vivido desde el otro lado del mostrador, jamás estaría dispuesta a encarnar un papel en el que tuviera que andar mendigando ayuda del presidente de turno, más aún si fuera un enemigo.
La respuesta está en que no siempre fue así la relación entre el presidente y los gobernadores. Habrá que hacer memoria y recordar el peso de la liga de los gobernadores en los tiempos de De la Rúa y Duhalde. Entre esos gobernadores estaba el propio Néstor Kirchner. Cristina conoce muy bien por esa experiencia el juego del “gobernador díscolo”, que supo jugar Kirchner durante el segundo mandato de Carlos Menem, cuando ya tenía asegurado el respaldo de los fondos por las regalías petroleras, que puso a resguardo fuera del país.
La experiencia de gobernadores hiperdependientes del poder central fue más bien una condición adquirida durante la década kirchnerista. Tiempo en el cual también se los obligó a dar renovadas muestras de lealtad y sumisión para asegurarse la asistencia correspondiente.
Más atrás en el tiempo no fue necesariamente así. En 1987 la recuperada democracia vivió por primera vez la experiencia de un gobernador bonaerense de un color político distinto al del presidente de turno. Dirán que eran otros tiempos y que la coyuntura tenía al presidente Raúl Alfonsín demasiado condicionado, desgastado ya por un mandato que llevaba cuatro años y una elección legislativa que acababa de perder. Por el contrario, el flamante gobernador Antonio Cafiero asomaba como el probable presidente en dos años y en modo alguno pudo ser condicionado por el presidente radical. Más bien fue todo lo contrario: Alfonsín necesitaba que la provincia de Buenos Aires no se incendiara para terminar bien su mandato. De hecho, eso no sucedió.
Cuando Eduardo Duhalde aceptó dejar la vicepresidencia para buscar la gobernación bonaerense hizo un pacto con el presidente Menem. No sólo se imaginaba en un futuro sucediendo al riojano, sino que sabiendo de las necesidades que afrontaría, se garantizó contar con los fondos suficientes a través del Fondo de Reparación Histórica del Conurbano. Se hizo por ley y con ello Duhalde se garantizó 650 millones de pesos /dólares con los cuales no necesitó depender durante sus dos mandatos del humor de Carlos Menem.
Debilitado tal vez por la conformación heterogénea de la alianza que lo llevó al poder, pero fundamentalmente por la coyuntura marcada por una convertibilidad que tenía fecha de vencimiento, Fernando de la Rúa tampoco optó por hacerle la vida imposible al gobernador Carlos Ruckauf, más bien todo lo contrario. Si bien es público y notorio que llegado el momento los gobernadores peronistas, y sobre todo la provincia de Buenos Aires, jugaron un papel determinante en la caída del presidente radical, De la Rúa se mostró siempre cercano a Ruckauf, en la convicción de que necesitaba tenerlo de su lado para mantener el poder.
Un nuevo Fondo del Conurbano
La devaluación de 2002 hizo su aporte en el derrumbe de las arcas bonaerenses. El Fondo del Conurbano dejó de ser de 650 millones de dólares para transformarse en 650 millones de pesos congelados, que jamás volvieron a modificarse. La Ley 24.621 que lo creó en 1995 -plena vigencia de la convertibilidad- no preveía cláusulas inflacionarias. En rigor, la norma establecía en el inciso b de su artículo 1° la entrega de “hasta un monto de $ 650.000.000 anuales convertibles según Ley 23.928, a la provincia de Buenos Aires, proporcionados mensualmente, el que será incorporado a su coparticipación, con destino especifico a obras de carácter social”.
La inflación hizo luego lo suyo y hace tiempo que ese dinero no es suficiente para el gobernador bonaerense. Se le reprocha a Daniel Scioli no haber pedido nada a cambio cuando Néstor Kirchner le solicitó dejar de lado su sueño de ser jefe de Gobierno porteño, por ser candidato en la provincia de Buenos Aires. Cuando el exmotonauta aceptó mudarse del barrio del Abasto a Villa La Ñata, lo hizo sin poner condicionamientos y hoy lo está pagando.
La solución no debería estar en un nuevo Fondo del Conurbano, sino en una nueva Ley de Coparticipación Federal, como establece la Constitución Nacional. Néstor Kirchner prometió que atendería esa deuda al asumir, y reflotó esa promesa en 2010, pasada ya la derrota en las legislativas, cuando anticipó la creación de una comisión de gobernadores del PJ y aliados para elevar al Congreso un nuevo proyecto de Coparticipación Federal de Impuestos.
