Si hay algo que caracteriza a la Democracia es gozar de gran popularidad, tiene una connotación positiva tan generalizada que nadie se atreve a desafiarla. Winston Churchill ironizó “la democracia es el menos malo de los sistemas políticos” y, seguramente si a usted le preguntaran cuál cree que es el mejor sistema de gobierno estaría de acuerdo con ello.
Su antítesis es el autoritarismo, un régimen que se aferra a lo que no tiene: el buen nombre. Por lo que se camufla de democrático para aparentar ser legítimo ante la opinión pública y evitar ser criticado.
Quien es elegido de acuerdo a los mecanismos institucionales previstos para ejercer el poder, y que a su vez actúa sometido a los procedimientos y leyes de un Estado de Derecho moderado por la Carta Magna no tiene necesidad de demostrar su legitimidad.
Fue Margaret Thatcher, quien dijo que "ser poderoso es como ser una dama. Si tienes que andar diciéndoselo a la gente, es que no lo eres".
En este sentido, cuando un gobierno se auto-califica insistentemente de “democrático” existen dos posibilidades: que el mismo tiene un concepto diferente de democracia o que este hace algo distinto.
El kirchnerismo para publicitarse efectúa una constante mención explícita a la teoría democrática. Esto se puede ver, por ejemplo, en los discursos nuestra presidente como también en el título de dos de los proyectos oficialistas con mayor repercusión mediática:
1) El proyecto que reforma la ley de medios audiovisuales, que nuestra presidente designó como “La democratización de los Medios” bajo el argumento de que este daría “pluralidad de voces” e igualdad. Sin embargo, si observamos el mapa de medios nos encontramos que el gobierno abarca el 80% de la prensa dado que controla 113 medios de comunicación a lo largo y ancho del país. Por otra parte y no es dato irrelevante, el proyecto ha sido enviado al Congreso Nacional durante el conflicto que el oficialismo mantiene con el Grupo Clarín, al que consideran un “monopolio ilegítimo” y que con el “vamos por todo” intenta desmantelar.
2) Otro proyecto es el paquete de leyes que reforma al poder judicial, catalogado por el poder ejecutivo como “La democratización de la Justicia”, dentro del cual se encuentra la “Reforma del Consejo de la Magistratura”. Esta última fue declarada inconstitucional por la Corte Suprema de Justicia puesto que constituye un intento de obtener mayoría entre los consejeros, ya que no corresponde que “directa o indirectamente, la totalidad de los integrantes del Consejo tengan un origen político-partidario” como suscitaron en el fallo.
Tanto la libertad de expresión como la prensa independiente del gobierno, son pilares de la democracia. Si lo que se busca es “democratizar” los discursos e ideas para que de esta manera lleguen a todos, debería dejarse la elección sobre qué medios consumir a cada ciudadano según sus preferencias, para lo cual el Estado tiene que abandonar su control.
Si lo que este gobierno desea es fortalecer una democracia republicana, debería darle importancia a uno de los roles que tiene el Poder Judicial consistente en controlar a los demás poderes para que cada uno de ellos cumpla efectivamente con su fin y eviten extralimitarse. En cambio, esta ley atenta contra la división de poderes y encubre la transformación del sistema republicano en uno autocrático, donde la mayoría, apoyándose en la figura presidencial, somete a las minorías.
El gobierno hace una apropiación parcial del concepto “democracia”. Esto no es solo un problema semántico, sino que constituye además una mirada única del concepto con carácter dogmático. De allí deriva la retórica binaria y divisoria de los Kirchner que no permite discrepancias y, como todo autoritarismo, se disfraza detrás de un discurso “amoroso y populista” para justificar moralmente su violencia.
La tan redundante democracia kirchnerista de aquellos “unidos y organizados” sería mejor llamarla la “autocracia K”, porque en base al juego semántico provocan una “tiranización” de las instituciones del Estado, que al contrario de las intenciones del kirchnerismo, están para proteger a los ciudadanos, dado que son las únicas herramientas para limitar el poder de los gobernantes.
Esta falencia es característica de algunos gobiernos latinoamericanos, donde la retórica populista opera sobre la falta de comprensión de lo que es una democracia. No basta con la legitimidad del voto popular; también se necesita del rendimiento continuo de las instituciones de la república. Y existe una sola manera de lograrlo: actuar con el respeto a la Constitución.
De manera que la preservación de la república democrática sólo podrá lograrse si se limita el accionar del gobierno a propósitos particulares, con esto quiero decir a las funciones que le correspondan. Y además cuando estos decidan abandonar aquellos proyectos que bajo el nombre de “democracia”, camuflan el profundo deseo de encubrir con retórica su antónimo: la autocracia y un Estado arrodillado a los intereses de Ella.
Francisco Petrocelli