“Hemos decidido conformar para los próximos 6 u 8 meses una comisión de Coparticipación Federal para que con la presencia de todos los gobernadores justicialistas y todos los aliados elevar un proyecto nuevo para cumplir asignatura pendiente desde 1994”, anunció Kirchner aludiendo a un tema que despierta gran expectativa en todos los gobernadores. Por entonces el kirchnerismo buscaba caminos para evitar una encerrona en el Congreso, donde ya no era mayoría, y esa parecía ser una batalla interesante para dar, aunque quedó en anuncios.
Vale echar un vistazo a esa puerta que entreabrió entonces Néstor Kirchner para ver lo que podría hacer el kirchnerismo en una instancia similar, tras perder las legislativas. Si bien en ese discurso al que acabamos de hacer referencia, del 11 de marzo de 2010, Néstor Kirchner también auguraba que gobernarían hasta 2020, bien podía estar preparando un escenario de salida. Si el kirchnerismo tenía que dejar el poder, no pretendía dejarle al gobierno siguiente un esquema de gobierno tan centralista. Y hubiera deseado irse siendo el presidente que modificó el sistema de coparticipación.
Eso quedó en la nada, pero se sabe que hubo circunstancias que modificaron el panorama sustancialmente. Partiendo de la muerte de Kirchner, y la posterior recuperación electoral del oficialismo, que con suficiente antelación sabía que conseguiría su continuidad.
Hoy las circunstancias han cambiado y muestran un panorama de salida. Si Cristina aceptara ser candidata bonaerense, el kirchnerismo está seguro de que ganaría esas elecciones. “No hay ningún candidato nuestro que nos garantice una victoria en ese distrito; Cristina en cambio gana caminando”, garantizó con suficiencia la fuente consultada por Parlamentario.
Ese mismo confidente habló de la necesidad del cristinismo de hacerse fuerte en un distrito, para garantizar la continuidad, sino del modelo, al menos del Frente para la Victoria como fuerza propia y evitar la disgregación.
Cambios en la coparticipación, o una readecuación automática por ley de los fondos para la provincia de Buenos Aires, de lo que incluso podría gozar el propio Daniel Scioli en la etapa final de su mandato provincial, le garantizarían a una Cristina gobernadora no depender del poder central, tal cual pudo hacer su esposo desde Santa Cruz, apuntalado por los fondos de las regalías petroleras.
Poder de fuego en el Parlamento
“El que fue papa, difícilmente quiera volver a ser obispo”, decía Carlos Menem en el apogeo de su poder, cuando le sugerían un futuro como senador nacional para cuando dejara el poder. Hoy el riojano es senador de la Nación y ese rol le permite gozar de fueros que garantizan de momento su libertad, ante las múltiples causas en su contra.
Habrá que pensar también que Cristina Fernández de Kirchner podría no escapar en el futuro al destino de los presidentes argentinos salientes que deben recorrer los pasillos de los tribunales. Un cargo respaldado por una buena cosecha electoral serviría para frenar esas eventuales causas.
Pero además, con una figura vigente el kirchnerismo podría mantener consigo una tropa legislativa capaz de condicionar al futuro presidente. Esto es, asegurándose un futuro sin apremios económicos, el cristinismo podría marcarle en cierta manera el ritmo al futuro presidente, no sólo por el peso de la provincia de Buenos Aires, sino también por la obediencia de una tropa legislativa afín.
En el supuesto caso de la continuidad del peronismo en la presidencia, ¿a quién creen que reportarán los diputados de La Cámpora? Hoy son nueve, pero sus mandatos vencen con el de Cristina. Pero vendrán otros en octubre, y habrá más, que integrarán las listas que se armen para 2015. Amén de los camporistas, se deberá estar atentos en diciembre a la jura de los nuevos legisladores, para ver cuántos lo hacen “por Néstor y Cristina”, como sucedió masivamente en 2011, para imaginar la fidelidad que muchos seguirán prodigándole a los Kirchner en el futuro, sobre todo si la líder se mantiene vigente y expectante.
No menos de una veintena de diputados le aseguran fidelidad a Cristina más allá de su salida del poder máximo. Habría que sumar los incondicionales que incorpore a las listas que arme para agosto de 2015. Bien podrían ser todas personas que le aseguren una lealtad que les reclamará Cristina desde el lugar que esté.
Conocedora de los manejos legislativos, Cristina sabe lo valioso que puede resultar contar con legisladores propios cuando se tiene todo el poder, pero sobre todo cuando no se lo tiene. Debe tener bien presente, por ejemplo, que cuando Carlos Menem soñaba con impulsar la “re-re”, el que se lo frenó fue Eduardo Duhalde, cuyos diputados propios y aliados -entre los que se encontraba la propia Cristina Kirchner-, se sumaron a la oposición para obligarlo a renunciar a ese intento.
Y de cara a un futuro hipotético como el que estamos imaginando -pero en el que están pensando muchas mentes K-, ya la presidenta ha comprobado fehacientemente de qué lado se pone la sociedad cuando el presidente maltrata al gobernador.